16 agosto, 2021

La escritora de la calle Francos.

 Probablemente, una de las calles más transitadas del entorno de la Plaza del Salvador sea la que arranca (o finaliza) en la calle Francos y concluye en la propia plaza, casi frente por frente a Álvarez Quintero, justo donde estuvo durante años un establecimiento comercial bastante conocido y dedicado a la confección infantil, sobre todo para Primeras Comuniones: "El Paraíso". 

La calle, ya lo habrán adivinado, es la dedicada a la escritora sevillana Blanca de los Ríos, aunque a lo largo de su extensa historia recibió nombres de lo más variado, desde Cordoneros (allá por 1408) hasta Agujas o Agujeros, que derivó en "Abujeros", tal como recogió Santiago Montoto. Como detalle curioso, también se le llamó calle de Martín Morales, quizá en alusión a algún vecino destacado.


En 1880 y 1920 la calle sufrió sendas reformas en el tramo del Salvador, donde se derribó parte de la acera de los pares para ampliar la plaza, con lo cual quedó un espacio mayor que hasta permitió ubicar un quiosco que ha llegado hasta nuestros días (el de "Carmelita", para los niños del Salvador de los años 70 y 80 del pasado siglo). Se sabe que en pleno XVII ya estaba empedrada, lo que da, como siempre, idea de su importancia. En la esquina de calle Villegas destaca un importante edificio regionalista de Juan Talavera, la llamada "Casa Pérez Salvador" (1920-1923), en uno de cuyos bajos muchos aún quizá recuerden la desaparecida Librería Internacional de Lorenzo Blanco, fundada en 1923.

En cuanto a su función, a lo largo de la historia fue eminentemente comercial, como lo atestiguan la presencia de tiendas de paños en el siglo XIV, la de cordoneros o la de fabricantes de agujas, todo ello en relación con los nombres antes aludidos para la calle. Gozó siempre de gran prestigio como lugar, prueba de ellos es que en el siglo XVIII formó parte del recorrido en varias procesiones extraordinarias de la Virgen de los Reyes. 

En la actualidad sigue siendo calle de tiendas y comercios, de trajín para compras en mayo o en Navidad, aunque cerrara sus puertas la clásica tienda infantil "Jardilín" sustituida por un negocio de hostelería en la misma esquina con el Salvador. 

Un hermoso azulejo pintado por Gustavo Bacarisas, recuerda el nombre de Blanca de los Ríos, a quien se puede considerar como una escritora perteneciente a la Generación del 98. Había nacido el 15 de agosto de 1859 en el número 15 de la cercana calle Francos, y era hija de Demetrio de los Ríos, afamado arquitecto, director de las excavaciones de Itálica, autor del monumento a Murillo de la Plaza del Museo y defensor a ultranza de la conservación de varias parroquias sevillanas durante el periodo revolucionario de 1868, consiguendo evitar el derribo de San Marcos o Santa Catalina. La madre de Blanca, María Teresa Nostench, habría destacado en la faceta pictórica, llegando a ganar varios premios por su obra, sin olvidar a otro familiar muy destacado, también con calle en Sevilla: José Amador de los Ríos, tío de Blanca y eminente arqueólogo e historiador. 

Con este ambiente intelectual en la familia, no es de extrañar, por tanto, que la enfermiza Blanca de los Ríos se dedicara a la literatura desde su infancia, siendo apodada como "La Escritora" en los colegios de monjas por los que pasó. Con apenas siete años dictaba a su hermano José los párrafos de una novela que tituló "La Estrella de Sevilla", aunque contaba que la destruyó al enterarse por su madre de que Lope de Vega se le había adelantado en título y argumento siglos antes. No cejó en su empeño, y en 1878 publicó, esta vez sí, su primera novela: "Margarita". 

A partir de ahí, nunca cesaría de escribir, de estudiar, de indagar, de publicar, tanto en el terreno lírico (usaba como seudónimo "Carolina del Boss") como en el novelístico o ensayístico, ganando justa fama como conferenciante por toda España, ocupando también lugar preferente sus investigaciones sobre Tirso de Molina o Teresa de Ávila. 

Mario Méndez Bejarano la calificó en 1925 de "Niña precoz, mujer de alto pensar y admirable decir, poetisa, novelista, investigadora, dio en su juventud flores de poesía y en su madurez óptimos frutos. La cultura española agradecerá más los últimos; nosotros, estimándolos mucho, seguimos enamorados de las primeras", mientras que su amiga Emilia Pardo Bazán la describió como: “sencilla, tímida, de endeble salud, de vasta y bien guiada instrucción, de carácter plácido que oculta una tenacidad sorprendente”

En un mundo intelectual copado por hombres, Blanca de los Ríos supo hacerse un importante hueco dentro del panorama posterior a la crisis de 1898; en 1918 funda la revista "Raza Española", al hilo del hispanismo tan en boga en aquellos momentos que impulsaba, por ejemplo, la sevillana Exposición Iberoamericana que se inauguraría, tras no pocos retrasos, en 1929.

Durante su vida, viajará con frecuencia a París y Madrid, donde se establecerá definitivamente tras contraer matrimonio con el arquitecto Vicente Lampérez; allí proseguirá colaborando en diversas revistas de la época, preocupada por la situación nacional, será discípula de Menéndez Pidal y mantendrá una estrecha amistad, como hemos mencionado, con la gran Emilia Pardo Bazán, a quien seguirá como segunda socia femenina del Ateneo de Madrid, aunque lamentablemente, al igual que Concha Espina, Carmen de Burgos o la propia Pardo Bazán, viera rechazada su candidatura (apadrinada por los hermanos Álvarez Quintero) para ingresar en la Real Academia de la Lengua. Cosas de otros tiempos.

En 1922, entrevistada por el periodista González Fiol sobre si era feminista, contestó: 

“Sí, señor. La mujer es tan apta para toda clase de disciplinas como el hombre. Lo prueba la Historia, que si en número ofrece menos reinas que reyes, en grandeza muestra más, [...] Eso no quita para que yo crea que la mujer tiene su misión peculiar. A mí no me gusta en este problema del feminismo sacar las cosas de quicio. Con todos sus derechos, me gusta que el hombre sea muy hombre; pero con los mismos derechos, la mujer, muy mujer”
 
Entre 1927 y 1929 se hará presente en la política española, ostentando el reseñable puesto de Diputada en la Asamblea Nacional del General Primo de Rivera, y también recibirá importantes condecoraciones y premios a lo largo de su extensa y dilatada trayectoria, como la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio o la Medalla al Trabajo, continuando con una ingente labor como crítica literaria y publicando y editando tras la Guerra Civil gran parte de la obra de su admirado Tirso de Molina, con tiempo incluso para divulgar aspectos poco conocidos sobre Cervantes y el Quijote o de nuevo Santa Teresa.

Hija Predilecta de Sevilla desde 1916, año en que la calle recibirá su nombre, fallecerá en la capital de España en 1956, siendo la única mujer sepultada en el Panteón de Hombres Ilustres que posee la madrileña Asociación de Escritores en la Sacramental de San Justo de Madrid. Aunque lejos de su ciudad, el nombre de Blanca de los Ríos siempre formará parte, no solo del callejero hispalense, sino de su historia literaria.

20 julio, 2021

Santas Patronas.

No cabe duda de que nuestra catedral hispalense atesora un sinfín de obras de arte de valor innegable. De hecho, puede considerarse un auténtico museo, sin olvidar claro está su papel litúrgico como primer templo de la ciudad. Aprovechando que hemos tenido cerca la festividad de las Santas Justa y Rufina, co-patronas de Sevilla desde tiempo inmemorial, en esta ocasión nos acercaremos a una pintura bastante especial sobre ambas, más que nada por su autor y por las características con la que fue creada, algo alejadas de las convenciones del estilo barroco. Pero como siempre, vayamos por partes. 

A lo largo del primer tercio del siglo XVI la catedral de Sevilla va a experimentar profundos cambios en su fisonomía, empezando por la reforma de la torre-campanario, a la que se añadirá un nuevo cuerpo de campanas y un remate que la hara mundialmente famosa, la Giralda o veleta, y toda una serie de capillas, patios y dependencias para el normal desarrollo de la vida del Cabildo Catedralicio, órgano rector del templo. Entre estas reformas figurará la creación de la llamada Sacristía de los Cálices, situada en el testero sur del edificio y en cuya creación intervendrán maestros arquitectos de la talla de Gil de Ontañón, Diego de Riaño o Martín de Gainza, quien será quien finalmente le añada una bóveda de crucería aunando el gótico y el renacimiento en cuanto a estilos. 

Tradicionalmente, la sacristía fue empleada por los canónigos, capellanes y demás dignidades del Cabildo para orar y revestirse a la hora de participar en los diferentes oficios religiosos, aunque en la actualidad ha quedado convertida en sala de exposición que alberga obras de Zurbarán, Luis de Vargas, Alejo Fernández y Francisco de Goya.

Precisamente del genial pintor aragonés se guarda en esa sacristía un gran lienzo dedicado a Santa Justa y Rufina, lienzo que además aparece firmado en la parte inferior izquierda del cuadro dentro de un fragmento de papel con este texto: "Francisco de Goya y Lucientes, Cesaraugustano y Primer Pintor de Cámara del Rey". El hecho de la firma es toda una declaración de intenciones, dejando bien clara su intención de afirmar la autoría de la obra e incluso aludiendo a su patria chica y a su cargo en la corte española.


A la hora de concretar el encargo, jugó un papel fundamental Agustín Ceán Bermúdez, historiador y amigo personal del pintor; ambos visitaron la catedral en septiembre de 1817. Goya, que ya había estado en Sevilla en 1793 y en 1796, había sido recientemente procesado por la Inquisición a cuenta de su Maja Desnuda (1815), se hallaba en plena madurez artística cuando recibe el encargo del Cabildo de la Catedral, de hecho acababa de publicar su famosa serie de estampas sobre la Tauromaquia y en pocos años iniciaría una deriva artística hacia un estilo más sombrío y oscuro que culminaría con las llamadas Pinturas Negras. Como curiosidad, durante su estancia en Sevilla Goya midió el espacio donde se colgaría su pintura, teniendo en cuenta la luz, las distancias del espectador y la perspectiva; se hospedó en el domicilio de otro pintor, poco conocido pero importante en su época: José María Arango, quien llegó a ostentar el cargo de Director de la Academia de Bellas Artes y a quien Goya regalará un retrato realizado por él.


Es tradicionalmente sabido que el martirio de Justa y Rufina tuvo lugar en la Hispalis romana allá a finales del siglo III, en tiempos del emperador Diocleciano y que fue debido a la negativa por ambas hermanas, nacidas en el barrio de Triana según la misma leyenda que sostiene que ambas eran alfareras, de adorar a la diosa Salambó durante su procesión (se ve que a los hispalenses ya les gustaban las procesiones en aquellos tiempos). A la negativa se unió el hecho de destrozar la imagen de la diosa tras dejarla caer de sus andas, crimen sacrílego por el que fueron encarceladas (se conservan las Santas Cárceles en los subterráneos de los Salesianos de la Trinidad), torturadas y finalmente ejecutadas. Se cuenta que el entonces obispo Sabino recogió ambos cuerpos y les dio cristiana sepultura en lo que se dio en llamar el Prado de Santa Justa que dio nombre a la actual estación ferroviaria.

Precisamente como mártires las representa Goya en su pintura, portando en sus manos las hojas de palma, símbolo clásico de la victoria, por no hablar de la efigie de un dios despedazada en el suelo, el león que lame sumiso el pie de una de las santas y la abundancia de loza y cerámica en alusión clara a la profesión de ambas santas. Alejándose de escenografías amables, el pintor sitúa la escena en un ambiente sombrío y lluvioso, con abundancia de tonos negros, blancos y azules, oscuridad que acentúa el dramatismo de la escena, situada al aire libre y con vaga similitud al estilo del Greco. Como contraste, Justa y Rufina alzan la mirada al cielo desde donde reciben dos haces de luz que iluminan sus rostros, a manera de mensaje divino. De fondo, apenas esbozada, la Giralda recuerda el protagonismo milagroso de las dos santas durante el terremoto de 1504 cuando según las crónicas la torre se salvó gracias a la intervención milagrosa de ambas. 

La obra quedó finalizada a finales de 1817, ya que en enero de 1818 Ceán Bermúdez relataba que el cuadro había sido entregado previo pago de los acordados 28.000 reales por parte de los canónigos sevillanos, una cantidad bastante generosa todo hay que decirlo y que parte de la ciudad había quedado vivamente impresionada por la obra, mientras que la otra no terminó de aceptar la composición ni el estilo, dándose la circunstancia de que incluso surgieron falsos rumores, auspiciados quizá por otros artistas, de que las modelos empleadas por el genio de Fuendetodos eran dos prostitutas madrileñas, llamadas Ramona y Sabina; incluso el viajero romántico Richard Ford llegó a hacerse eco del bulo (o "fake new", en nuestros días). Mide el lienzo 3 metros de altura y 1,80 de ancho.

El profesor Hernández Díaz, toda una eminencia en el ámbito de la Historia del Arte, escribió sobre esta pintura allá por 1946:

Goya, consecuente con su propia trayectoria artística y espiritual, buscó el símbolo imprescindible a todo lo religioso en los accesorios de la composición, representando, en cambio, las figuras con toda la fuerza expresiva que la interpretación clara y distinta del natural requiere y con el máximo sentido ascético que le fué posible conseguir.

 Resaltar que la pintura estuvo durante mucho tiempo situada en uno de los laterales de la sacristía, ya que el altar principal lo presidió el Cristo de la Clemencia o de los Cálices, venido a esta zona de la catedral procedente de la Cartuja de Santa María de las Cuevas en 1836 tras la Desamortización de aquel Monasterio. Igualmente, el cuadro sufrió varios desperfectos a comienzos del siglo XX durante unas labores de pintura en las que resultó manchado, siendo restaurado en dos ocasiones en los talleres de restauración del madrileño Museo del Prado en los años de 1977 y 2001. Indicar que en 1992 el Cristo de los Cálices fue trasladado a su actual ubicación de la Capilla de San Andrés en la Catedral, lo que sirvió para que nuestras Santas Patronas volvieran a su lugar inicial, presidendo la sacristía.

 

 


12 julio, 2021

Manolito.

 

Desde prácticamente siempre, nuestra ciudad ha generado toda una serie de tipos o personajes muy concretos, a medio camino entre lo entrañable y lo picaresco; en alguna ocasión ya ha paseado por estas páginas el Loco Amaro, sin que pueda olvidarse al casi bufonesco "Bizco Pardal" o soslayarse la figura simpática y bonachona de "Antoñito Procesiones", las rondas nocturnas sorteando automóviles de "Vicente el del Canasto" o más recientemente la pareja formada por Juan Joya y Antonio Rivero, o lo que es lo mismo, el "Risitas" y el "Peíto" que tanta fama mediática alcanzaron con Jesús Quintero en sus programas televisivos. 

A caballo entre el siglo XVIII y el XIX, vivió en Sevilla otro individuo digno de haber aparecido estelarmente en los actuales medios de comunicación por su capacidad para el relato y la exageración. El Deán López Cepero y también Manuel Chaves Rey han dejado detalles sobre la curiosa biografía de Manuel Gázquez, o mejor dicho, Manolito Gázquez, que fue como mejor se le conoció y como se hizo popular en su época. 

 
Había nacido a mediados del siglo XVIII y tenido una infancia difícil y llena de penurias, con muchas privaciones. Tras no pocas vicisitudes, logró establecer su propio negocio, una tienda de lámparas de aceite hechas de cobre ("velones") realizadas por él mismo de manera artesanal, situada en la entonces calle Gallegos, actual Sagasta. Del mismo modo, contrajó matrimonio con Teresa, una joven de menor edad que la suya no exenta de gracia y belleza al decir de sus contemporáneos. Su tienda y taller no tardó en convertirse en punto de reunión para tertulias y charlas para clientes y parroquianos, donde Gázquez era protagonista por sus opiniones y chanzas, siempre cercanas al embuste o la onomatopeya, pero siempre también eludiendo temas obscenos o escabrosos, todo hay que decirlo.

Manolito era de baja estatura, grueso y mofletudo, y tras su rostro siempre amable y sonriente se dejaba ver en parte su carácter, como veremos. Pero a mayor abundamiento, demos voz al Deán López Cepero, que lo trató durante años, para que lo describa con su fina prosa: 

"Gázquez conservó siempre cabal su dentadura, vivos los ojos y más agraciado el semblante de lo que sus años permitían, porque era tal su robustez y grosura, que las arrugas no habían podido desfigurarle, y así es que mientras no hablaba, lejos de excitar el ridículo tenía un aspecto a todas luces venerable. Era graciosamente balbuciente, aunque sin tartamudear, pero no hallando su fantasía, por falta de instrucción, medios de expresar lo que concebía, ni manera de referir las cosas maravillosas que se figuraba, adquirió fama de embustero, siendo así que nada era más ajeno a su carácter que la mentira."

Aficionado fiel a los toros, apoyó fervientemente como partidario al diestro Pepe Illo, de quien fue amigo personal y a quien llamaba "Señor Pepe"; se cuenta que incluso intentaba aconsejarle a grandes voces durante la lidia desde su localidad en el tendido, sin que sepamos a ciencia cierta si el matador seguía las recomendaciones, o si sufría las consabidas "broncas" por cómo había hecho tal o cual suerte en el ruedo.

Igualmente, como buen sevillano de su tiempo, era gran devoto de los Rosarios Públicos, tan en boga en aquellos años, en los que tomaba parte con especial protagonismo, dado su virtuosismo con el fagot o piporro, aunque Manolito, con su peculiar pronunciación lo llamaba "Pimpoddo". Haciendo alarde de su capacidad como músico, circulaba esta anécdota, contada presumiblemente por él mismo y fruto de su inagotable imaginación: 

"En cierta ocasión -dijo-, quise pasmar a Roma y al Padre Santo. Para ello entré en da iglesia de San Pedro un día del Santo Patrón el primer Apóstol. Allí estaba el Papa y dos cardenales, y ciento cincuenta y cinco obispos, y toda la cristiandad. Tocaban veinte órganos y muchos instrumentos, y más de mil pitos y flautas, y entonaban el Pange linguae dos mil y cincuenta voces. Llega don Manolito con su casaca (iba yo de corto) y me pongo detrás de una columna que hay a la entrada por Oriente, así conforme se entra a mano derecha, y cuando más bullicio había, meto un "pimpoddazo" y toda aquella algazara calló y la iglesia hizo bum, bum a este lado y al otro como para caerse. A poco siguió la función, creyendo el Consistorio que el terremoto había pasado, y entonces meto otro "pimpoddazo" de mis mayúsculos, y la gente se asusta, y el Papa dijo al punto: «O el templo se viene abajo, o Manolito Gázquez está en Roma tocando el pimporro.» Salieron a buscarme, pero yo tenía que hacer, y me vine a Sevilla para ir al rosario."

José Rico Cejudo (1864-1939): Preparando el Rosario. 1922.

Como comentábamos no hace mucho, frecuentó el famoso Puesto de Aguas de Tomares, situado al pie del Puente de Barcas frente a Triana; analfabeto como era (aunque afirmaba que si supiera leer sería más sabio que Séneca) promovía la lectura "comunitaria" de la madrileña Gaceta, abonando una moneda como lo demás oyentes a un "lector", gracias a lo cual se convirtió en todo un analista de las estrategias y tácticas de Napoleón, invicto entonces en los diferentes campos de batalla europeos. Detalle a tener en cuenta, en aquellos años primeros del XIX llegaban a Sevilla desde Madrid únicamente cinco ejemplares del citado "rotativo". 

Serafín Estébanez Calderón, en sus "Escenas Andaluzas" de 1847, lo retrató como un auténtico "opinador" de su tiempo, ya que eran muchos los que acudían a la antedicha tienda a escucharle valorare los más variados temas de política, toros, religión e incluso esgrima, como cuando en cierta ocasión presumió de evitar mojarse durante un temporal gracias a las estocadas que fue dando por la calle cortando a la propia lluvia. Ni que decir tiene que su fama y sus "historias" sobrepasaron a su propio protagonista, atribuyéndosele chanzas o cuentos que en modo alguno salieron de sus labios, baste decir que en 1855 se publicó la comedia en verso "Manolito Gázquez", obra del dramaturgo Mariano Pina, en la que aparece como protagonista absoluto con sus exageraciones en compañía de su mujer, Teresa y del Tío Fatigas.

Para fortuna, o para desgracia suya, Manolito Gázquez falleció en Sevilla, víctima de una enfermedad pulmonar en abril de 1808, apenas un mes antes de los sucesos del Dos de Mayo de Madrid y del inicio de la Guerra de Independencia contra Francia. A buen seguro, que como patriota convencido habría sido el mejor narrador de la contienda y quizá, quien sabe, uno de sus más gloriosos héroes, eso sí, siempre desde su particular visión de la realidad...

05 julio, 2021

Fresquita.

La pasada semana, en nuestro post sobre cómo eran los antiguos veranos en nuestra ciudad, aludíamos a la habitual existencia de fuentes de agua y puestos de agua, destinados a solventar en parte el problema de la distribución del líquido elemento entre la población. Como se sabe, la ciudad contaba con los míticos Caños de Carmona, que distribuían el agua entre casas nobiliarias, conventos, Reales Alcázares y demás edificios importantes, destinándose parte de su caudal a toda una serie de fuentes públicas, surtidores que además se alimentaban de diversos manantiales cercanos a la ciudad, como la denominada Fuente del Arzobispo, que brotaba de un venero situado en la actual Carretera de Carmona o la Fuente de la Albarrana, en el Parque de Miraflores, que aprovisionaba al Hospital de la Sangre o de las Cinco Llagas.

Se sabe, por ejemplo que a lo largo de la historia han desaparecido no pocas fuentes públicas, como las situadas en las plazas del Salvador, Santa Marina, Magdalena, Pilatos, Villasís, San Lorenzo o San Román, o bien en calles como Descalzos, Alhóndiga, Lirio o incluso en la misma Casa de la Moneda. Otras, en cambio, sí han sobrevivido llegando hasta nosotros, como las de Mercurio en la Plaza de San Francisco o las de la Plaza de la Encarnación o del barrio de Santa Cruz, por citar algunas. Estos elementos urbanos, de los que apenas quedan unos pocos, eran vitales para los sevillanos que no disponían de agua corriente en sus casas.

Sin embargo, para muchos, era un problema el conseguir agua potable; existía, qué duda cabe, el gran caudal del Guadalquivir, no siempre inodoro, incoloro e insípido, sobre todo para los habitantes ribereños, además de no pocos pozos en muchas casas, palacios y corrales de vecinos, que abastecían a los vecinos, aunque con el peligro de la salubridad de las aguas, muchas veces cercanas a otros pozos, los llamados "pozos negros" adonde se depositaban las lógicamente llamadas "aguas negras", en una época en la que las medidas higiénicas era mínimas o inexistentes.


De este modo, cuando el pintor Diego Velázquez pinta en 1622 su "Aguador de Sevilla", está dando visibilidad a un oficio de lo más habitual en aquella época, el de los llamados Azacanes, vocablo de origen árabe que aludía a aquellos que, surtiéndose de agua potable en fuentes o pozos, la ofrecían a los sedientos viandantes a cambio de unas monedas. En la actual calle Santander, cercana al sector del río, se hallaba el llamado Postigo de los Azacanes (o del Carbón), debido a la presencia, en época medieval de nos pocos aguadores apostados en  este sector próximo, por ejemplo, a las Atarazanas. Como curiosidad, en una relación con la "Tassa general de los precios a que se an de vender las mercaderias en esta Ciudad de Seuilla y su tierra, y de las hechuras, salarios y jornales y demas cosas", publicada en 1627, se establece en 24 maravedís el precio de las llamadas "tazas de aguadores", utilizadas por éstos para dar a beber. 

En el siglo XIX era famoso cierto pozo situado en la Cruz Verde, propiedad de un almacén de alimentación y también el llamado Pozo del Jardinillo en la calle Azofaifo (callejón sin salida en la calle Sierpes, muy cerca del antiguo edificio de Correos) ya que a él acudían numerosos aguadores por mor de la calidad de su agua.

Con el tiempo, algunos aguadores decidieron establecer instalaciones permanentes para sus servicios, quizá algo precarias en principio, con apenas unos tablones, lonas, cajas y demás útiles, pero poco a poco además se produce un aumento en la demanda, no sólo en lo referente al agua, sino a otro tipo de bebidas, como licores, refrescos o vinos. Si, como afirma el arquitecto Jesús Miguel Salado, a esto añadimos la aparición de lugares de esparcimiento para la población, sobre todo para sus élites, fue necesario por tanto establecer ya los primeros espacios para que estos Puestos de Agua se "sedentarizasen". 

Uno de los más conocidos en la Sevilla del XIX, pintado incluso por Jiménez Aranda, será el situado junto a los Almacenes del Rey, hoy confluencia del Paseo de Colón y Reyes Católicos, junto al entonces Puente de Barcas. Su propietario, oriundo de tierreas gallegas, mantenía abierto el aguaducho durante toda la jornada, retirando los toldos al atardecer y cerrando al toque de queda marcado por el campanario de la Giralda. Manuel Chaves lo recordará en 1894 con nostalgia, describiendo así al llamado Puesto de Aguas de Tomares:

"Estaba formado por una alta estantería, un mostrador y varios bancos de madera, y mesillas pequeñas colocadas convenientemente. En la estantería encontrábanse cuatro grandes cántaras de barro, una estampa religiosa y algunas macetas de olorosa albahaca, que en estío presentaban agradable aspecto. Sobre el mostrador, limpios vasos de cristal, puestos en fila, convidaban a apagar la sed de los transeúntes, y cerca de ellos se veía la cesta de panales, las botellas con almíbar para los refrescos, las cajas con pastillas de almendras, y otros diversos objetos que se utilizaban en el servicio del público."

A finales siglo XVIII el mencionado Puesto sirvió como casino o punto de encuentro para señores de casaca, comerciantes enriquecidos, militares retirados o petimetres empelucados, reunidos todos en torno a la lectura en voz alta de la Gaceta, al juego de las Damas o simplemente contemplando a los viandantes mientras se hacía animada tertulia sobre dimes y diretes. El afamado diestro Pepe-Illo fue habitual del lugar, improvisando alguna que otra juerga y convidada general para alegría de los parroquianos; téngase en cuenta que el matador de toros vivía en la cercana calle de San Pablo, no lejos de allí. También pasaron por allí el conocido Oidor Francisco Bruna (apodado en su tiempo "El Señor del Gran Poder), el poeta Arjona y el popular personaje de Manolito Gázquez, partidario acérrimo de Pepe Illo, de quien hablaremos en otra ocasión, y otros muchos. 

A comienzos del XIX, sin embargo, el fervor patriótico contra los franceses tomó asiento en el Puesto, celebrándose en él no pocos conciliábulos y cabildeos con el telón de fondo de la ansiada liberación frente al invasor. Tras la Guerra de Independencia, sobre 1820, se pierden las noticias del Puesto de agua de Tomares, que ha pasado a la historia por aparecer en uno de los pasajes de la obra del  Duque de Rivas "Don Álvaro o la fuerza del Destino", dramón romántico estrenado en 1835: 

"¿Qué persona de buen gusto, viviendo en Sevilla, puede dejar de venir todas las tardes de verano a beber la deliciosa agua de Tomares que con tanta limpieza nos da el tío Paco, y a ver este puente de Triana, que es lo mejor del mundo?"

Una palabra, "Kiosco", procedente del persa "Kosk", y que aludiría a un tipo de pabellón o baldaquino realizado con maderas y telas a modo de baldaquino, será protagonista del cambio de apariencia de los sevillanos puestos de agua a finales del XIX y principios del XX. Con la idea de adecentar su aspecto, el Consistorio de la ciudad determinará modificar su diseño, empleando materiales como el hierro o el cristal, incluyendo la necesidad de sombra mediante toldos y marquesinas (esa sombra de la que estamos tan faltos en el Centro de nuestra ciudad).

De este modo, serán peculiares muchos de ellos, instalados en la Alameda de Hércules, Paseo de Catalina de Ribera, Las Delicias o Paseo de Colón. En 1885 entra en escena "The Seville Water Works", quien consigue del Ayuntamiento la concesión del suministro del agua para la ciudad durante noventa y nueve años, será la llamada "Agua de los Ingleses", mientras que la exposición iberoamericana de 1929 y las posteriores reformas urbanísticas de la posguerra se llevarán por delante muchos de estos quioscos, a lo que habría que sumar, lógicamente, las mejoras experimentadas por el abastecimiento de aguas en los domicilios sevillanos. De todos modos, los puestos o quioscos de agua calaron muy mucho en la población, basta con reseñar que una de las zarzuelas más conocidas dentro del llamado "género chico" sea la compuesta por Federico Chueca: "Agua, Azucarillos y Aguardiente" o el famoso chiste de los garbanzos del inimitable Paco Gandía, en el que juega un papel fundamental alguien que prácticamente solo sobrevive ya junto a los Pasos en las procesiones: el "Aguaó".

Foto: Reyes de Escalona

28 junio, 2021

Aquellos veranos.

Ahora que a finales de junio el verano se nos ha instalado en Sevilla con todo su esplendor y poder, quizá sea buen momento para aportar algunas notas sobre cómo sobrellevaban esta estación los sevillanos de siglos anteriores, cuando poblaciones como Chipiona, Sanlúcar de Barrameda o Rota (por no hablar de Matalascañas) eran simples nombres desconocidos por la mayoría, poco preocupados por la arena de sus playas o las bondades de su climatología. 

Un aspecto siempre a tener en cuenta era cómo las propias calles sevillanas, con sus estrecheces y recovecos, intentaban proporcionar sombra ante la poco habitual presencia de arbolado (excepción hecha de zonas concretas como la Alameda), de la misma manera, las viviendas sevillanas buscaban adaptarse a las altas temperaturas, siguiendo esquemas legados por la tradición clásica e islámica; a los muros gruesos y los techos altos, al uso de persianas o velas, al cierre de contraventanas en las horas de mayor luz solar habría que unir el empleo de pavimentación basada en el barro o el mármol, la figura del patio y el protagonismo del agua, según las posibilidades económicas, tal como lo manifestaba (según recoge Chaves y Rey) el historiador y sacerdote trianero Alonso de Morgado allá por 1587: 

Los patios de las casas (que en casi todos los hay) tienen los suelos de ladrillo raspado. Y entre la gente más curiosa, de azulejos con sus pilares de mármol. Ponen gran cuidado en lavarlos y tenerlos siempre muy limpios, que con esto y con las velas que les ponen por alto no hay entrada de sol ni el calor del verano, mayormente por el regalo y frescura de las muchas fuentes de pie de agua de los caños de Carmona, que hay por muchas de las casas enmedio de los patios.

Ya que mencionamos el agua, tampoco conviene echar en saco roto algo poco divulgado como era el saludable hábito del baño para muchos sevillanos, sobre todo porque siempre hemos construido esa idea de falta de higiene secular. Quizá sea mejor recurrir de nuevo a Morgado para que nos aclare cómo era esa costumbre tan sana como social: 

Usan (las mujeres) mucho los baños, como quiera que hay en Sevilla dos casas de ellos. Los unos en la collación de San Ildefonso, junto á su iglesia, y los otros en la collación de San Juan de la Palma, que han permanecido en esta ciudad desde el tiempo de los moros... No pueden entrar los hombres en estos baños entre día por ser tiempo diputado solamente para las mujeres, ni por consiguiente mujer ninguna siendo de noche, que los hombres la tienen toda por suya con la misma franqueza que las mujeres tienen el día por suyo...

Chaves y Rey añade que la casa de baños de San Ildefonso permaneció abierta hasta 1762, aunque para esa fecha ya habían desaparecido las otras dos, situadas en la calle Aposentadores, en San Juan de la Palma, y en la calle Baños, respectivamente, aunque estos últimos se conservan por fortuna.


 Si los baños resultaban una buena opción para aliviar "las calores", existía otra mucho más "natural": el río. Se sabe que de antiguo las autoridades locales habían intentado ordenar los baños en el Guadalquivir, mediante no pocos edictos y bandos, sobre todo para ordenar a la concurrencia y evitar el contacto entre personas de distinto sexo, ya se sabe... 

Aunque no es de esperar que la gente de juicio falte á unas reglas que aspiran á su propia seguridad y á que se observe el mejor orden de honestidad y decencia... como hay personas que por satisfacer sus caprichos, sus vicios ó diversiones no perdonan medio alguno, aunque sea peligroso para conseguirlo, se castigará á éstas por la más ligera contravención.

Como detalle curioso, leyendo el periódico El Liberal del 8 de julio de 1903 encontramos una nota del Ayuntamiento en la que se da por inaugurada la "Temporada de baños", que daría comienzo el 14 de julio y finalizaría el 8 de septiembre. A través de varias disposiciones, la autoridad establecía el lugar para los baños (zonas de los Remedios, Chapina, Humeros...) con horario para hombres (de cuatro a ocho de la mañana y de cinco a siete de la tarde) para mujeres (desde media hora tras el toque de oraciones hasta las once de la noche), quedando prohibidos los baños de niños en solitario, los juegos y alborotos en el agua, el pasar el río a nado de una orilla a otra, "la aproximación de los varones al baño de las hembras" y las ofensas a la moral y las buenas costumbres. Se establece que haya buzos "para auxiliar a las personas que corran peligro de asfixia por la sumersión". Ni que decir tiene que el régimen de sanciones contemplaba multas: de una a cincuenta pesetas según el tipo de falta cometida...

Todavía en los años cuarenta, y hasta los sesenta, del siglo XX tuvo cierta fama la llamada Playa de María Trifulca, zona de baño en las orillas del Guadalquivir situada en la zona que ahora ocupa aproximadamente el Puente del Quinto Centenario, y que causó no pocos quebraderos de cabeza a las autoridades municipales en su tiempo... 

Manuel Barón y Carrillo: Vista del Guadalquivir. 1854.

Sin aires acondicionados ni climatizadores, sin siquiera un humilde ventilador, aunque se podía recurrir al clásico abanico, habría que reseñar la utilización del hielo: con fines medicinales (para cortar hemorragias, como analgésico para dolores musculares o incluso como remedio contra la tan temida Peste) o como elemento refrescante para bebidas o alimentos; utilizado desde siempre por mesopotámicos, griegos y romanos, en el siglo XVI el médico sevillano Nicolás Monardes se extrañaba de su poco uso en Sevilla. 

Gonzalo Bilbao: Noche de verano en Sevilla. 1905.

Ya en el XVIII es conocida la existencia de gran número de pozos de nieve en la localidad de Constantina, donde aún se conserva algún edificio de estas características, sin olvidar a negociantes que traían el hielo de otros puntos de la sierra al precio de cinco cuartos la libra de nieve, hasta  con cierta controversia por el elevado precio del hielo en determinadas épocas del año. La nieve solía recogerse tras la primavera e introducirse en pozos con el conveniente aislamiento térmico a base de troncos y paja para convertirla en hielo, contando con que el transporte era realizado de noche lógicamente por el gremio de "neveros" con lo cual la Corona recaudaba pingües rentas por este comercio, aunque eso sí, nada podía hacer frente a conventos y monasterios que lo realizaban.

Como elemento para la diversión, se celebraban las populares "Veladas" o "Velás", de las que apenas nos queda la de Santa Ana en Triana en el mes de julio, con su "cucaña" incluida, aunque cada barrio o collación celebraba la suya dedicada a San Antonio, San Pedro, San Juan, San Roque, San Bernardo o la misma Virgen de los Reyes, coincidiendo con el 15 de agosto. Decoración con banderitas y farolillos, puestecillos, buñuelos, tómbolas, música, bailes, procesión y fuegos artificiales constituían el eje festivo de estos festejos, aderezados no pocas veces por las inevitables broncas por efectos del alcohol y que formaban casi parte del "programa de actos".

Cecilio Pla: Noche de verbena. 1906.

Al atardecer de cada jornada estival, eran muchos los que abandonaban sus hogares para pasear por el Arenal, la Alameda, la Barqueta o Las Delicias, buscando el "fresquito", para ver y ser vistos, tomarse quizá el pertinente vasito de horchata o quizá descansar en alguno de los innumerables puestos de agua con la consabida tertulia. Otros, sobre todo los más jóvenes, marchaban de gira campestre, aprovechando el frescor de las riberas del río para organizar "saraos" donde no faltaba el cante y el baile.

¿Y los más pudientes? Muchos de ellos trasladaban sus residencias a las llamadas "casas de placer", lo que vendrían a ser ahora las modernas villas o chalets de los alrededores de la ciudad, donde podían disfrutar de mucha mayor frescura y tranquilidad. Allí, la siesta era la panacea para las largas horas del mediodía, posiblemente tras la ingesta del consabido gazpacho enfriado en el correspondiente lebrillo de barro, y siempre con el búcaro a mano, como estaba mandado, ya que era uno de los elementos domésticos imprescindibles en aquellos meses. 

A mediados del siglo XIX, y procedente de Inglaterra, comenzó a implantarse la costumbre médica de recetar los llamados "baños de ola" en la playa, como remedio seguro contra el asma, los problemas circulatorios o incluso la depresión. Siguiendo la estela de ciudades del norte de España como Santander, Gijón o San Sebastián, comenzaron a verse "bañistas" en las costas andaluzas, a lo que hay que sumar el auge de los balnearios y la influencia de personalidades como los Duques de Montpensier, comenzando a cobrar protagonismo, esta vez sí, poblaciones del litoral como Chipiona o Sanlúcar de Barrameda. 

Finalmente, el siglo XX será el del definitivo nacimiento del término "veraneo", como hábito vacacional copiado de las élites sociales auspiciado por el aumento del nivel de vida, la mejora de las carreteras y la difusión del automóvil como medio de transporte familiar. Aparecerá también la clásica figura del "dominguero", cargado de neveras, filetes empanados (que luego se "reempanaban" de arena de playa), tortillas de papas, melones y sandías puestos a refrescar en la orilla y demás impedimenta necesaria para estas excursiones, tan recordadas por todos, que solían finalizar con la inevitable caravana de coches y las quemaduras por la acción solar.

Por el momento, dejemos el tema, recordando a Isabel la Católica cuando dejó esta frase (controvertida, sin duda) para la posteridad: "Los inviernos, en Burgos, los veranos, en Sevilla". Ahí queda eso. 




21 junio, 2021

Entre libros y sellos.

¿Dónde estuvo la única Biblioteca Pública de Sevilla allá por el siglo XVIII? ¿Dónde debía dictar un telegrama un sevillano de finales del XIX? ¿A dónde acudir para recoger una carta certificada o un franquear un paquete postal hasta 1930? 

 Quien haya accedido a alguna exposición en el patio del Real Círculo de Labradores, ubicado en plena calle Sierpes, habrá notado inmediatamente que no es un patio cualquiera, pues su decoración, barroca hasta la médula, lo convierte en uno de los más hermosos de la ciudad y quizá, de los más desconocidos, sobre todo por los avatares históricos que le ha tocado vivir. 


Pero como siempre, vayamos por partes:

Es sabido que la Orden de San Agustín tuvo en la Puerta de Carmona (y aún se conserva en parte) su Casa Grande, con portada de piedra, dependencias, claustro y templo, donde recibió culto durante siglos el famoso Cristo de San Agustín, desaparecido tras la quema de la Parroquia de San Roque en julio de 1936. Aparte de esa gran sede, que acogió obras de gran mérito de Murillo o Valdés Leal, los agustinos crearon un convento aparte en la zona próxima al Humilladero de la Cruz del Campo, con la intención de convertirlo en centro de formación para sus novicios, el Colegio de San Acasio (o Acacio). 

A comienzos del XVII, como cuenta doctor López Lorenzo, el colegio funcionaba a pleno rendimiento con el apoyo de doña Leonor de Virués y con fray Agustín Vallejo como primer Rector. En 1621 se constituye la biblioteca del colegio, pero al poco tiempo, apenas doce años después, se decide cambiar la ubicación, motivada quizá por lo inseguro de la zona o porque el edificio se hallaba en pésimas condiciones. 

En 1634 ya tenemos a nuestros escolares agustinos situados en su nueva sede, adquirida por 8.740 ducados, en la actual calle Pedro Caravaca, esquina con Sierpes y Velázquez, no era mal sitio. Del primitivo edificio poco se conserva, excepción hecha del magnífico claustro, ahora patio, atribuido desde siempre al arquitecto Leonardo de Figueroa, sobre todo por el diseño basado en pilastras salomónicas, el uso de diseños mixtilíneos y la gran profusión de adornos como florones, mascarones o jarras, recordando no poco a obras similares como la cúpula de la Magdalena, por ejemplo. 

Como detalle, entre 1696 y 1703 residió en el colegio de San Acasio la entonces llamada Hermandad el Traspaso, o lo que es lo mismo, la actual del Gran Poder; la cofradía provenía del convento de los Trinitarios Descalzos, en la actual Plaza del Cristo de Burgos, y la estancia en la sede agustina duró bien poco, imaginamos que debido a las escasas dimensiones de la capilla y de su puerta, con lo cual los cofrades del Señor de Sevilla decidieron de cambiar de nuevo de sede, trasladando sus imágenes titulares la Parroquia de San Lorenzo, donde habrían de residir durante más de dos siglos. 

En el año 1744 fallece en Madrid el Cardenal Fray Gaspar de Molina y Oviedo, a la edad de sesenta y cinco años. Este hecho, en principio poco relacionado con San Acasio, será de capital importancia al poco tiempo, pues en su testamento dejará un importante legado para el lugar en el que estudió de joven y en el que impartió clases ya en edad adulta: nos referimos a su voluminosa (nunca mejor dicho) biblioteca, conformada por 7.500 libros, muchos de ellos de gran interés y calidad y encuadernados primorosamente. Tras un litigio largo y pesado con sentencia favorable para los intereses hispalenses, los fondos fueron traidos desde Madrid, con la colaboración económica del Cabildo de la Ciudad que aportó 1.000 ducados, pues la intención era hacerlos accesibles a todos los sevillanos "con la condición de que la Provincia y el Colegio se obligasen a labrar, dentro del año de la entrega, pieza competente para colocarla y exponerla al público, para beneficio de los literatos de la ciudad". 

El 6 de octubre de 1749 se estrenaba la nueva biblioteca, tras construirse unas salas anejas al colegio con puerta a la calle Triperas (Velázquez); el horario de apertura dependía de la época del año, por las mañanas permanecía abierta de siete a once de la mañana y de cuatro de la tarde al toque de Avemaría de mayo a septiembre, mientras que de octubre a abril lo hacía de ocho a once de la mañana y de tres de la tarde al toque de Avemaría. Como curiosidad, el toque de Avemaría tenía lugar al atardecer de la jornda. El Cabildo de la Ciudad fijó una subvención anual a razón de 150 ducados, destinados a la conservación de los fondos, dotación de mobiliario y materiales y el salario del bibliotecario, siempre vinculado a la orden agustina, destacando la figura del Padre Garrido, principal valedor de la institución e incluso responsable del constante trabajo de clasificación y ordenación hasta su muerte en 1793.


 La invasión francesa privó a los agustinos de su colegio y a los sevillanos de su biblioteca entre 1810 y 1813, siendo ocupadas por las oficinas gubernamentales del Crédito Público. Tras un breve regreso, finalmente, en 1834 la Desamortización obligó al desalojo definitivo del edificio por parte de la orden agustina. ¿Qué pasó con el patio de Figueroa y la biblioteca?

En un principio, se instaló en él la Real Escuela de Nobles Artes, hasta 1850, año en el que se muda al exconvento de la Merced. Desde mediados del XIX, el edificio agustino quedó convertido en la sede del Servicio de Correos y Telégrafos, como ya comentamos en otra ocasión, de esos tiempos es la colocación de la montera de hierro y cristal que cubre y protege el claustro barroco, que aún permanece. Fue muy conocido el buzón instalado en la fachada de la calle Sierpes, acompañado de una cabeza de león que con su aspecto fiero parecía vigilar el destino de la correspondencia depositada. Del mismo modo, y para que sirva como referencia, en 1918 también radicaba en el edificio el Servicio de Teléfonos, que permitía conectar de modo interurbano con: Carmona, Utrera, Sanlúcar la Mayor, El Pedroso, Guadalcanal, la Palma del Condado, Badajoz y Zafra. La tasa era de 0,50 pesetas por tres minutos de conferencia o fracción y 0,25 pesetas por el aviso de conferencia. No olvidemos que existía también la modalidad del Telefonema (un arcaico antepasado del "wuasap", quizá), muy utilizada para comunicaciones con el extranjero.

Por otra parte, los fondos bibliográficos quedaron depositados las Casas Consitoriales para luego pasar, en 1878, a la Universidad de Sevilla, entonces en la calle Laraña. A día de hoy, se conservan en la sede actual de la calle San Fernando unos 1.300 volúmenes de la mencionada biblioteca pública, lo que da idea de la desaparición de gran cantidad de libros, fruto de expolios y pérdidas. 


 En 1926 el Ayuntamiento y el Estado acordaron permutar una serie de solares y edificios entre los que se encontraba el antiguo colegio de San Acacio. Así, mientras que el Consistorio entregaba a Madrid un terreno en la actual Avenida de la Constitución, el gobierno central otorgó al ayuntamiento la propiedad del edificio ocupado por Correos y Telégrafos hasta entonces, ya que en 1930 éste Servicio pasó a la Avenida, donde permanece en la actualidad. 

Foto: Reyes de Escalona
 
El Ayuntamiento, tras ocupar el inmueble de la calle Sierpes con parte de sus oficinas municipales (Servicio de Aguas, Reclutamiento y hasta un pequeño centro sanitario) durante algún tiempo, decidió al final enajenarlo, saliendo a pública subasta y siendo adquirido a la sazón por su actual propietario, el Real Círculo de Labradores, quien desde 1950, tras una serie de obras de adaptación y reforma lo sigue utilizando como céntrica sede social con el patio como escenario para certámenes y exposiciones.
 

Como se puede ver, un edificio siempre destacable por su historia y por el sorprendente (y barroco) patio que atesora.


14 junio, 2021

Puñonrostro.

Seguro que muchos, al leer el título de este post, habrán recordado automáticamente la calle de este nombre, situada en la misma Puerta Osario y que sirve de acceso al centro para no poca circulación rodada o transeuntes que buscan el sector de la Encarnación. El nombre siempre llamativo de esta vía nos hace retrotraernos en esta ocasión a finales del siglo XVI, cuando llega a Sevilla Francisco Arias de Bobadilla, Conde de Puñonrostro. Militar aguerrido y protagonista de numerosos lances y combates al frente de los Tercios de su majestad, sobre todo en Milán y Flandes, luchó a la órdenes de Don Álvaro de Bazán y fue arte y parte en el llamado "Milagro de Empel", acaecido durante la batalla librada entre holandeses y españoles entre el 7 y el 8 de diciembre de 1585. 

Gustavo Ferrer Dalmau: El Milagro de Empel. 

 Durante la misma, ante una inminente derrota española y una propuesta enemiga de capitulación, la respuesta de los mandos de los Tercios fue rotunda: «Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos». Sitiados en un montecillo, rodeados por el enemigo e inundados por las aguas del río Mosa por la rotura intencionada de sus diques, las exhaustas tropas hispanas encontraron aliento en el hallazgo bajo tierra de una pintura de la Virgen María, a la que se encomendaron con fervor. Aquella noche, las aguas se congelaron, dejando en desventaja a los navíos holandeses que asediaban a los españoles, circunstancia que fue aprovechada por éstos para lograr una victoria tan sorprendente que hizo exclamar al almirante Hohenloe-Neuenstein, de las Provincias Unida, contrincante de Puñonrostro: "Tal parece que Dios es español al obrar tan grande milagro". Desde entonces, la Inmaculada Concepción, cuya festividad litúrgica, como sabemos, es el 8 de diciembre, es tenida como Patrona del Arma de Infantería Española. 



Merced a su capacidad de organización y liderazgo, ejercerá también cargos importantes como asesor del Rey, sobre todo en el llamado Consejo de Guerra, en el que se decidían los asuntos relativos a las contiendas y enfrentamientos bélicos que la monarquía española llevaba a cabo por aquel entonces.

Con una impecable hoja de servicios como Maestre de Campo, Arias de Bobadilla es nombrado por Felipe II Asistente de Sevilla en 1597, contando entonces la edad de cincuenta años. Puñonrostro recibe el encargo con la lógica disciplina militar que le caracterizaba, y lo hace además con la encomienda, impopular sin duda, del urgente reclutamiento de tropas para los tercios que combatían por aquel entonces en media Europa y sobre todo para defender la provincia de un posible levantamiento morisco auspiciado por la corona inglesa.

Foto: Reyes de Escalona

Ya en la ciudad, el nuevo regidor se encontrará con los más diversos problemas relacionados con el orden público, afrontándolos desde su mentalidad castrense y haciendo política "manu militari", o lo que es lo mismo "ordeno y mando". 

Fruto de ello serán por ejemplo algunas disposiciones, como la del 29 de abril de 1597, cuando decretó concentrar en el Hospital de la Sangre o de las Cinco Llagas a todos los mendigos y pordioseros de Sevilla. El historiador trianero Francisco de Ariño lo contaba así en 1873: "fue el mayor teatro que jamás se ha visto, porque había más de dos mil pobres, unos sanos y otros viejos, y otros cojos y llagados, y mugeres infinitas, que se cubrió todo el campo y los patios del hospital y a las dos de la tarde fue su señoría acompañado de mucha justicia y con él muchos médicos y entraron en el hospital". A quienes se les consideró lo "suficientemente" pobres o ancianos, se le entregaron unas tablillas con cintas blancas donde decía "licencia para pedir", mientras que a los "no aptos" les ordenó que buscasen ocupación o trabajo en el plazo de tres días, bajo pena de cien azotes, nada menos. 

Del mismo modo autoritario centró sus esfuerzos en erradicar a los llamados "regatones", quienes revendían o especulaban con productos alimenticios de primera necesidad por encima de los precios establecidos y ajenos al control fiscal del cabildo de la ciudad, generando no pocos problemas y trifulcas; a buen seguro que quienes hayan visto la serie televisiva "La Peste", en su segunda temporada, reconocerán que la situación provocada en Sevilla por la la escasez de abastos, carestía y prácticas casi mafiosas tiene mucho que ver con esto que relatamos, incluyendo el perfil del Asistente Pontecorvo, encarnado en la ficción por el actor toledano Federico Aguado y que recuerda no poco a nuestro Puñonrostro. 

A mayor abundamiento, llegaron a circular coplillas populares en su honor, como éstas que transcribió Ariño: 

Eso si, cuerpo de Dios,
Bien haya el nuevo asistente,
Pues hace guardar la tasa
A toda suerte de gente.

A todos nos hace iguales.
Pues que no siendo jueces.
Nos hace comer barato 
Como el oidor y el regente.

Todo el mundo es veinte y cuatro. 
No hay quien no sea teniente.
Que todos somos justicia
Por los nuevos aranceles.

 A modo de anécdotas sobre cómo era el carácter de Arias de Bobadilla, baste comentar que en cierta ocasión prendieron a un pastelero por vender huevos al Cardenal Rodrigo de Castro, ¿El motivo? Al ser un artículo de lujo en aquella época, su precio estaba tasado en 5 maravedíes la unidad, y en este caso el Asistente comprobó, gracias al testimonio del repostero, que el Tesorero de Su Eminencia los había adquirido a 16, lo cual iba en contra de las disposiciones del cabildo y conllevaba pena de azotes; la intervención del propio Cardenal salvó al pastelero de la pena, aunque aquel hubo de entregar una limosna de cincuenta ducados para los pobre de la cárcel siguiendo la "sugerencia" de Puñonrostro. 

Igualmente, es muy conocido el episodio en el que, durante una ronda nocturna por tabernas y mesones, inquirió a una joven sobre su procedencia y motivos de trabajar en tan difícil lugar, a lo que la moza contestó que se hallaba allí para mantener a su hijo pequeño, fruto de una relación ilícita con cierto canónigo de la catedral que luego se desentendió de ambos pese a sus promesas iniciales; citado dicho canónigo ante la presencia del Asistente, Puñonrostro se encaró con el estupefacto y atemorizado eclesiástico, que esperaba cualquier cosa menos un lance como aquel, obligándole a entregarle a la joven la cantidad de cien ducados prometida bajo pena de perder la cabalgadura con la que se había desplazado hasta la residencia del regidor.

Tampoco descuidó el Asistente asuntos como la limpieza de las calles, emitiendo un Bando el 20 de agosto de 1597 por el que condenaba a multa de 20 maravedís y diez días de cárcel a todo aquel que arrojase aguas sucias por las ventanas, y si el infractor fuera esclavo y su amo no quisiera abonar la multa, que se le propinasen cincuenta azotes. 

Hasta incluso decidió, tal era su poder, sobre el vestir de las gentes, como cuando ordenó que todos los sevillanos vistieran de luto tras la muerte de Felipe II en septiembre de 1598; las crónicas cuentan que "hubo tanta falta de bayetas que subieron á 18 reales la vara, y no se hallaba, y para Inquisición, Audiencia, y Cabildo y Contratación de Indias se gastaron 48 piezas de paño muy fino, porque hasta los criados y escribanos públicos y toda la justicia y sus caballos y mulas hubo luto, que fué la mayor grandeza que jamás los nacidos han visto.

Finalmente, en 1599, para alegría de muchos y tristeza de otros tantos, Puñonrostro abandonó Sevilla en dirección a la capital madrileña, donde aún prestaría notables servicios a la corona, falleciendo en 1610.


07 junio, 2021

Volando.

Para muchos sevillanos, en pleno siglo XVIII, existían los OVNIS. 
 
La frase, así, como el que no quiere la cosa, tiene su miga, pero como veremos en esta líneas, todo tiene una explicación científica. 
 
Todo un experto en historia aeronáutica, el sevillano Javier Almarza, ha investigado concienzudamente sobre el deseo de volar por parte de los sevillanos en pleno siglo de la Ilustración, teniendo en cuenta que los hermanos Montgolfier, en el año 1782, habían conseguido hacer volar un globo aerostático no tripulado en Annonay, Francia, globo que alcanzó la nada desdeñable altitud de 250 metros de altura gracias al calentamiento del aire en su interior utilizando como combustible lana húmeda y paja. En pocos años, el invento se extendió por toda Europa como espectáculo público, sin olvidar que las travesías quedaban siempre sometidas al capricho de los vientos reinantes, ya que los pilotos o aeronautas carecían de un sistema de guiado o dirección efectivo. 


En España se tiene noticia de ascensiones aerostáticas a finales del XVIII en Barcelona o Madrid, siendo en este último caso curioso de reseñar cómo fue pilotado por el francés Charles Bouch, pintor por más señas, el 5 de junio de 1784. Realizado en papel o seda, comenzó a arder al poco de iniciar la exhibición, resultando herido tras saltar del artefacto en llamas (eran frecuentes los percances y accidentes teniendo en cuenta el combustible y materiales usados).
 
 ¿Y en nuestra ciudad? El profesor Almarza, navegando, nunca mejor dicho, entre legajos y documentos, consiguió averiguar con certeza que los primeros experimentos en esta materia aeronaútica se dieron en el seno del Real Colegio de San Telmo, ubicado en el palacio del mismo nombre y actual sede de la Presidencia de la Junta de Andalucía; como centro educativo, su labor se centraba en formar y preparar a futuros navegantes y pilotos, proporcionándoles avanzados conocimientos sobre matemáticas, geometría, cartografía, química, física y demás ciencias, de ahí que no es de extrañar que el llamado Diario Histórico y Político de Sevilla reseñase de manera escueta el día 21 de septiembre de 1792: 
 
"Hoy 21, del corriente, es la elevación del Globo Aerostático, en el Real Colegio de San Telmo, á la 5. de la tarde".
 
Desconocemos el resultado de ese primer vuelo y si los vientos fueron propicios, lo que sí se conoce es que unas semanas después se produjo un segundo intento con otro globo no tripulado, realizado probablemente con tejido de seda y elevado por calentamiento de aire o gas hidrógeno. En este caso, los protagonistas de la "hazaña" fueron Manuel de los Santos, que ostentaba el rango de segundo piloto en la carrera de Indias y era ex alumno de San Telmo y José Portillo y Labaggi, catedrático de matemáticas en el mencionado centro educativo. Como mencionaba el Diario Histórico y Político de Sevilla en el número correspondiente al 10 de octubre de 1792: 
 
"El dia 4 del corriente , a las 5 y media de la tarde se dio elevación a un Globo Acreostatico en la casa inmediata al Arquillo de Manuel Sánchez, Arrabal de Triana, construido por el segundo Piloto de la carrera de Indias Don Manuel dé los Santos: Ex-Colegial del Real de S. Telmo , baxo la Dirección del segundo Catedrático de Matemáticas del dicho Colegio D. Josef Portillo, cuyo Globo vino á caer a espaldas de S. Marcos, en la huerta del Convento de Santa Isabel, y recogido por los interesados en estado de poder ser útil."
 

 
(Un pequeño inciso, ya que las hemos mencionado, recordar que las religiosas de Santa Isabel andan recabando fondos para restaurar la magnífica portada renacentista de su convento y que toda ayuda económica es bienvenida)
 

 
Retomando la narración, mil disculpas por el inciso, decir que poco o nada se sabe de dónde estaba aquel Arquillo de Manuel Sánchez, aunque algunos autores afirman que existió un Arquillo de Sánchez en la que ahora es la trianera calle Fortaleza, entre Troya y Gonzalo Segovia; de igual modo, consultando el plano de Sevilla realizado por el Asistente Olavide en 1771 se puede comprobar que en la trasera del Convento de Santa Isabel existía una extensa zona de huertas que desapareció a comienzos del siglo XX tras la operación urbanística que supuso la apertura del Pasaje Mallol que uniría las Moravias, en San Julián, con la zona del Monasterio de Santa Paula. 
 
Recuperado el globo, quizá con el permiso de las religiosas sanjuanistas que por entonces ocupaban el convento, De los Santos y Portillo no cejaron en su empeño, y pocos días después, el 8 de octubre, el aerostato surcaba de nuevo los cielos de Sevilla, aunque en este caso con bastante mala fortuna como reseñó el referido Diario: 
 
"El Globo Areostatico que se anunció en el Diario número 40 haberlo recogido en estado de poder servir, se elevó segunda vez en el mismo paraje citado, el día 3 a las seis de la tarde, por los mismos sugetos, habiendo caído en la  huerta inmediata á la de las Ranillas y habiendo podido servir otra vez  á no haberse agolpado algunas gentes, y destrozadolo hechandole capotes , y dándole con palos para detenerlo temiendo se volviese a elevar."
 
 
Podemos imaginar la sorpresa que para muchos sería contemplar este tipo de Ovnis (a fin de cuenta, lo era para ellos) y la reacción que generaría entre la población ignorante de este tipo de avances científicos, sentimientos que abarcarían desde el temor hasta la ira, como podemos comprobar. Detalle curioso, la propia Iglesia, a través de sesudos tratados, trató de analizar teológicamente si el hombre como tal estaba destinado a volar según del plan de Dios, lo que generó no pocas controversias en una ciudad como Sevilla tan propicia a debates y discusiones. 
 
A De los Santos le salió ese mismo año otro "antagonista", José Domínguez, vecino de la collación del Sagrario, en la antigua calle del Mar (actual García de Vinuesa) desde la que el 4 de noviembre elevó un nuevo globo, de diez varas de circunferencia, o lo que es lo mismo, unos ocho metros. Se calculó entonces que habría alcanzado una altura de legua y media y que su recorrido se habría detenido al cabo de recorrer tres leguas, lo que serían unos quince kilómetros, sin que la crónica mencione dónde se produjo el aterrizaje, puede que los habitantes del Aljarafe quedasen sorprendidos por el vuelo lento y majestuoso de un artefacto como aquel, y que no pocos se santiguasen buscando la protección divina ante aquella "obra del Diablo" como la denominaron algunos. Por cierto, Domínguez ya había realizado sendos intentos anteriores con escaso resultado, pues un globo finalizó su trayectoria estrellado en el Colegio de San Telmo y otro en la zona de los Cuarteles, sin que hayamos descubierto a qué lugar correspondería tal denominación.
 
 Por último, como bien analiza el profesor Almarza, en 1796, con motivo de la visita a Sevilla del rey Carlos IV, el Cabildo de la Ciudad acordó celebrar el acontecimiento con diversos agasajos y festejos, entre los que se hallaba la ascensión de un globo, en este caso tripulado por el italiano Vicenzo Lunardi, quien en tiempo récord hubo de tenerlo todo dispuesto, no en vano el acto se programó para el domingo 28 de febrero. Lunardi, con una dilatada experiencia en vuelos aerostáticos en Europa a los que ya se daba cierto carácter de espectáculo y que incluso ya había volado para la Corte en el Buen Retiro, rogó encarecidamente al Cabildo sevillano que le proporcionase toda la ayuda necesaria, logrando los servicios de varias decenas de carpinteros y peones, el transporte del globo con su vistosa góndola y todos los componente químicos para inflar el artilugio, que, se supone, se elevó desde el coso taurino de la Maestranza aquel 28 de febrero, y decimos se supone porque por desgracia, ningún cronista estimó oportuno dejar por escrito aquel acontecimiento, será que aquel día no mirarían el cielo con detenimiento... 
 
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