05 julio, 2021

Fresquita.

La pasada semana, en nuestro post sobre cómo eran los antiguos veranos en nuestra ciudad, aludíamos a la habitual existencia de fuentes de agua y puestos de agua, destinados a solventar en parte el problema de la distribución del líquido elemento entre la población. Como se sabe, la ciudad contaba con los míticos Caños de Carmona, que distribuían el agua entre casas nobiliarias, conventos, Reales Alcázares y demás edificios importantes, destinándose parte de su caudal a toda una serie de fuentes públicas, surtidores que además se alimentaban de diversos manantiales cercanos a la ciudad, como la denominada Fuente del Arzobispo, que brotaba de un venero situado en la actual Carretera de Carmona o la Fuente de la Albarrana, en el Parque de Miraflores, que aprovisionaba al Hospital de la Sangre o de las Cinco Llagas.

Se sabe, por ejemplo que a lo largo de la historia han desaparecido no pocas fuentes públicas, como las situadas en las plazas del Salvador, Santa Marina, Magdalena, Pilatos, Villasís, San Lorenzo o San Román, o bien en calles como Descalzos, Alhóndiga, Lirio o incluso en la misma Casa de la Moneda. Otras, en cambio, sí han sobrevivido llegando hasta nosotros, como las de Mercurio en la Plaza de San Francisco o las de la Plaza de la Encarnación o del barrio de Santa Cruz, por citar algunas. Estos elementos urbanos, de los que apenas quedan unos pocos, eran vitales para los sevillanos que no disponían de agua corriente en sus casas.

Sin embargo, para muchos, era un problema el conseguir agua potable; existía, qué duda cabe, el gran caudal del Guadalquivir, no siempre inodoro, incoloro e insípido, sobre todo para los habitantes ribereños, además de no pocos pozos en muchas casas, palacios y corrales de vecinos, que abastecían a los vecinos, aunque con el peligro de la salubridad de las aguas, muchas veces cercanas a otros pozos, los llamados "pozos negros" adonde se depositaban las lógicamente llamadas "aguas negras", en una época en la que las medidas higiénicas era mínimas o inexistentes.


De este modo, cuando el pintor Diego Velázquez pinta en 1622 su "Aguador de Sevilla", está dando visibilidad a un oficio de lo más habitual en aquella época, el de los llamados Azacanes, vocablo de origen árabe que aludía a aquellos que, surtiéndose de agua potable en fuentes o pozos, la ofrecían a los sedientos viandantes a cambio de unas monedas. En la actual calle Santander, cercana al sector del río, se hallaba el llamado Postigo de los Azacanes (o del Carbón), debido a la presencia, en época medieval de nos pocos aguadores apostados en  este sector próximo, por ejemplo, a las Atarazanas. Como curiosidad, en una relación con la "Tassa general de los precios a que se an de vender las mercaderias en esta Ciudad de Seuilla y su tierra, y de las hechuras, salarios y jornales y demas cosas", publicada en 1627, se establece en 24 maravedís el precio de las llamadas "tazas de aguadores", utilizadas por éstos para dar a beber. 

En el siglo XIX era famoso cierto pozo situado en la Cruz Verde, propiedad de un almacén de alimentación y también el llamado Pozo del Jardinillo en la calle Azofaifo (callejón sin salida en la calle Sierpes, muy cerca del antiguo edificio de Correos) ya que a él acudían numerosos aguadores por mor de la calidad de su agua.

Con el tiempo, algunos aguadores decidieron establecer instalaciones permanentes para sus servicios, quizá algo precarias en principio, con apenas unos tablones, lonas, cajas y demás útiles, pero poco a poco además se produce un aumento en la demanda, no sólo en lo referente al agua, sino a otro tipo de bebidas, como licores, refrescos o vinos. Si, como afirma el arquitecto Jesús Miguel Salado, a esto añadimos la aparición de lugares de esparcimiento para la población, sobre todo para sus élites, fue necesario por tanto establecer ya los primeros espacios para que estos Puestos de Agua se "sedentarizasen". 

Uno de los más conocidos en la Sevilla del XIX, pintado incluso por Jiménez Aranda, será el situado junto a los Almacenes del Rey, hoy confluencia del Paseo de Colón y Reyes Católicos, junto al entonces Puente de Barcas. Su propietario, oriundo de tierreas gallegas, mantenía abierto el aguaducho durante toda la jornada, retirando los toldos al atardecer y cerrando al toque de queda marcado por el campanario de la Giralda. Manuel Chaves lo recordará en 1894 con nostalgia, describiendo así al llamado Puesto de Aguas de Tomares:

"Estaba formado por una alta estantería, un mostrador y varios bancos de madera, y mesillas pequeñas colocadas convenientemente. En la estantería encontrábanse cuatro grandes cántaras de barro, una estampa religiosa y algunas macetas de olorosa albahaca, que en estío presentaban agradable aspecto. Sobre el mostrador, limpios vasos de cristal, puestos en fila, convidaban a apagar la sed de los transeúntes, y cerca de ellos se veía la cesta de panales, las botellas con almíbar para los refrescos, las cajas con pastillas de almendras, y otros diversos objetos que se utilizaban en el servicio del público."

A finales siglo XVIII el mencionado Puesto sirvió como casino o punto de encuentro para señores de casaca, comerciantes enriquecidos, militares retirados o petimetres empelucados, reunidos todos en torno a la lectura en voz alta de la Gaceta, al juego de las Damas o simplemente contemplando a los viandantes mientras se hacía animada tertulia sobre dimes y diretes. El afamado diestro Pepe-Illo fue habitual del lugar, improvisando alguna que otra juerga y convidada general para alegría de los parroquianos; téngase en cuenta que el matador de toros vivía en la cercana calle de San Pablo, no lejos de allí. También pasaron por allí el conocido Oidor Francisco Bruna (apodado en su tiempo "El Señor del Gran Poder), el poeta Arjona y el popular personaje de Manolito Gázquez, partidario acérrimo de Pepe Illo, de quien hablaremos en otra ocasión, y otros muchos. 

A comienzos del XIX, sin embargo, el fervor patriótico contra los franceses tomó asiento en el Puesto, celebrándose en él no pocos conciliábulos y cabildeos con el telón de fondo de la ansiada liberación frente al invasor. Tras la Guerra de Independencia, sobre 1820, se pierden las noticias del Puesto de agua de Tomares, que ha pasado a la historia por aparecer en uno de los pasajes de la obra del  Duque de Rivas "Don Álvaro o la fuerza del Destino", dramón romántico estrenado en 1835: 

"¿Qué persona de buen gusto, viviendo en Sevilla, puede dejar de venir todas las tardes de verano a beber la deliciosa agua de Tomares que con tanta limpieza nos da el tío Paco, y a ver este puente de Triana, que es lo mejor del mundo?"

Una palabra, "Kiosco", procedente del persa "Kosk", y que aludiría a un tipo de pabellón o baldaquino realizado con maderas y telas a modo de baldaquino, será protagonista del cambio de apariencia de los sevillanos puestos de agua a finales del XIX y principios del XX. Con la idea de adecentar su aspecto, el Consistorio de la ciudad determinará modificar su diseño, empleando materiales como el hierro o el cristal, incluyendo la necesidad de sombra mediante toldos y marquesinas (esa sombra de la que estamos tan faltos en el Centro de nuestra ciudad).

De este modo, serán peculiares muchos de ellos, instalados en la Alameda de Hércules, Paseo de Catalina de Ribera, Las Delicias o Paseo de Colón. En 1885 entra en escena "The Seville Water Works", quien consigue del Ayuntamiento la concesión del suministro del agua para la ciudad durante noventa y nueve años, será la llamada "Agua de los Ingleses", mientras que la exposición iberoamericana de 1929 y las posteriores reformas urbanísticas de la posguerra se llevarán por delante muchos de estos quioscos, a lo que habría que sumar, lógicamente, las mejoras experimentadas por el abastecimiento de aguas en los domicilios sevillanos. De todos modos, los puestos o quioscos de agua calaron muy mucho en la población, basta con reseñar que una de las zarzuelas más conocidas dentro del llamado "género chico" sea la compuesta por Federico Chueca: "Agua, Azucarillos y Aguardiente" o el famoso chiste de los garbanzos del inimitable Paco Gandía, en el que juega un papel fundamental alguien que prácticamente solo sobrevive ya junto a los Pasos en las procesiones: el "Aguaó".

Foto: Reyes de Escalona

28 junio, 2021

Aquellos veranos.

Ahora que a finales de junio el verano se nos ha instalado en Sevilla con todo su esplendor y poder, quizá sea buen momento para aportar algunas notas sobre cómo sobrellevaban esta estación los sevillanos de siglos anteriores, cuando poblaciones como Chipiona, Sanlúcar de Barrameda o Rota (por no hablar de Matalascañas) eran simples nombres desconocidos por la mayoría, poco preocupados por la arena de sus playas o las bondades de su climatología. 

Un aspecto siempre a tener en cuenta era cómo las propias calles sevillanas, con sus estrecheces y recovecos, intentaban proporcionar sombra ante la poco habitual presencia de arbolado (excepción hecha de zonas concretas como la Alameda), de la misma manera, las viviendas sevillanas buscaban adaptarse a las altas temperaturas, siguiendo esquemas legados por la tradición clásica e islámica; a los muros gruesos y los techos altos, al uso de persianas o velas, al cierre de contraventanas en las horas de mayor luz solar habría que unir el empleo de pavimentación basada en el barro o el mármol, la figura del patio y el protagonismo del agua, según las posibilidades económicas, tal como lo manifestaba (según recoge Chaves y Rey) el historiador y sacerdote trianero Alonso de Morgado allá por 1587: 

Los patios de las casas (que en casi todos los hay) tienen los suelos de ladrillo raspado. Y entre la gente más curiosa, de azulejos con sus pilares de mármol. Ponen gran cuidado en lavarlos y tenerlos siempre muy limpios, que con esto y con las velas que les ponen por alto no hay entrada de sol ni el calor del verano, mayormente por el regalo y frescura de las muchas fuentes de pie de agua de los caños de Carmona, que hay por muchas de las casas enmedio de los patios.

Ya que mencionamos el agua, tampoco conviene echar en saco roto algo poco divulgado como era el saludable hábito del baño para muchos sevillanos, sobre todo porque siempre hemos construido esa idea de falta de higiene secular. Quizá sea mejor recurrir de nuevo a Morgado para que nos aclare cómo era esa costumbre tan sana como social: 

Usan (las mujeres) mucho los baños, como quiera que hay en Sevilla dos casas de ellos. Los unos en la collación de San Ildefonso, junto á su iglesia, y los otros en la collación de San Juan de la Palma, que han permanecido en esta ciudad desde el tiempo de los moros... No pueden entrar los hombres en estos baños entre día por ser tiempo diputado solamente para las mujeres, ni por consiguiente mujer ninguna siendo de noche, que los hombres la tienen toda por suya con la misma franqueza que las mujeres tienen el día por suyo...

Chaves y Rey añade que la casa de baños de San Ildefonso permaneció abierta hasta 1762, aunque para esa fecha ya habían desaparecido las otras dos, situadas en la calle Aposentadores, en San Juan de la Palma, y en la calle Baños, respectivamente, aunque estos últimos se conservan por fortuna.


 Si los baños resultaban una buena opción para aliviar "las calores", existía otra mucho más "natural": el río. Se sabe que de antiguo las autoridades locales habían intentado ordenar los baños en el Guadalquivir, mediante no pocos edictos y bandos, sobre todo para ordenar a la concurrencia y evitar el contacto entre personas de distinto sexo, ya se sabe... 

Aunque no es de esperar que la gente de juicio falte á unas reglas que aspiran á su propia seguridad y á que se observe el mejor orden de honestidad y decencia... como hay personas que por satisfacer sus caprichos, sus vicios ó diversiones no perdonan medio alguno, aunque sea peligroso para conseguirlo, se castigará á éstas por la más ligera contravención.

Como detalle curioso, leyendo el periódico El Liberal del 8 de julio de 1903 encontramos una nota del Ayuntamiento en la que se da por inaugurada la "Temporada de baños", que daría comienzo el 14 de julio y finalizaría el 8 de septiembre. A través de varias disposiciones, la autoridad establecía el lugar para los baños (zonas de los Remedios, Chapina, Humeros...) con horario para hombres (de cuatro a ocho de la mañana y de cinco a siete de la tarde) para mujeres (desde media hora tras el toque de oraciones hasta las once de la noche), quedando prohibidos los baños de niños en solitario, los juegos y alborotos en el agua, el pasar el río a nado de una orilla a otra, "la aproximación de los varones al baño de las hembras" y las ofensas a la moral y las buenas costumbres. Se establece que haya buzos "para auxiliar a las personas que corran peligro de asfixia por la sumersión". Ni que decir tiene que el régimen de sanciones contemplaba multas: de una a cincuenta pesetas según el tipo de falta cometida...

Todavía en los años cuarenta, y hasta los sesenta, del siglo XX tuvo cierta fama la llamada Playa de María Trifulca, zona de baño en las orillas del Guadalquivir situada en la zona que ahora ocupa aproximadamente el Puente del Quinto Centenario, y que causó no pocos quebraderos de cabeza a las autoridades municipales en su tiempo... 

Manuel Barón y Carrillo: Vista del Guadalquivir. 1854.

Sin aires acondicionados ni climatizadores, sin siquiera un humilde ventilador, aunque se podía recurrir al clásico abanico, habría que reseñar la utilización del hielo: con fines medicinales (para cortar hemorragias, como analgésico para dolores musculares o incluso como remedio contra la tan temida Peste) o como elemento refrescante para bebidas o alimentos; utilizado desde siempre por mesopotámicos, griegos y romanos, en el siglo XVI el médico sevillano Nicolás Monardes se extrañaba de su poco uso en Sevilla. 

Gonzalo Bilbao: Noche de verano en Sevilla. 1905.

Ya en el XVIII es conocida la existencia de gran número de pozos de nieve en la localidad de Constantina, donde aún se conserva algún edificio de estas características, sin olvidar a negociantes que traían el hielo de otros puntos de la sierra al precio de cinco cuartos la libra de nieve, hasta  con cierta controversia por el elevado precio del hielo en determinadas épocas del año. La nieve solía recogerse tras la primavera e introducirse en pozos con el conveniente aislamiento térmico a base de troncos y paja para convertirla en hielo, contando con que el transporte era realizado de noche lógicamente por el gremio de "neveros" con lo cual la Corona recaudaba pingües rentas por este comercio, aunque eso sí, nada podía hacer frente a conventos y monasterios que lo realizaban.

Como elemento para la diversión, se celebraban las populares "Veladas" o "Velás", de las que apenas nos queda la de Santa Ana en Triana en el mes de julio, con su "cucaña" incluida, aunque cada barrio o collación celebraba la suya dedicada a San Antonio, San Pedro, San Juan, San Roque, San Bernardo o la misma Virgen de los Reyes, coincidiendo con el 15 de agosto. Decoración con banderitas y farolillos, puestecillos, buñuelos, tómbolas, música, bailes, procesión y fuegos artificiales constituían el eje festivo de estos festejos, aderezados no pocas veces por las inevitables broncas por efectos del alcohol y que formaban casi parte del "programa de actos".

Cecilio Pla: Noche de verbena. 1906.

Al atardecer de cada jornada estival, eran muchos los que abandonaban sus hogares para pasear por el Arenal, la Alameda, la Barqueta o Las Delicias, buscando el "fresquito", para ver y ser vistos, tomarse quizá el pertinente vasito de horchata o quizá descansar en alguno de los innumerables puestos de agua con la consabida tertulia. Otros, sobre todo los más jóvenes, marchaban de gira campestre, aprovechando el frescor de las riberas del río para organizar "saraos" donde no faltaba el cante y el baile.

¿Y los más pudientes? Muchos de ellos trasladaban sus residencias a las llamadas "casas de placer", lo que vendrían a ser ahora las modernas villas o chalets de los alrededores de la ciudad, donde podían disfrutar de mucha mayor frescura y tranquilidad. Allí, la siesta era la panacea para las largas horas del mediodía, posiblemente tras la ingesta del consabido gazpacho enfriado en el correspondiente lebrillo de barro, y siempre con el búcaro a mano, como estaba mandado, ya que era uno de los elementos domésticos imprescindibles en aquellos meses. 

A mediados del siglo XIX, y procedente de Inglaterra, comenzó a implantarse la costumbre médica de recetar los llamados "baños de ola" en la playa, como remedio seguro contra el asma, los problemas circulatorios o incluso la depresión. Siguiendo la estela de ciudades del norte de España como Santander, Gijón o San Sebastián, comenzaron a verse "bañistas" en las costas andaluzas, a lo que hay que sumar el auge de los balnearios y la influencia de personalidades como los Duques de Montpensier, comenzando a cobrar protagonismo, esta vez sí, poblaciones del litoral como Chipiona o Sanlúcar de Barrameda. 

Finalmente, el siglo XX será el del definitivo nacimiento del término "veraneo", como hábito vacacional copiado de las élites sociales auspiciado por el aumento del nivel de vida, la mejora de las carreteras y la difusión del automóvil como medio de transporte familiar. Aparecerá también la clásica figura del "dominguero", cargado de neveras, filetes empanados (que luego se "reempanaban" de arena de playa), tortillas de papas, melones y sandías puestos a refrescar en la orilla y demás impedimenta necesaria para estas excursiones, tan recordadas por todos, que solían finalizar con la inevitable caravana de coches y las quemaduras por la acción solar.

Por el momento, dejemos el tema, recordando a Isabel la Católica cuando dejó esta frase (controvertida, sin duda) para la posteridad: "Los inviernos, en Burgos, los veranos, en Sevilla". Ahí queda eso. 




21 junio, 2021

Entre libros y sellos.

¿Dónde estuvo la única Biblioteca Pública de Sevilla allá por el siglo XVIII? ¿Dónde debía dictar un telegrama un sevillano de finales del XIX? ¿A dónde acudir para recoger una carta certificada o un franquear un paquete postal hasta 1930? 

 Quien haya accedido a alguna exposición en el patio del Real Círculo de Labradores, ubicado en plena calle Sierpes, habrá notado inmediatamente que no es un patio cualquiera, pues su decoración, barroca hasta la médula, lo convierte en uno de los más hermosos de la ciudad y quizá, de los más desconocidos, sobre todo por los avatares históricos que le ha tocado vivir. 


Pero como siempre, vayamos por partes:

Es sabido que la Orden de San Agustín tuvo en la Puerta de Carmona (y aún se conserva en parte) su Casa Grande, con portada de piedra, dependencias, claustro y templo, donde recibió culto durante siglos el famoso Cristo de San Agustín, desaparecido tras la quema de la Parroquia de San Roque en julio de 1936. Aparte de esa gran sede, que acogió obras de gran mérito de Murillo o Valdés Leal, los agustinos crearon un convento aparte en la zona próxima al Humilladero de la Cruz del Campo, con la intención de convertirlo en centro de formación para sus novicios, el Colegio de San Acasio (o Acacio). 

A comienzos del XVII, como cuenta doctor López Lorenzo, el colegio funcionaba a pleno rendimiento con el apoyo de doña Leonor de Virués y con fray Agustín Vallejo como primer Rector. En 1621 se constituye la biblioteca del colegio, pero al poco tiempo, apenas doce años después, se decide cambiar la ubicación, motivada quizá por lo inseguro de la zona o porque el edificio se hallaba en pésimas condiciones. 

En 1634 ya tenemos a nuestros escolares agustinos situados en su nueva sede, adquirida por 8.740 ducados, en la actual calle Pedro Caravaca, esquina con Sierpes y Velázquez, no era mal sitio. Del primitivo edificio poco se conserva, excepción hecha del magnífico claustro, ahora patio, atribuido desde siempre al arquitecto Leonardo de Figueroa, sobre todo por el diseño basado en pilastras salomónicas, el uso de diseños mixtilíneos y la gran profusión de adornos como florones, mascarones o jarras, recordando no poco a obras similares como la cúpula de la Magdalena, por ejemplo. 

Como detalle, entre 1696 y 1703 residió en el colegio de San Acasio la entonces llamada Hermandad el Traspaso, o lo que es lo mismo, la actual del Gran Poder; la cofradía provenía del convento de los Trinitarios Descalzos, en la actual Plaza del Cristo de Burgos, y la estancia en la sede agustina duró bien poco, imaginamos que debido a las escasas dimensiones de la capilla y de su puerta, con lo cual los cofrades del Señor de Sevilla decidieron de cambiar de nuevo de sede, trasladando sus imágenes titulares la Parroquia de San Lorenzo, donde habrían de residir durante más de dos siglos. 

En el año 1744 fallece en Madrid el Cardenal Fray Gaspar de Molina y Oviedo, a la edad de sesenta y cinco años. Este hecho, en principio poco relacionado con San Acasio, será de capital importancia al poco tiempo, pues en su testamento dejará un importante legado para el lugar en el que estudió de joven y en el que impartió clases ya en edad adulta: nos referimos a su voluminosa (nunca mejor dicho) biblioteca, conformada por 7.500 libros, muchos de ellos de gran interés y calidad y encuadernados primorosamente. Tras un litigio largo y pesado con sentencia favorable para los intereses hispalenses, los fondos fueron traidos desde Madrid, con la colaboración económica del Cabildo de la Ciudad que aportó 1.000 ducados, pues la intención era hacerlos accesibles a todos los sevillanos "con la condición de que la Provincia y el Colegio se obligasen a labrar, dentro del año de la entrega, pieza competente para colocarla y exponerla al público, para beneficio de los literatos de la ciudad". 

El 6 de octubre de 1749 se estrenaba la nueva biblioteca, tras construirse unas salas anejas al colegio con puerta a la calle Triperas (Velázquez); el horario de apertura dependía de la época del año, por las mañanas permanecía abierta de siete a once de la mañana y de cuatro de la tarde al toque de Avemaría de mayo a septiembre, mientras que de octubre a abril lo hacía de ocho a once de la mañana y de tres de la tarde al toque de Avemaría. Como curiosidad, el toque de Avemaría tenía lugar al atardecer de la jornda. El Cabildo de la Ciudad fijó una subvención anual a razón de 150 ducados, destinados a la conservación de los fondos, dotación de mobiliario y materiales y el salario del bibliotecario, siempre vinculado a la orden agustina, destacando la figura del Padre Garrido, principal valedor de la institución e incluso responsable del constante trabajo de clasificación y ordenación hasta su muerte en 1793.


 La invasión francesa privó a los agustinos de su colegio y a los sevillanos de su biblioteca entre 1810 y 1813, siendo ocupadas por las oficinas gubernamentales del Crédito Público. Tras un breve regreso, finalmente, en 1834 la Desamortización obligó al desalojo definitivo del edificio por parte de la orden agustina. ¿Qué pasó con el patio de Figueroa y la biblioteca?

En un principio, se instaló en él la Real Escuela de Nobles Artes, hasta 1850, año en el que se muda al exconvento de la Merced. Desde mediados del XIX, el edificio agustino quedó convertido en la sede del Servicio de Correos y Telégrafos, como ya comentamos en otra ocasión, de esos tiempos es la colocación de la montera de hierro y cristal que cubre y protege el claustro barroco, que aún permanece. Fue muy conocido el buzón instalado en la fachada de la calle Sierpes, acompañado de una cabeza de león que con su aspecto fiero parecía vigilar el destino de la correspondencia depositada. Del mismo modo, y para que sirva como referencia, en 1918 también radicaba en el edificio el Servicio de Teléfonos, que permitía conectar de modo interurbano con: Carmona, Utrera, Sanlúcar la Mayor, El Pedroso, Guadalcanal, la Palma del Condado, Badajoz y Zafra. La tasa era de 0,50 pesetas por tres minutos de conferencia o fracción y 0,25 pesetas por el aviso de conferencia. No olvidemos que existía también la modalidad del Telefonema (un arcaico antepasado del "wuasap", quizá), muy utilizada para comunicaciones con el extranjero.

Por otra parte, los fondos bibliográficos quedaron depositados las Casas Consitoriales para luego pasar, en 1878, a la Universidad de Sevilla, entonces en la calle Laraña. A día de hoy, se conservan en la sede actual de la calle San Fernando unos 1.300 volúmenes de la mencionada biblioteca pública, lo que da idea de la desaparición de gran cantidad de libros, fruto de expolios y pérdidas. 


 En 1926 el Ayuntamiento y el Estado acordaron permutar una serie de solares y edificios entre los que se encontraba el antiguo colegio de San Acacio. Así, mientras que el Consistorio entregaba a Madrid un terreno en la actual Avenida de la Constitución, el gobierno central otorgó al ayuntamiento la propiedad del edificio ocupado por Correos y Telégrafos hasta entonces, ya que en 1930 éste Servicio pasó a la Avenida, donde permanece en la actualidad. 

Foto: Reyes de Escalona
 
El Ayuntamiento, tras ocupar el inmueble de la calle Sierpes con parte de sus oficinas municipales (Servicio de Aguas, Reclutamiento y hasta un pequeño centro sanitario) durante algún tiempo, decidió al final enajenarlo, saliendo a pública subasta y siendo adquirido a la sazón por su actual propietario, el Real Círculo de Labradores, quien desde 1950, tras una serie de obras de adaptación y reforma lo sigue utilizando como céntrica sede social con el patio como escenario para certámenes y exposiciones.
 

Como se puede ver, un edificio siempre destacable por su historia y por el sorprendente (y barroco) patio que atesora.


14 junio, 2021

Puñonrostro.

Seguro que muchos, al leer el título de este post, habrán recordado automáticamente la calle de este nombre, situada en la misma Puerta Osario y que sirve de acceso al centro para no poca circulación rodada o transeuntes que buscan el sector de la Encarnación. El nombre siempre llamativo de esta vía nos hace retrotraernos en esta ocasión a finales del siglo XVI, cuando llega a Sevilla Francisco Arias de Bobadilla, Conde de Puñonrostro. Militar aguerrido y protagonista de numerosos lances y combates al frente de los Tercios de su majestad, sobre todo en Milán y Flandes, luchó a la órdenes de Don Álvaro de Bazán y fue arte y parte en el llamado "Milagro de Empel", acaecido durante la batalla librada entre holandeses y españoles entre el 7 y el 8 de diciembre de 1585. 

Gustavo Ferrer Dalmau: El Milagro de Empel. 

 Durante la misma, ante una inminente derrota española y una propuesta enemiga de capitulación, la respuesta de los mandos de los Tercios fue rotunda: «Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos». Sitiados en un montecillo, rodeados por el enemigo e inundados por las aguas del río Mosa por la rotura intencionada de sus diques, las exhaustas tropas hispanas encontraron aliento en el hallazgo bajo tierra de una pintura de la Virgen María, a la que se encomendaron con fervor. Aquella noche, las aguas se congelaron, dejando en desventaja a los navíos holandeses que asediaban a los españoles, circunstancia que fue aprovechada por éstos para lograr una victoria tan sorprendente que hizo exclamar al almirante Hohenloe-Neuenstein, de las Provincias Unida, contrincante de Puñonrostro: "Tal parece que Dios es español al obrar tan grande milagro". Desde entonces, la Inmaculada Concepción, cuya festividad litúrgica, como sabemos, es el 8 de diciembre, es tenida como Patrona del Arma de Infantería Española. 



Merced a su capacidad de organización y liderazgo, ejercerá también cargos importantes como asesor del Rey, sobre todo en el llamado Consejo de Guerra, en el que se decidían los asuntos relativos a las contiendas y enfrentamientos bélicos que la monarquía española llevaba a cabo por aquel entonces.

Con una impecable hoja de servicios como Maestre de Campo, Arias de Bobadilla es nombrado por Felipe II Asistente de Sevilla en 1597, contando entonces la edad de cincuenta años. Puñonrostro recibe el encargo con la lógica disciplina militar que le caracterizaba, y lo hace además con la encomienda, impopular sin duda, del urgente reclutamiento de tropas para los tercios que combatían por aquel entonces en media Europa y sobre todo para defender la provincia de un posible levantamiento morisco auspiciado por la corona inglesa.

Foto: Reyes de Escalona

Ya en la ciudad, el nuevo regidor se encontrará con los más diversos problemas relacionados con el orden público, afrontándolos desde su mentalidad castrense y haciendo política "manu militari", o lo que es lo mismo "ordeno y mando". 

Fruto de ello serán por ejemplo algunas disposiciones, como la del 29 de abril de 1597, cuando decretó concentrar en el Hospital de la Sangre o de las Cinco Llagas a todos los mendigos y pordioseros de Sevilla. El historiador trianero Francisco de Ariño lo contaba así en 1873: "fue el mayor teatro que jamás se ha visto, porque había más de dos mil pobres, unos sanos y otros viejos, y otros cojos y llagados, y mugeres infinitas, que se cubrió todo el campo y los patios del hospital y a las dos de la tarde fue su señoría acompañado de mucha justicia y con él muchos médicos y entraron en el hospital". A quienes se les consideró lo "suficientemente" pobres o ancianos, se le entregaron unas tablillas con cintas blancas donde decía "licencia para pedir", mientras que a los "no aptos" les ordenó que buscasen ocupación o trabajo en el plazo de tres días, bajo pena de cien azotes, nada menos. 

Del mismo modo autoritario centró sus esfuerzos en erradicar a los llamados "regatones", quienes revendían o especulaban con productos alimenticios de primera necesidad por encima de los precios establecidos y ajenos al control fiscal del cabildo de la ciudad, generando no pocos problemas y trifulcas; a buen seguro que quienes hayan visto la serie televisiva "La Peste", en su segunda temporada, reconocerán que la situación provocada en Sevilla por la la escasez de abastos, carestía y prácticas casi mafiosas tiene mucho que ver con esto que relatamos, incluyendo el perfil del Asistente Pontecorvo, encarnado en la ficción por el actor toledano Federico Aguado y que recuerda no poco a nuestro Puñonrostro. 

A mayor abundamiento, llegaron a circular coplillas populares en su honor, como éstas que transcribió Ariño: 

Eso si, cuerpo de Dios,
Bien haya el nuevo asistente,
Pues hace guardar la tasa
A toda suerte de gente.

A todos nos hace iguales.
Pues que no siendo jueces.
Nos hace comer barato 
Como el oidor y el regente.

Todo el mundo es veinte y cuatro. 
No hay quien no sea teniente.
Que todos somos justicia
Por los nuevos aranceles.

 A modo de anécdotas sobre cómo era el carácter de Arias de Bobadilla, baste comentar que en cierta ocasión prendieron a un pastelero por vender huevos al Cardenal Rodrigo de Castro, ¿El motivo? Al ser un artículo de lujo en aquella época, su precio estaba tasado en 5 maravedíes la unidad, y en este caso el Asistente comprobó, gracias al testimonio del repostero, que el Tesorero de Su Eminencia los había adquirido a 16, lo cual iba en contra de las disposiciones del cabildo y conllevaba pena de azotes; la intervención del propio Cardenal salvó al pastelero de la pena, aunque aquel hubo de entregar una limosna de cincuenta ducados para los pobre de la cárcel siguiendo la "sugerencia" de Puñonrostro. 

Igualmente, es muy conocido el episodio en el que, durante una ronda nocturna por tabernas y mesones, inquirió a una joven sobre su procedencia y motivos de trabajar en tan difícil lugar, a lo que la moza contestó que se hallaba allí para mantener a su hijo pequeño, fruto de una relación ilícita con cierto canónigo de la catedral que luego se desentendió de ambos pese a sus promesas iniciales; citado dicho canónigo ante la presencia del Asistente, Puñonrostro se encaró con el estupefacto y atemorizado eclesiástico, que esperaba cualquier cosa menos un lance como aquel, obligándole a entregarle a la joven la cantidad de cien ducados prometida bajo pena de perder la cabalgadura con la que se había desplazado hasta la residencia del regidor.

Tampoco descuidó el Asistente asuntos como la limpieza de las calles, emitiendo un Bando el 20 de agosto de 1597 por el que condenaba a multa de 20 maravedís y diez días de cárcel a todo aquel que arrojase aguas sucias por las ventanas, y si el infractor fuera esclavo y su amo no quisiera abonar la multa, que se le propinasen cincuenta azotes. 

Hasta incluso decidió, tal era su poder, sobre el vestir de las gentes, como cuando ordenó que todos los sevillanos vistieran de luto tras la muerte de Felipe II en septiembre de 1598; las crónicas cuentan que "hubo tanta falta de bayetas que subieron á 18 reales la vara, y no se hallaba, y para Inquisición, Audiencia, y Cabildo y Contratación de Indias se gastaron 48 piezas de paño muy fino, porque hasta los criados y escribanos públicos y toda la justicia y sus caballos y mulas hubo luto, que fué la mayor grandeza que jamás los nacidos han visto.

Finalmente, en 1599, para alegría de muchos y tristeza de otros tantos, Puñonrostro abandonó Sevilla en dirección a la capital madrileña, donde aún prestaría notables servicios a la corona, falleciendo en 1610.


07 junio, 2021

Volando.

Para muchos sevillanos, en pleno siglo XVIII, existían los OVNIS. 
 
La frase, así, como el que no quiere la cosa, tiene su miga, pero como veremos en esta líneas, todo tiene una explicación científica. 
 
Todo un experto en historia aeronáutica, el sevillano Javier Almarza, ha investigado concienzudamente sobre el deseo de volar por parte de los sevillanos en pleno siglo de la Ilustración, teniendo en cuenta que los hermanos Montgolfier, en el año 1782, habían conseguido hacer volar un globo aerostático no tripulado en Annonay, Francia, globo que alcanzó la nada desdeñable altitud de 250 metros de altura gracias al calentamiento del aire en su interior utilizando como combustible lana húmeda y paja. En pocos años, el invento se extendió por toda Europa como espectáculo público, sin olvidar que las travesías quedaban siempre sometidas al capricho de los vientos reinantes, ya que los pilotos o aeronautas carecían de un sistema de guiado o dirección efectivo. 


En España se tiene noticia de ascensiones aerostáticas a finales del XVIII en Barcelona o Madrid, siendo en este último caso curioso de reseñar cómo fue pilotado por el francés Charles Bouch, pintor por más señas, el 5 de junio de 1784. Realizado en papel o seda, comenzó a arder al poco de iniciar la exhibición, resultando herido tras saltar del artefacto en llamas (eran frecuentes los percances y accidentes teniendo en cuenta el combustible y materiales usados).
 
 ¿Y en nuestra ciudad? El profesor Almarza, navegando, nunca mejor dicho, entre legajos y documentos, consiguió averiguar con certeza que los primeros experimentos en esta materia aeronaútica se dieron en el seno del Real Colegio de San Telmo, ubicado en el palacio del mismo nombre y actual sede de la Presidencia de la Junta de Andalucía; como centro educativo, su labor se centraba en formar y preparar a futuros navegantes y pilotos, proporcionándoles avanzados conocimientos sobre matemáticas, geometría, cartografía, química, física y demás ciencias, de ahí que no es de extrañar que el llamado Diario Histórico y Político de Sevilla reseñase de manera escueta el día 21 de septiembre de 1792: 
 
"Hoy 21, del corriente, es la elevación del Globo Aerostático, en el Real Colegio de San Telmo, á la 5. de la tarde".
 
Desconocemos el resultado de ese primer vuelo y si los vientos fueron propicios, lo que sí se conoce es que unas semanas después se produjo un segundo intento con otro globo no tripulado, realizado probablemente con tejido de seda y elevado por calentamiento de aire o gas hidrógeno. En este caso, los protagonistas de la "hazaña" fueron Manuel de los Santos, que ostentaba el rango de segundo piloto en la carrera de Indias y era ex alumno de San Telmo y José Portillo y Labaggi, catedrático de matemáticas en el mencionado centro educativo. Como mencionaba el Diario Histórico y Político de Sevilla en el número correspondiente al 10 de octubre de 1792: 
 
"El dia 4 del corriente , a las 5 y media de la tarde se dio elevación a un Globo Acreostatico en la casa inmediata al Arquillo de Manuel Sánchez, Arrabal de Triana, construido por el segundo Piloto de la carrera de Indias Don Manuel dé los Santos: Ex-Colegial del Real de S. Telmo , baxo la Dirección del segundo Catedrático de Matemáticas del dicho Colegio D. Josef Portillo, cuyo Globo vino á caer a espaldas de S. Marcos, en la huerta del Convento de Santa Isabel, y recogido por los interesados en estado de poder ser útil."
 

 
(Un pequeño inciso, ya que las hemos mencionado, recordar que las religiosas de Santa Isabel andan recabando fondos para restaurar la magnífica portada renacentista de su convento y que toda ayuda económica es bienvenida)
 

 
Retomando la narración, mil disculpas por el inciso, decir que poco o nada se sabe de dónde estaba aquel Arquillo de Manuel Sánchez, aunque algunos autores afirman que existió un Arquillo de Sánchez en la que ahora es la trianera calle Fortaleza, entre Troya y Gonzalo Segovia; de igual modo, consultando el plano de Sevilla realizado por el Asistente Olavide en 1771 se puede comprobar que en la trasera del Convento de Santa Isabel existía una extensa zona de huertas que desapareció a comienzos del siglo XX tras la operación urbanística que supuso la apertura del Pasaje Mallol que uniría las Moravias, en San Julián, con la zona del Monasterio de Santa Paula. 
 
Recuperado el globo, quizá con el permiso de las religiosas sanjuanistas que por entonces ocupaban el convento, De los Santos y Portillo no cejaron en su empeño, y pocos días después, el 8 de octubre, el aerostato surcaba de nuevo los cielos de Sevilla, aunque en este caso con bastante mala fortuna como reseñó el referido Diario: 
 
"El Globo Areostatico que se anunció en el Diario número 40 haberlo recogido en estado de poder servir, se elevó segunda vez en el mismo paraje citado, el día 3 a las seis de la tarde, por los mismos sugetos, habiendo caído en la  huerta inmediata á la de las Ranillas y habiendo podido servir otra vez  á no haberse agolpado algunas gentes, y destrozadolo hechandole capotes , y dándole con palos para detenerlo temiendo se volviese a elevar."
 
 
Podemos imaginar la sorpresa que para muchos sería contemplar este tipo de Ovnis (a fin de cuenta, lo era para ellos) y la reacción que generaría entre la población ignorante de este tipo de avances científicos, sentimientos que abarcarían desde el temor hasta la ira, como podemos comprobar. Detalle curioso, la propia Iglesia, a través de sesudos tratados, trató de analizar teológicamente si el hombre como tal estaba destinado a volar según del plan de Dios, lo que generó no pocas controversias en una ciudad como Sevilla tan propicia a debates y discusiones. 
 
A De los Santos le salió ese mismo año otro "antagonista", José Domínguez, vecino de la collación del Sagrario, en la antigua calle del Mar (actual García de Vinuesa) desde la que el 4 de noviembre elevó un nuevo globo, de diez varas de circunferencia, o lo que es lo mismo, unos ocho metros. Se calculó entonces que habría alcanzado una altura de legua y media y que su recorrido se habría detenido al cabo de recorrer tres leguas, lo que serían unos quince kilómetros, sin que la crónica mencione dónde se produjo el aterrizaje, puede que los habitantes del Aljarafe quedasen sorprendidos por el vuelo lento y majestuoso de un artefacto como aquel, y que no pocos se santiguasen buscando la protección divina ante aquella "obra del Diablo" como la denominaron algunos. Por cierto, Domínguez ya había realizado sendos intentos anteriores con escaso resultado, pues un globo finalizó su trayectoria estrellado en el Colegio de San Telmo y otro en la zona de los Cuarteles, sin que hayamos descubierto a qué lugar correspondería tal denominación.
 
 Por último, como bien analiza el profesor Almarza, en 1796, con motivo de la visita a Sevilla del rey Carlos IV, el Cabildo de la Ciudad acordó celebrar el acontecimiento con diversos agasajos y festejos, entre los que se hallaba la ascensión de un globo, en este caso tripulado por el italiano Vicenzo Lunardi, quien en tiempo récord hubo de tenerlo todo dispuesto, no en vano el acto se programó para el domingo 28 de febrero. Lunardi, con una dilatada experiencia en vuelos aerostáticos en Europa a los que ya se daba cierto carácter de espectáculo y que incluso ya había volado para la Corte en el Buen Retiro, rogó encarecidamente al Cabildo sevillano que le proporcionase toda la ayuda necesaria, logrando los servicios de varias decenas de carpinteros y peones, el transporte del globo con su vistosa góndola y todos los componente químicos para inflar el artilugio, que, se supone, se elevó desde el coso taurino de la Maestranza aquel 28 de febrero, y decimos se supone porque por desgracia, ningún cronista estimó oportuno dejar por escrito aquel acontecimiento, será que aquel día no mirarían el cielo con detenimiento... 
 
Más sobre globos en Hispalensia, aquí


 

 

 


 



31 mayo, 2021

De Corpus.

 

No hace falta decirlo, pero en este año tan "pandémico", tampoco podrá celebrarse la festividad y procesión del Corpus Christi, al menos no con la habitual solemnidad, de modo que los pasos, el romero en las calles, las representaciones de hermandades y cofradías, los chaqués del "convite", los ternos litúrgicos ricamente bordados, los altares instalados en las calles, las colgaduras, toldos y reposteros, el desfile de la tropa rindiendo honores, la música de la coral de la catedral al aire libre, las sillas dispuestas en la Avenida, San Francisco o el Salvador y, en definitiva, toda la "liturgia" que acompaña a esta jornada eucarística tendrán que aguardar para mejor ocasión.


Recabando información sobre cómo era el Corpus hace quinientos o seisciento años, se puede comprobar que algunos detalles se han mantenido inalterables a lo largo de estos siglos, y que del mismo modo, otros se han visto perfeccionados o simplemente han desaparecido debido al inevitable paso de los años y la evolución de las costumbre y conceptos festivos, como se verá.

El culto a la presencia real y verdadera de Cristo como Cuerpo y Sangre consagrados en el Pan y el Vino de la Eucaristía es muy antiguo, y antiguos Doctores de la Iglesia, como Ignacio de Antioquía, Ireneo o Justino, destacarán muy mucho esa transubstanciación frente a herejías que negaban esa Presencia. En 1264, el Papa Urbano IV creó la festividad litúrgica del Corpus mediante la expedición de la bula "Transiturus de hoc mundo", contando para ello con el apoyo y sabiduría teológica de Santo Tomás de Aquino, quien compuso la Misa para esa fiesta y, entre otros, el más que conocido himno del "Pange Lingua", tan interpretado y cantado en cualquier acto eucarístico; además, se estableció la fecha, el primer jueves posterior a la octava de Pentecostés. Pasados unos años, en 1316, el Papa Juan XXII instituyó la celebración de la Octava del Corpus, posterior a la procesión. 

Aunque parece que el Corpus se celebraba ya en Sevilla en el siglo XIII, sin datos fidedignos, el historiador local José Gestoso (1852-1917), estableció que las primeras noticias documentadas que se conocen sobre el Corpus en la catedral de Sevilla datan del año 1454, cuando se toman varios acuerdos relativos a preparativos para la celebración, como por ejemplo los días empleados por diversas cuadrillas de operarios del cabildo de la ciudad para allanar "los foyos et barrancas de las calles", lo que nos da idea del pésimo estado de conservación del suelo, con baches y escasa pavimentación, algo  que desluciría y hasta haría peligrar sin duda el transitar cualquier cortejo procesional. 

 Además, Gestoso constató la colocación de toldos en el llamado Corral de los Olmos (actual Plaza de la Virgen de los Reyes), donde por aquel entonces radicaban tanto el cabildo de la ciudad como el catedralicio, sin olvidar la instalación de los "tapices del arzobispo" en las Gradas (calle Alemanes y Avenida) para en cierto modo redecorar las fachadas de los edificios por los que pasaría la procesión. 

El olor, el buen olor, era fundamental en unos tiempos en los que además de restañar los baches se procuraba para el Corpus retirar el estiércol de los animales de carga y los montones de inmundicias que se agolpaban en las calles, (ya se sabe, aquello de "agua va" era cotidiano), de ahí que también fuera requerida la  utilización de hierbas aromáticas como el romero, el arrayan o el alcacel (especie de pasto verde de cebada), no sólo en las calles, sino en el interior del propio templo catedralicio. A ello habría que sumar el perfumado humo del incienso quemado por parte de los doce mozos que encabezaban la procesión portando también hachas de cera con un peso de una arroba (unos doce kilos) yendo decorados estos cirios con imágenes pintadas de ángeles y flores. 

El sonido de las campanas y campanillas se vería acompañado por la algarabía y el murmullo del pueblo que contemplaba embelesado la procesión (aunque no faltasen altercados) y por la música que brotaba de ella misma, contándose aquel lejano año de 1454, con la participación de dos órganos portátiles, casi nada, más veintisiete cantores entonando himnos, por no hablar de otros ocho ataviados con jubones y guirnaldas en la cabeza y  otros seis vestidos de ángeles tañendo instrumentos; como se ve, no era una procesión silenciosa precisamente. Incluso habría hasta juglares, como un tal Juan Canario, documentado por Gestoso y por su puesto las inevitables Danzas, de las que ahora únicamente sobreviven los Seises. 

¿Y para recrear la vista? Todo un espectáculo, "La Roca", o lo que es lo mismo, una especie de carro triunfal en el que se representarían escenas bíblicas en movimiento con las que catequizar al pueblo que asiste a la celebración. Provista de toda una serie de mecanismos e ingenios, a través de portezuelas o poleas se conseguían "efectos especiales", como la salida del sol o de la luna, rayos o truenos, e incluso el canto de los pájaros, a cargo de personal contratado al efecto que iba situado bajo los "faldones" de este artefacto en la que tampoco faltaban Cristo y la Virgen o los cuatro Evangelistas, representados por actores. Por cierto, al que intepretaba a Jesús se le pagaban cien maravedías, y al resto, veinticinco. Con el tiempo, la "Roca" dará lugar a los "Castillos", que normalmente se montaban en los patios del Alcázar y con los que llegarán a competir los diferentes gremios de la ciudad en belleza y espectacularidad, casi antecedentes remotos de los Pasos de Semana Santa y de los autos sacramentales. Como elemento consustancial, aún pueden contemplarse en otras ciudades españolas, como Valencia

 

Junto con la Roca, la Tarasca, dragón o serpiente monstruosa de siete cabezas, símbolo del pecado, elemento jocoso para la diversión también y que precedía a todo el cortejo, huyendo simbólicamente del Bien representado por Jesús Sacramentado. Su montaje y decoración recayó en diferentes gremios hispalenses, como el de tejedores o el de poceros, con el detalle curioso de que, como ha documentado la profesora María Jesús Sanz, en 1519 hubo que reparar la Tarasca "poniéndole una lengua de la misma hechura que la vieja y un pectoral de cascabeles y dos nísperos que sonasen bien colgados de las orejas". Desaparecida en Sevilla en el siglo XVIII, la Tarasca aún perviven el el Corpus de Toledo, Granada o Valencia.

Cofradías, hermandades gremiales, órdenes religiosas (sólo las masculinas), cruces parroquiales por orden de antiguedad, la Hermandad Sacramental del Sagrario, canónigos, capellanes reales, antecedían al punto álgido de la procesión, presidiéndola, el Arca con la Eucaristía, portada con la máxima reverencia y acompañada, lógicamente, por todo un "convite" de autoridades, magistrados, aristócratas, cónsules, y caballeros; y al decir "convite" aludimos no sólo al aspecto protocolario, sino también al agasajo, como por ejemplo el que que en 1496 ofreció el Cabildo de la Catedral a sus invitados tras la procesión, consistente en cerezas, brevas, ciruelas y vino blanco. Se entiende que aquel frugal banquete tuvo que mejorar a lo largo de las siguientes décadas, pues en 1530, por ejemplo, además de frutas y vino, se sirvieron pollos, palominos, ternera, perniles de tocino, pasteles, limones para la ternera y azúcar, a lo que habría que añadir el famoso "manjar blanco", especie de crema dulce aromatizada con canela y realizada a base de almidón de arroz, azúcar y almendras, entre otros ingredientes y muy apreciada por cualquier comensal de la época. 

Como se ve, la fiesta del Corpus en Sevilla entraba por los cinco sentidos... 


24 mayo, 2021

Animalitos.

 En no pocas ocasiones hemos relatados pormenores sobre la historia y detalles de las calles sevillanas, con especial atención a aquellas en las que vivieron personajes dignos de mención, u otras en las que acontecieron hechos merecedores de ser recordados por su importancia o simplemente por lo anecdótico. En el nomenclátor (callejero) hispalense hay sitio para reyes, santos, artistas, políticos, nobles, lugares, batallas, ríos, templos, cristos, vírgenes... y animales. ¿Lo comprobamos?

Aunque muchos de esos nombres han ido desapareciendo con el tiempo, los cronistas e historiadores han consignado bastantes calles que tuvieron nombres de especies del llamado reino animal, muchas veces por causas justificadas (presencia de criaderos, existencia de cuadras, etc) y muchas veces por situaciones curiosas, como comprobaremos. 

En el caso de la calle Águilas, que aún conserva su nombre, éste se debe, como muchos recordarán, a las águilas que coronan la hermosa y poco vista (demasiado tráfico rodado) portada de mármol del palacio que está situado en el número 16 de la calle, palacio además que fue la casa natal de uno de los héroes y mártires sevillanos de la Guerra de Independencia contra los franceses allá por comienzos del siglo XIX: José González Cuadrado. 

Si continuamos con las aves, dejando a un lado la Barriada de los Pájaros (1962) o el Cerro del Águila, creadas en los "felices años veinte" del pasado siglo XX, tendríamos que hablar de la calle de la Pava (actual calle Viejos) o la conocida Plaza del Pelícano, antigua de Santa Lucía, que recibió tal nombre, sin que se sepan bien los motivos, en el año 1869. También merece nuestra atención, si seguimos con pájaros, la calle Gallinas, o lo que es lo mismo, el trozo comprendido entre Feria y Torres, actualmente llamada de Antonio Susillo, donde tuvo su taller y estudio, en el número 11, el escultor e imaginero Antonio Illanes, o la actual calle Gallos, en el barrio de San Román, que en el siglo XV se llamaba calle del Espejo pero que en 1845 vio modificado su nombre por existir en ella un reñidero de gallos para sus peleas, en un edificio con planta circular "para reñir gallos ingleses", diversión entonces muy popular, ya que existieron otros "reñideros" en Sevilla, como por ejemplo el ubicado y bastante célebre de la calle Doña María Coronel. 

Especial atención merece la Glorieta de las Golondrinas, en el sector norte de Sevilla, en lo que habría sido el antiguo camino de la Algaba; junto a ella se conserva, casi destruida, la muy conocida Venta de los Gatos, pieza clave en un relato de Gustavo Adolfo Bécquer. La zona, repleta de viviendas y bloques desde los años setenta, se edificó sobre los restos de una antigua y extensa huerta que recibió varios nombres a lo largo de los años: del Hoyo (1870) de la Estrella (1884), o de la Rana (1959). 


 Por supuesto, la calle Pajaritos, que desemboca en Francos y que se llamó de Melgarejos y de la Imprenta, por estar allí instalado el taller de Cromberger, uno de los primeros y más antiguos de la ciudad; lo de "Pajaritos" tiene origen al parecer en torno a principios del XVII en cierta taberna con ese mismo nombre, que incluso es citada por Tirso de Molina en "El Burlador de Sevilla", o lo que es lo mismo, el antecedente de nuestro afamado Don Juan Tenorio.

Por último, en lo que respecta a animales "alados", habría que recordar calles como la de la Paloma (actual Faustino Álvarez), la del Ganso (actual Golfo, callejón sin salida en el barrio de la Alfalfa, junto a Pérez Galdós), una antigua barreduela desaparecida de la calle Francos, llamada de la Garza y el callejón de Faisanes (de buenos recuerdos para quien suscribe), perpendicular a Entrecárceles y que en el siglo XV también se llamó de los Gaiteros. 

Si seguimos con nuestro recorrido "zoológico", ahora con los mamíferos, encontraremos una calle llamada desde 1502 hasta el siglo XIX de los Perros, ahora casi oculta o absorbida por edificios de la calle Alemanes y Hernando Colón, ya que se trataría de una antigua calleja de la Alcaicería de la Seda, pues se sabe que en 1633 se vendía allí tal mercancía. También recibieron ese nombre "canino", calles como Aceituno, Enladrillada, Adriano o Rioja en diferentes momentos de su historia, imaginamos porque en ella vivirían animales de esa raza de características tan especiales como para dar nombre a una vía. No podría faltar el denominado "rey de la selva", ya que la calle Felipe Pérez, entre Cabo Noval y la Avenida de la Consitución (la trasera del Banco de España, para entendernos) recibió el nombre de León entre 1845 y 1913, cuando tomó los apellidos del poeta sevillano fallecido ese año.Casi para terminar, parte de la actual Plaza de Doña Elvira se llamó antiguamente Plazuela de los Caballos, por estar allí situado el picadero propiedad de los Condes de Gelves.

En lo que respecta a los habitantes del mar, baste recordar que toda una sección de la Barriada de San Jerónimo posee calles con nombres marinos (Corvina, Pez Espada, Tiburón, Acedía, Coquina...) y que un tramo de la ahora llamada calle Gerona se llamó Sardinas desde 1452 hasta 1845, calle en la que vivió Juan Ramón Jiménez en el siglo XIX en una etapa en la que el de Moguer acudía a pintar al Palacio de las Dueñas o la Casa de los Artistas, no lejos de allí. Lo de Sardinas quizá tuviera que ver con que en la Plaza de los Terceros estuvieron asentados ciertas freidurías de pescado, aunque hay que afirma que en aquella calle se almacenaba este pescado en salazón con destino a alimentar las tripulaciones de la Flota de Indias. 

Como colofón, aunque a buen seguro se nos quedan algunas calles en el tintero, la siempre recordada calle Burro, llamada así desde al menos 1713 y uno de cuyo extremos desemboca en Puente y Pellón; en 1845 recibió la denominación que hoy conserva, en honor al hijo de Fernando III el Santo que concedió a la ciudad el lema de "Nomadejado", aunque en este caso el pueblo sevillano hizo suyo el juego de palabras con la calle y sus nombres, de ahí la conocida frase "Don Alonso el Sabio, antes Burro"

Fotos: "Reyes de Escalona". Con nuestro agradecimiento.