26 diciembre, 2022

Conspirando.

Es una calle como otra cualquiera, enclavada en el epicentro del barrio, con el trajín diario de gente que acude a la Plaza o Mercado de la Feria, no lejos de la Cruz Verde, lugar de callejeo para ver procesiones o saborear las tapas de la cercana Bodega Mateo o de la recordada Hermanos Núñez, pero pocos saben que en una de sus casas hubo reuniones y conciliábulos secretos para organizar una revuelta armada que anhelaba dar por finalizada la tiránica dominación francesa, de ahí que la calle lleve el nombre de uno de los cabecillas de la conspiración. Pero como siempre, vayamos por partes. 

La antigua calle de los Bancaleros, que alcanza desde la Plaza de Monte Sión hasta la parroquia de Omnium Sanctorum, recibía este nombre por estar establecido en ella el gremio del mismo nombre, dedicado a la realización de tapetes o fundas de tela con las que se cubrían los bancos para adornarlos. Durante siglos, dada su cercanía con la Feria, albergó tabernas y bodegas, algunas cerradas tras la sublevación popular de 1652, sin olvidar que durante mucho tiempo figuró en ella una barreduela conocida como la Piedra o Peña horadada, actualmente absorbida por el número 44 de la calle y que quizá sea el origen de un jardín creado por los propios vecinos y que al parecer peligra por haber concedido permiso el ayuntamiento para la construcción de viviendas en él. 

Lo cierto es que en esa calle Bancaleros, allá por 1810, poseía una casa una tal María Morales, quien al caer la noche, acogía las sigilosas reuniones del llamado Santo Congreso Hispalense. ¿De qué o de quiénes se trataba? Hartos de la presencia francesa, que en ese mismo año ya había ejecutado a varios por atentar contra su autoridad, un grupo de sevillanos, encabezados por el escribano, nacido en la calle Águilas, José González Cuadrado, se había propuesto lograr un levantamiento popular que acabase con la presencia gala en Sevilla, estableciendo para ello contacto con la ciudad de Cádiz, aún libre del yugo francés, y con diversas partidas de guerrilleros y guarniciones leales que vagaban por diversas comarcas cercanas a fin de conseguirlo. Los conjurados, que eran bastantes, casi un centenar, procedían de todos los sectores sociales, captados muchos de ellos por Bernardo Palacios Malaver, tirador de oro por más señas que vivía en la calle Palmas, actual de Jesús del Gran Poder.

Nuestro protagonista, que al parecer ya se había señalado en los sucesos de que siguieron al 2 de mayo de 1808, dedicaba tiempo a recorrer audazmente los pueblos limítrofes, o incluso gaditanos u onubenses, disfrazado como recobero, tomando nota de movimientos de tropas enemigas, llevando información a otros correligionarios, pasando consignas, en definitiva, actuando como un auténtico agente secreto de la época. 

Entre viaje y viaje, el plan, aunque con algunos flecos, iba tomando forma. El Santo Congreso Hispalense tenía previsto que cuando las tropas leales se aproximasen a las cercanías de Sevilla, a las doce de la noche aparecería una luz en el segundo cuerpo de la Giralda, acompañada del toque de "al arma" de las campanas de todas la parroquias, llamando al motín popular con el que contaban alcanzar la victoria sobre las tropas nepoleónicas  acantonadas en Sevilla. Para ello, además, contaban con que personal de la Maestranza de Artillería les entregaría armas, municiones y pertrechos tras la reunión que mantuvieron González Cuadrado y Palacios Malaver con Antonio Amaya y Moreno, empleado de dicha Maestranza, en una taberna de la calle Palmas.

A principios de diciembre de 1810 quedó fijado el día de la sublevación, aunque éste sufrió algunos retrasos debido a que algunos de los conjurados, como Joaquín de Tójar, Antonio Muñoz de Ribera, entre otros, aconsejaron contactar con el general Ballestero, que se acercaría hasta las cercanías de Sevilla para intercambiar cartas y documentos en clave a fin de que se manifestase sobre las posibilidades de la insurrección popular y el apoyo militar exterior. 

A la hora de entregar los documentos, los conjurados salieron de la ciudad por parejas para no levantar sospechas, a fin de reunirse en una venta situada en Castilleja de la Cuesta. El plan parecía sencillo, de no ser por la extraña amistad que Palacios mantenía con otro personaje crucial en esta historia: José Avendaño, apodado "Pantalones". Delincuente habitual, indultado por los franceses y persona poco recomendable por sus malos hábitos, era encubierto confidente del jefe de policía afrancesado Miguel Ladrón de Guevara, y fue quien, tras una indiscreción de Palacios, alertó a las autoridades galas de la existencia de una posible conspiración, de modo que a renglón seguido, comenzó un sigiloso seguimiento de los presuntos conspiradores para finalmente instalarse un cuidadoso dispositivo policial que logró detener, en las cercanías de Castilleja, a González Cuadrado y Palacios Malaver, que se hacía acompañar de su esposa, Ana Gutiérrez; fue a ella  a quien le intervinieron documentos cifrados alusivos a la conjuración.

Como curiosidad, en uno de los mensajes se hablaba de "braceros (jornaleros) de Utrera, Carmona y Écija, para segar, trillar y coger mieses, a último del año 1810", o lo que es lo mismo, el texto aludía a la predisposición de guerrilleros de aquellas localidades para acudir a Sevilla en la fecha dispuesta para la sublevación en diciembre de aquel funesto año. El uso de términos agrarios era seña de identidad en las comunicaciones cifradas de aquel grupo, ya que al propio González Cuadrado se le denominaba "Mayoral" dentro del esquema de la organización secreta.

Llevados a prisión, tanto uno como otro rehusaron valientemente delatar a sus colegas durante los intensos interrogatorios, aunque José de Velilla sostiene que Palacios pudo haber culpado a González Cuadrado siguiendo los insistentes ruego de su mujer. De poco sirvió, pues ambos fueron finalmente condenados a la pena capital; sin embargo, en un último intento, el presidente del tribunal alentó a ambos a declarar los nombres de los cómplices de la conspiración a cambio de un indulto del mariscal Soult de manos del Emperador. Cuando el abogado defensor Pablo Pérez Seoanes propuso tal acuerdo a González Cuadrado, éste (según las crónicas de la época) declaró solemnemente:

"No, señor. Que muera González y vivan tantos buenos, que otro día podrán servir a la Patria con más fruto. ¿Quién me asegura de que los franceses que han engañado al rey, y no respetan los tratados que hacen con las naciones, han de cumplir la palabra que dan a un particular? Me horroriza la idea sola de que tantos otros conciudadanos míos puedan sufrir igual suerte por mi causa. González no quiere más vida que morir por su patria."

 El 9 de enero de 1811, a las dos de la tarde, la Plaza de San Francisco fue testigo del ajusticiamiento a garrote vil de ambos conspiradores, siendo fueron sepultados en sus parroquias de San Ildefonso (allí aún se conserva una lápida de mármol en su memoria) y Omnium Sanctorum, entre muestras de dolor e ira contenida de los allí congregados, aunque, la verdad sea dicha, que más de un centenar de implicados en la rebelión pudo suspirar tranquilo al saberse a salvo...

Durante la Guerra de Independencia, pese al fracaso de la conjuración, el Sacro Congreso Hispalense prosiguió con sus actividades encubiertas, con actos de sabotaje y propaganda o con, por ejemplo, el cuidado de los padres de González Cuadrado, en la indigencia tras su muerte. El precio pagado por esas actividades fue alto, ya que además de Palacios y González fueron ejecutados otros de sus miembros, incluso sacerdotes como Juan de la Cuesta o Santiago Albertos. 


Por fin, los franceses salieron definitivamente de Sevilla en el verano de 1812, y un año después, el 19 de agosto de 1813 llegaba el momento de saldar cuentas pendientes: moría en la horca el comisario Miguel Ladrón, siendo colocada su cabeza en un gancho en el camino de Castilleja, en el mismo lugar en el que fueron capturados González Cuadrado y Palacios Malaver, cuyos restos mortales se trasladaron al Patio de los Naranjos de la Catedral para honrar su memoria; incluso en 1893 el escultor José González Jiménez realizó un boceto para un monumento que se habría de colocar en la Plaza de San Francisco, contando con el apoyo del consistorio hispalense, monumento que finalmente no llegó a ver la luz, aunque esa, esa ya es otra historia... 

Ahora que 2022 está próximo a finalizar, aprovechamos para desear un feliz y próspero 2023 a todos los seguidores de este humilde Blog. Mil gracias por estar ahí.

19 diciembre, 2022

La Bruja del Postigo.

No hace mucho tiempo, en estas mismas páginas, mencionábamos algunos aspectos sobre la importancia capital que tuvo el espacio dedicado a la Aduana, pieza clave en todo el entramado comercial que enviaba o recibía mercancías a través del Atlántico hacia las Indias. En esta ocasión, nos centraremos en una calle muy, muy cercana, que tuvo nombres curiosos y hasta su propia "Bruja"; pero como siempre, vayamos por partes.

La actual calle Tomás de Ibarra, que arranca junto a Almirantazgo y concluye en Adolfo Rodríguez Jurado, muy cerca de la Delegación de Hacienda, recibió varios apelativos a lo largo de su historia. Según Álvarez Benavides, su nombre primitivo fue el de Victoria, debido a su proximidad con el lugar en el que se verificó, según la tradición, el acto de entrega de las llaves de la ciudad a manos de San Fernando por parte del Cadí Axataf en noviembre de 1248. Según el mismo autor, también se la conoció, y no es moco de pavo el nombre, por la calle de los Cuernos; no hay que ser mal pensados, en este caso por la abundancia de artesanos que se dedicabas a la realización de vasijas o vasos para contener aceite, vinagre u otras sustancias, empleando para ello astas de toro, quizá procedentes, por qué no pensarlo, del cercano coso taurino de la Maestranza. 

Sin embargo, durante buena parte de su historia, la calle se llamó del Aceite, por la existencia en ella de no pocos almacenes dedicados a este producto; no hay que olvidar que a pocos metros se halla el Postigo del Aceite, de modo que todo quedaba "en casa", por así decirlo. Sin embargo, en 1868 se modificará de nuevo el nombre de la calle, que pasará a ser el de Aduana, aunque finalmente en 1918 quedará con su denominación actual en honor al político, diputado y senador sevillano hijo del primer conde de Ibarra Tomás de Ibarra González (1847-1916). Ibarra, que llegará a contraer matrimonio hasta en tres ocasiones, se caracterizará por su gran mecenazgo económico en la restauración de varias de las puertas de la Catedral, como la de los Palos o las Campanillas o por pagar de su propio bolsillo la restauración del derribado cimborrio catedralicio en 1881, sin olvidar que ostentó el cargo de Hermano Mayor del Silencio durante diecinueve años, en una etapa de recuperación del esplendor patrimonial y corporativo de la conocida como "Madre y Maestra". 

Detalle interesante, hay que resaltar que toda la hilera de edificios de la acera más próxima al río se fue adosando al lienzo de muralla que arrancaba desde el mencionado Postigo del Aceite en dirección al desaparecido Postigo del Carbón, en  la calle Santander; de hecho, al fondo de algunos edificios pueden apreciarse restos de esas murallas, como parte de sus muros, como el que es visible en el solar del número 14.

Además, una de las casas forma parte de la trasera del cercano Hospital de la Caridad, como lo atestigua un azulejo del siglo XVIII en el que se menciona que es "Postigo de la Santa Caridad para tiempos de arriada", o lo que es lo mismo, un acceso algo más elevado que facilitaba no sólo la evacuación cuando el Guadalquivir anegaba sus orillas con gran peligro para todo el Arenal, sino, por poner un ejemplo, el apresurado traslado de ancianos y enfermos de la Santa Caridad con motivo del pavoroso incendio del 7 de mayo de 1792 ocasionado en la Aduana y que a punto estuvo de arrasar toda la calle durante los cinco días que duró. 

Dentro del caserío de la calle sobre salen los edificios de dos o tres plantas, muchos del XIX y algunos de mérito, como el correspondiente al número 16 de la calle, ideado por el conocido arquitecto Aníbal González y que albergó durante años el Bar el Barril, muy frecuentado por los universitarios de mediados del siglo XX. En la prensa local de finales del XIX y comienzos del XX se registra también la presencia de varias oficinas consignatarias de buques, algo comprensible habida cuenta la cercanía con el puerto.


Por otra parte, las crónicas del XIX aún relataban las peripecias de una famosa anciana que tuvo vivienda en la calle de la Aduana: la llamada "Bruja del Postigo" o Tía Isidora. Impune durante meses, las autoridades francesas, dueñas y señoras de la Sevilla de 1812, intentaron capturarla por sus crímenes y tropelías pero, como por arte de magia, desaparecía de su modesta casucha y luego reaparecía triunfante y burlesca por San Juan de la Palma, por Santa Catalina o por el Muro de los Navarros, lugares más apartados donde disponía de la cobertura de gente fiel y afín a sus intereses sin que la justicia pudiera echarle el guante.

Además, para acrecentar el halo de misterio que la rodeaba, se decía que formaba parte de una temida y secreta sociedad delictiva: La Garduña, que operó en Sevilla y toda España durante décadas, una especie de sindicato del crimen a la española en la que, como ya narramos en otro momento, existía toda una estructura piramidal en la que existían rangos y niveles, una enigmática jerga propia (bien conocida por los cervantinos Rinconete y Cortadillo), multitud de nombres en clave y peculiares apelativos como los "punteadores", los "floreadores" o "fuelles", para nombrar a matones, rateros o soplones, sin olvidar a las "sirenas", a quienes la feroz Tía Isidora capitaneaba con férrea mano en su labor como galanas prostitutas y recabadoras de información a un tiempo. Derribada su casa de la calle Aduana, huida finalmente de la ciudad, su rastro se pierde en Granada, donde algunos sostienen que fue capturada y ejecutada por su extenso curriculum delictivo. 

Por último, pecaríamos de olvidadizos si no aludiéramos que en esta calle vivió durante años el popular Francisco Palacios "El Pali", el gran Trovador de Sevilla, autor y cantante de sevillanas inolvidables y fuente inagotable de anécdotas en torno a su persona; pero esa, esa ya es otra historia...

Post Data: aprovechamos para desear a todos unas Felices Pascuas y que el Niño que nos va a nacer colme de bendiciones todos los lectores y oyentes de este humilde Blog. 







12 diciembre, 2022

Rescate.


Todo comenzó en 1690, en la tienda de un mercader, causó inquietud y sorpresa a partes iguales entre las gentes de la época, y pudo resolverse a posteriori gracias a una increíble, casi milagrosa, casualidad; pero como siempre, vayamos por partes. 

La actual calle Clavellinas, que es prolongación de la de Pedro Miguel, formó parte, junto con la de Inocentes, del sitio llamado Caño de los Locos, quizá debido a la presencia en aquel lugar de cañerías o desagües pertenecientes al conocido Hospital de los Inocentes, lugar del que ya hablamos en otra ocasión al ser el famoso Loco Amaro uno de sus más destacados "huéspedes".

Estrecha y de poca longitud, Clavellinas no habría tenido cabida en este nuestro humilde espacio de no ser por un extraño episodio acaecido a finales del siglo XVII y que resumiremos con la ayuda de Manuel Álvarez Benavides, quien recogió lo acontecido allá por 1874.

Corría el invierno de 1696. Todo empezó de manera fortuita, por las sospechas de una vecina de la calle hacia otra, llamada María Palomo. De conducta intachable en principio, esta anciana vivía de manera austera y sobria compartiendo vivienda con la antes aludida vecina. La convivencia entre ambas era de lo más correcta, pero sin mayor trato que el cotidiano. Cierta tarde de aquel frío invierno, la segunda mujer quedó aturdida por extraños los sonidos que procedían de la habitación de la primera; creyendo escuchar los maullidos de un gato o los ladridos de animal, lo cierto es que al fin comprendió que se trataba, ni más ni menos, que de quejidos y lamentos humanos, lo cual la inquietó grandemente. Pasaron varias jornadas, y prosiguieron los sollozos y gemidos, y con ellos, la preocupación de aquella vecina.

Preocupada por la suerte de aquella persona oculta, fuese quien fuese y decidida a desentrañar el misterio, acudió sin más demora al párroco de San Juan de la Palma y éste a su vez, conocidos los hechos, a Jerónimo Ortiz de Sandoval, caballero veinticuatro por más señas, acordando de mutuo acuerdo realizar una vista de inspección a la vivienda de María Palomo en la calle Clavellinas, haciéndose acompañar de escribano, alguaciles y dos testigos. En un principio, fue únicamente el sacerdote quien accedió a la habitación en compañía de su ocupante, muy solícita en principio aunque inquieta a medida que se sucedían las preguntas y requerimientos, dando fe de su absoluta soledad e inocencia. Sin embargo, cuando el párroco le ordenó abrir un segundo cuarto mostró enorme resistencia a ello, incluso con violencia, por lo que fue apresada por los alguaciles sin demora.

El caballero Veinticuatro y el párroco quedaron estupefactos al encontrar en la oscura estancia a una niña de unos diez años, mal vestida, sucia, desnutrida y llena de hematomas que, en un lenguaje rudimentario, negó ser familiar de María Palomo y afirmó desconocer cómo había llegado allí y quienes eran sus verdaderos padres. Puesta bajo la custodia del mencionado caballero en su casa-palacio, la muchacha fue aseada y acomodada, aunque seguía sin dar detalles sobre su pasado, presentando defectos a la hora de expresarse y sin noción alguna sobre creencias o doctrina cristiana, parecía como si hubiera vivido aislada del mundo durante años...

Confesó haberse alimentado durante su prolongado cautiverio con lo que la anciana le proporcionaba, verduras y alguna sopa, de ahí que rehusara comer "nuevos" alimentos para ella cuando se le ofrecían, como la carne, el pan blanco o los guisos calientes.

Mientras, María Palomo fue encarcelada como sospechosa de secuestro e interrogada sobre el origen de aquella niña, alegando únicamente en su defensa que la había hallado fortuitamente en la calle y negándose a declarar sobre el origen de las heridas y hematomas que presentaba la joven. Todo indicaba que se trataba de un secuestro, pero los magistrados carecían de más evidencias que sirvieran para identificar a aquella extraña niña.

La noticia había corrido como la pólvora por toda la ciudad. Si el hallazgo fue sorprendente, sin embargo, mayor fue el hecho de que a los pocos días de producirse compareció ante las autoridades un desesperado mercader con tienda en la calle Culebras (actual Villegas, al inicio de la Cuesta del Rosario) quien declaró ante el juez que aquella niña era su hija, sustraída hacía seis años del mostrador de la propia tienda y cuya prolongada y agónica búsqueda había sido infructuosa en todo este largo tiempo pese a los anuncios, pregones y pesquisas realizadas.

Como prueba, la atormentada madre de la niña testificó que como señal poseía un gran lunar en el hombro derecho, lo que a la postre, hechas las comprobaciones pertinentes, resultó ser cierto, para regocijo de aquella familia que veía el final a la tortura provocada por la desaparición de su hija. La justicia dictaminó, por tanto, que la niña podía ser devuelta sus maravillados padres, siendo llevada en carruaje hasta su casa de la calle Culebras en medio de un gran gentío que deseaba verla y que obligó a emplearse a fondo a los oficiales de la judicatura hasta abrirle paso a su domicilio. Como detalle curioso y poco entendible en nuestros días, la niña quedó "expuesta" en el mostrador de la tienda para que la gente la viese durante varios días, tal era la expectación que había levantado el suceso.

¿Qué ocurrió con la malvada María Palomo? acusada por la Fiscalía de los crímenes de secuestro e inhumanidad, con el agravante de intento de homicidio por hambre y extenuación, y una vez que supo que la niña se encontraba de nuevo con su familia, decidió ahorcarse en su celda aprovechando la escasa vigilancia por parte de quienes la custodiaban, siendo sepultada en el cementerio de San Sebastián sin que llegara a saberse el por qué de su horrible proceder. 

La niña, según narran las crónicas de la época, pudo sobreponerse poco a poco de las penurias sufridas durante su prolongado cautiverio, recuperando la salud y el entendimiento, contrayendo matrimonio a los pocos años y llevando una vida normal. 

El Caño de los Locos quedó como mudo escenario de un suceso que impactó tanto a la sociedad sevillana que hasta se publicaron romances impresos, a cargo de Juan Pérez Berlanfa en la calle Siete Revueltas, pero esa, esa ya es otra historia.


05 diciembre, 2022

Sin Pecado Concebida.

 El 8 de diciembre de 1918 pasó a la pequeña historia de Sevilla por ser una fecha dedicada la Inmaculada, como marca la tradición, y además, por la inauguración de un momumento que poco a poco supo hacerse un sitio entre los demás de la ciudad. Pero como siempre, vayamos por partes. 

 Apenas hacía un mes que había finalizado la sangrienta Primera Guerra Mundial. La ciudad de Sevilla vivía en aquellos primeros fríos días de diciembre (17 grados de máxima, 3 de mínima) pendiente del llamado "Crimen de la calle del Coliseo" (actual Alcázares), en una de cuyas tabernas se produjo el asesinato de una mujer a manos de su esposo, quien se dio a la fuga para ser detenido posteriormente, siendo salvado del linchamiento popular por las fuerzas del orden público. Puesto a disposición en sede judicial de la calle San Vicente, alegó en su defensa celos y enajenación mental fruto del alcohol para cometer tal crimen; de igual modo la vida sevillana transcurría, con permiso de la temible gripe, entre mítines políticos, "Rigoletto" en el Teatro Cervantes, huelga de cocheros, conferencias en el Ateneo, actos sociales como el homenaje al historiador José Gestoso (fallecido el año anterior) o partidos de fútbol, como el amistoso disputado entre Sevilla y Betis saldado con un 4-2 a favor del blancos, "Hat-Trick" del sevillista Juan Antonio Armet, más conocido como "Kinké" incluido.  

Anuncio comercial en prensa local. Diciembre de 1918.

Un año más, la ciudad se disponía a celebrar la festividad de la Inmaculada Concepción, vinculada tradicionalmente al Dogma de la Inmaculada proclamado en 1854 por el Papa Pío IX, aunque en nuestra ciudad existía la creencia popular desde mucho antes, siendo abanderada en la defensa de dicho dogma con innumerables ejemplos tanto a nivel individual como de entidades o hermandades que juraron incluso defenderlo hasta la última gota de su sangre si preciso fuera, como es el caso de la de El Silencio. Tampoco podemos olvidar el patronazgo de la Inmaculada sobre el Arma de Infantería, circunstancia promovida tras el llamado "Milagro de Empel" que narramos no hace mucho al relatar la estancia del Conde de Puñonrrostro en Sevilla.

Sin embargo, no es hasta el verano de 1917 cuando a través de una iniciativa privada, promovida por el joven sacerdote José Sebastián y Bandarán y por Ramón Ybarra y González en unión de otros personajes de la vida pública sevillana se solicitaba licencia al Ayuntamiento para instalar un monumento a María Inmaculada. Como ha recogido Mercedes Espiau, ello se hacía "interpretando el sentir de muchos sevillanos, amantes de las tradiciones de ésta nuestra ciudad, y más amantes aún del honor y la gloria que puedan dar a la santísima Virgen en el Misterio de su Concepción Inmaculada".

La idea no cayó en esta ocasión en saco roto, pues aprovechando la reforma urbanística realizada a la Plaza del Triunfo por Juan Talavera se decidió colocar el monumento en la misma, abriéndose una suscripción popular para costearlo, y que alcanzó la cantidad de 102.952,52 pesetas de la época, logradas con los donativos de más de mil setecientas personas que engrosaron una lista que quedó depositada en la primera piedra del monumento colocada en agosto de 1918, y todo ello pese a los informes desfavorables de la Academia de Bellas Artes de Sevilla, presidida por Joaquín Bilbao, que lograron paralizar las obras por un breve espacio de tiempo.

Foto: Reyes de Escalona.

La estructura del monumento debe sus trazas al arquitecto José Espiau y Muñoz, quien le proporcionó un basamento octogonal sobre el que colocó una plataforma del mismo tipo. En la cúspide, sobre cuatro fustes de columnas con capiteles jónicos, se colocó la imagen de María Inmaculada realizada en mármol blanco por el escultor y discípulo de Antonio Susillo Lorenzo Coullant Valera, inspirada en los modelos de Murillo, mientras que en el basamento se añadieron cuatro esculturas representando otros tantos personajes vinculados a la defensa sevillana del Dogma de la Inmaculada en el siglo XVII, a saber: el escultor Juan Martínez Montañés, el sacerdote y teólogo jesuita Juan de Pineda, el propio pintor Bartolomé Esteban Murillo y el poeta Miguel Cid, autor de las populares coplas de 1614: 

Todo el mundo en general 

a voces reina escogida

Diga que sois concebida

sin pecado original. 

 Para recabar datos sobre cómo fue la inauguración de este monumento bastará con recurrir a las fuentes periodísticas de la época, como El Correo de Andalucía, que lanzó una portada al día siguiente con gran alarde tipográfico o El Liberal, que publicó una extensa crónica de lo sucedido en aquella fría mañana del 8 de diciembre de 1918.


Según las crónicas, la mañana comenzó con la celebración de la función litúrgica a la Inmaculada en el interior de la catedral, efectuada con toda la solemnidad habida y por haber y presidida por el Cardenal Enrique Almaraz y Santos. Terminada la celebración litúrgica, a las once de la mañana y bajo un sol radiante, se organizó una procesión que partiendo de la catedral se encaminó hacia el monumento a bendecir, formada por representaciones de todos los estamentos religiosos, comunidades (capuchinos, franciscanos, salesianos, dominicos, escolapios), seminaristas, parroquias, hermandades, destacando la presencia de la de el Silencio y la Sacramental del Sagrario, congregaciones y clero, capellanes reales y canónigos catedralicios,  y de los diferentes colegios profesionales, academias, Real Audiencia, Maestranza de Caballería, delegaciones del gobierno nacional, comandancias militares, diputación provincial y el propio consistorio, las "fuerzas vivas" que solía decirse en esos tiempos. 

Así describía la escena "El Liberal": 

"La Plaza del Triunfo se hallaba totalmente ocupada por el público, así como todas las calles adyacentes. Alrededor de la plaza se había instalado un cordón para que en aquella sólo penetrasen las Comisiones que formaban la procesión y las autoridades.

En lugar próximo al monumento se había colocado una mesa, para firmar el acta de la entrega y varios sillones para las autoridades. El aspecto que presentaba la plaza y sus alrededores era verdaderamente hermoso. Todos los balcones de las casas se hallaban completamente llenos, así como las azoteas de la Lonja, del Alcázar y de la Catedral."

A la solemne bendición del monumento por el Cardenal siguió toda una serie de emocionados discursos por parte de los promotores del monumento, en cuyo nombre habló el diputado en Cortes Rojas Marcos como vicepresidente de la comisión gestora y que fue contestado por el alcalde de la ciudad, tras lo cual se firmó la pertinente acta de entrega por parte de todas las dignas autoridades asistentes, dándose por inaugurado el conjunto en un ambiente de día grande. 

Como curiosidad, la Real Sociedad Colombófila de Andalucía procedió a soltar cuentrocientas dos palomas mensajeras y el Orfeón Sevillano interpretó las famosas coplas inmaculistas de Miguel Cid,  mientras que las bandas militares allí congregadas (Regimientos de Granada y Soria) interpretaron la Marcha Real acompañada del jubiloso repique de primera clase por las campanas de la Giralda. Para recordar tan destacada fecha para la religiosidad sevillana, se repartieron cientos de estampas con la imagen de María Inmaculada, en cuyo reverso podía leerse la siguiente oración:

"Recibid, Madre, esta ofrenda de vuestros hijos los Sevillanos; ayudadnos a cumplir nuestros propósitos, y alcanzadnos la gracia de imitar vuestras virtudes, a fin de que nuestras obras, palabras y pensamientos sean dignos de unos hijos vuestros, y que merezcamos veros y alabaros por toda la eternidad en el Cielo. Amén."

 
A título anecdótico, y como colofón a la jornada, por la tarde se celebró en la Plaza de Toros Monumental un festival taurino con la participación de, por ejemplo, Joselito y Rafael "El Gallo" e Ignacio Sánchez Mejías, a beneficio de la coronación canónica de otra de las grandes devociones de Andalucía: La Virgen del Rocío. Pero esa, esa ya es otra historia.

28 noviembre, 2022

Partir el bacalao.

Hace ya algún tiempo recorrimos los claustros y huertos del famoso monasterio sevillano de Santa María de las Cuevas, regido por monjes de la Orden Cartuja, y en aquellos momentos nos hicimos eco de cierto crimen acaecido en el interior de dicho cenobio; en esta ocasión, para no dejar mal sabor de boca, daremos algunos detalles sobre cómo era la dieta de estos monjes y, por qué no, su influencia en la cocina de la época. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Como narramos entonces, el actual Centro Andaluz de Arte Contemporáneo y antes Fábrica de Loza de Pickman, fue en sus orígenes un importante monasterio perteneciente a la orden cartuja, fundado a comienzos del siglo XV en el sitio denominado de Las Cuevas por el Cardenal Alonso de Mena, quien recurrirá al patrocinio de aristócratas locales (como los Enríquez de Ribera) para iniciar las obras del cenobio aunque no pueda verlo finalizado al fallecer en 1401 en Cantillana. A la fundación ayudaría no poco la aparición (milagrosa, dicen) en esos terrenos de una imagen de la Virgen de mucha antigüedad, y que daría nombre al Monasterio.

Con etapas de gran esplendor o de gran destrucción por las crecidas del río, la importancia de la Cartuja en la historia de la ciudad de Sevilla puede concretarse tanto en lo patrimonial como en lo histórico, sin olvidar lo cotidiano, ya que pese a la distancia física, separado por el Guadalquivir, el monasterio covitano constituyó siempre una referencia en lo devocional y caritativo. 

El conjunto monumental cartujano atesoró a lo largo de los siglos un sinfín de obras de arte de gran mérito, desde el montañesino Cristo de la Clemencia o de los Cálices (erigido allí tras la muerte de quien lo encargó, el arcediano Vázquez de Leca) hasta otras esculturas de Mercadante de Bretaña, Juan de Mesa o Pedro Roldán, pasando por retablos de Bernardo Simón de Pineda, pinturas de Velázquez o Zurbarán e incluso una valiosa sillería de coro que terminó siendo parcialmente desmontada y colocada en la catedral de Cádiz, donde permanece. 


Del mismo modo, la figura del Prior fue siempre muy respetada, actuando como mediador en conflictos entre las grandes casas nobiliarias o como anfitrión de personajes muy diversos; así, por poner un ejemplo el Prior Fray Gaspar de Gorricio colaboró con Cristóbal Colón a la hora de preparar su primera singladura y que incluso fue sepultado allí en un primer momento o Fray Hernando de Pantoja, que apoyó a Santa de Jesús a la hora de la fundación del convento carmelita descalzo de Sevilla allá por 1575. Hasta todo un monarca, como Felipe II, aprovechó el clima de silencio y recogimiento del monasterio para hacer un retiro espiritual de tres días de duración en mayo de 1570 como alto en un camino rodeado de decisiones políticas y gobierno sobre medio planeta.

La Regla de los cartujos les prohibía comer carne, de modo que su dieta se basaba sobre todo en verduras y pescado, ya que incluso en Adviento o Cuaresma tenían vetado el comer productos lácteos;  En el caso de la cartuja sevillana habría que añadir un plato del que hablamos ya en otra ocasión, la famosa "tortilla cartujana" hecha con aceite, sal y huevo batido y cuya simple receta se apropiaron los soldados del mariscal Soult al invadir Sevilla en 1808, llevándosela a su país y convirtiéndola en la archiconocida "tortilla a la francesa". 

La carne, por otra parte, sí figuraba en los menús, pero para los inquilinos de la hospedería o invitados especiales del propio Prior guisada o asada en la llamada "cocina del infierno", cuya denominación resultaba una declaración de intenciones. Además, como indicó Juan José Antequera en un libro sobre su gastronomía, sus ascéticos monjes no se privaban de ciertos "lujos" culinarios, como por ejemplo de la exquisita (dicen) sopa de tortuga, para lo cual decidieron construir la llamada "galapaguera", un estanque en el que criaban estos animales, cuyo caldo era muy nutritivo y sabroso, especialmente para los frailes enfermos o de mayor edad.

En cuanto al pescado, ni que decir tiene que el cercano Guadalquivir resultó siempre fuente inagotable de peces para el Refectorio cartujo, como los albures (capturados entonces entre Cantillana y Alcalá del Río) y que Juan de Aviñón en 1418 recomendaba preparar con salsa de uva y canela. Como curiosidad, la campana que daba los toques nocturnos en el monasterio recibió el apelativo popular de "espanta albures" e incluso aparece en una obra del gran Lope de Vega, la Comedia Famosa del amigo hasta la muerte, en 1618, lo que prueba que el autor conoció bien las interioridades sevillanas al haber residido en la ciudad como comentamos en otra ocasión:

- Cené y brindé por tu salud, contento,
incitado de almejas temerarias,
pero apenas sonaba espanta albures
–ya sabes que es campana de las Cuevas–
cuando llamando un envarado destos
con seis esbirros, nos metió en la cárcel.

Los barbos, empanados o con especias, aliñados o adobados, se acompañaban de sábalos, que eran asados con naranja o también empanados o adobados. Tampoco faltaba en la mesa cartujana la lubina o róbalo, asada con vino blanco o cocida en agua dulce con zumo de limón, las truchas o sollos (esturiones) a los que se llamó "la vaca entre los ganados", las anguilas, las lampreas o incluso los populares camarones, a poder ser cocidos con poca sal.

En cuanto a pescados capturados en alta mar, los cartujos sevillanos poseyeron almadrabas propias en la costa gaditana, con lo cual podían realizar salazones de atún que alcanzaron singular fama, llegándose a denominar a la mojama "Jamón de la Cartuja" por lo exquisito de su elaboración y paladar. 

Existen, además, pruebas arqueológicas del consumo de bacalao en la cocina del monasterio, como las recogidas durante unas excavaciones realizadas entre 1988 y 1989 en la zona donde estuvo el antiguo pozo negro del Prior. Allí, se hallaron acumulaciones de basura correspondientes al siglo XVI a una profundidad de unos dos metros y medio. ¿Qué se encontró? Básicamente, restos de mamíferos, aves y galápagos, pero además, y esto es lo interesante, se hallaron restos de merluza y especialmente bacalao pertenecientes a zonas muy concretas de su anatomía que permiten dictaminar, según los arqueólogos Morales y Roselló, que este pescado era ya entonces fileteado y probablemente puesto en salazón.

Bacalao. Cuesta del mismo nombre. Foto: Reyes de Escalona.

Lo curioso es que este bacalao sería procedente de zonas nórdicas, traído por pescadores vizcaínos de la zona de Terranova, adquirido por los monjes cartujos y procesado para que se pudiera conservar mucho más tiempo en sal, de modo y manera que es casi la primera noticia que se tiene en Sevilla de este tipo de producto allá por el siglo XVI. 

Puede que llegado este punto alguien esté ya preguntándose por los postres en la cocina del monasterio Cartujo, pero por ahora lo vamos a dejar aquí, ya que esa, esa ya es otra historia.


21 noviembre, 2022

Cimientos.


La mezquita se había quedado pequeña. Inaugurada en el año 829, siendo Cadí de Sevilla Ibn Adabbas, aquel edificio de nueve naves, la central más ancha, y cuyo muro de la Qibla, donde estaría el nicho del Mihrab, se situaría ahora a lo largo del testero de iglesia del Salvador que da a la calle Villegas, había tocado techo en cuanto a su aforo para el rezo; de este modo, las autoridades musulmanas determinaron construir una nueva, y para ello, utilizaron materiales de épocas anteriores que ahora suponen una fuente histórica de primer orden. Pero como siempre, vayamos por partes. 

La construcción de la nueva mezquita mayor de Sevilla comenzó allá por el año 1172, estando al frente de las obras el conocido Ahmad Ben Baso, siendo inaugurada por Abu Yaacub Yusuf el 14 de abril del 1182, el mismo califa almohade que ya había ordenado la construcción del puente de Barcas sobre el Guadalquivir, la restauración de los Caño de Carmona o el embellecimiento de los Reales Alcázares. Además, en 1184 emprendió a su vez la construcción de una elevada torre alminar necesaria para que el almuédano realizase los preceptivos rezos diarios, con la particularidad de que tendría rampas en vez de escaleras para que dicho muecín pudiera subir en asno hasta allí. 

El califa no llegaría a ver ni siquiera comenzadas las obras, ya que moriría en combate durante el asedio de la ciudad portuguesa de Santarém, defendida por Alfonso I de Portugal. Su hijo, Abu Yúsuf Yaacub al-Mansur heredaría el gobierno, comenzando entonces, según los historiadores, el periodo de mayor esplendor dentro de la etapa almohade, desde el punto de vista militar con la derrota infligida a las tropas castellanas de Alonso VII en Alarcos en 1195 y desde la faceta constructiva con la construcción de la fortaleza de San Juan de Aznalfarache, una ciudadela en Rabat y la terminación de la mezquita de la Kutubía en esa misma urbe, con un alminar muy semejante al hispalense.

Con la obra de construcción del alminar terminada y en acción de gracias por la victoria antes mencionada de Alarcos, el califa ordenó la colocación en su cúspide de unas grandes esferas de bronce dorado (o Yâmûr) en las que se gastaron, según las crónicas, 100.000 dinares de oro y quedaron solemnemente instaladas el 10 de marzo de 1198; curiosamente, sobrevivieron a la conquista castellana por Fernando III el Santo de 1248, pues caerán finalmente durante un terremoto acaecido en 1356, reinando ya Pedro I de Castilla.  

La interesante cimentación de la torre ha sido analizada topográficamente y alcanza la nada despreciable profundidad de más de nueve metros, más unas medidas en superficie de 17,5 metros de lado; se utilizó piedra de acarreo y ladrillo, pero también aras origen romano correspondientes al siglo II d. C., como las situadas en la esquina de la calle Alemanes (ahora Cardenal Amigo Vallejo) con la Plaza de la Virgen de los Reyes y que están dedicadas por los propietarios de esquifes (navíos de carga) de la Hispalis romana a sendos cargos de la administración hispalense, Sexto Julio Posesor y Lucio Castricio, como prueba de agradecimiento por su "probidad y singular justicia", por haber mantenido navegable el río y por controlar el flujo del comercio aceitero que partía desde Sevilla hacia la metrópoli romana. 

Así, traducida del latín la primera inscripción por el recientemente desaparecido profesor Joaquín Gómez-Pantoja resulta este texto: 

A Sexto Julio Possessor, hijo de Sexto, de la tribu Quirina, prefecto de la III cohorte Gala; comandante de la unidad de arqueros Siria y del I escuadrón Hispano, administrador de la ciudad de los Romulenses Malvenses, tribuno de la XII legión Fulminata y administrador de la colonia de los Arcenses; seleccionado para las Decurias (de caballeros) por los más grandes y mejores emperadores, los Augustos Antonino y Vero; asistente de Ulpio Saturnino, prefecto de la Anona, para la gestión del aceite Africano e Hispano, del abastecimiento del trigo y del pago de sus fletes; procurador imperial de las orillas del Betis. Los barqueros de Hispalis por su integridad y excepcional sentido de la Justicia.

Quizá estas dos lápidas de mármol sean las más conocidas por estar muy a la vista del transeunte, y demuestran el papel tan importante del río en la vida de la ciudad, pero en 1998, durante una excavaciones dirigidas por el arqueólogo Miguel Ángel Tabales en la cara sur de la Giralda, correspondiente a la Puerta de los Palos, salió a relucir un nuevo conjunto de siete aras o basamentos romanos, del que sobresale una dedicada a M. Iulius Hermesianus, personaje que habría vivido en torno al año 199 d. C. y ostentaría el puesto laboral equivalente a un envasador de aceite al por mayor ("difussor") con destino a Roma bajo el gobierno del emperador Septimio Severo, y comerciante a gran escala, no en vano, se ha descubierto en la ciudad de Écija otra lápida dedicada al mismo personaje, sin duda de gran preponderancia social y económica, perteneciente a una familia cuyo, abuelo o nieto, de otro Hermesianus aparece costeando la tumba de una esclava liberta suya en la mismísima capital del imperio, lo que da idea de que bien podría tratarse de una gran estructura comercial con sedes en diversas ciudades del imperio.

No podemos olvidar que en aquellos tiempos era una minoría social privilegiada la propietaria de extensas propiedades agrarias en las que el olivo era pieza clave, punto de partida para extensión del uso del aceite de oliva en todo el imperio, ya que se dice que prácticamente todo el aceite que se consumía en Roma procedía de sus provincias del sur de Hispania, de modo y manera que en aquellos años miles de ánforas de barro con el preciado "oro líquido" llegaron a la Ciudad Eterna con destino a la Annona, especie de oficina central de abastecimiento para todos los ciudadanos; sus restos rotos quedaron como testimonio histórico en el famoso Monte Testaccio, montículo artificial creado a partir de un enorme vertedero de unos cincuenta y tres millones de ánforas destruidas, en las que abundan inscripciones que aluden a la procedencia sevillana, ecijana o cordobesa de las mismas.

La inscripción de Hermesianus, estudiada por varios profesores de la universidad de Sevilla, entre los que destaca Genaro Chic, de cuyas clases en la Facultad de Historia guardamos grato recuerdo, saca a relucir todo un complejo esquema comercial desde Andalucía hasta Roma, basado en un grupo corporaciones o gremios dedicados a agrupar a los productores del aceite de los olivos sevillanos y a administrar tanto su envío como la correcta gestión fiscal de las subvenciones, fletes y ganancias, en la que los "diffusores" como nuestro Hermesianus arriesgaban no sólo su capital monetario, invertido en grandes envío aceiteros, sino incluso también sus propias vidas al acompañar a la mercancía durante sus travesías por el Mediterráneo, singladuras no exentas de naufragios o pérdidas, y que podían arruinar a cualquiera en caso de ocurrir.

Poco de esto podían imaginar los constructores de la Giralda allá por el siglo XII, cuando cimentaban su estructura sin saber que estaban utilizando un trocito del legado romano en nuestra tierra, pero esa, esa ya es otra historia...

Foto: Reyes de Escalona.


14 noviembre, 2022

Expulsados.


Llovía a cántaros en aquella fría madrugada del 2 al 3 de abril de 1767. Aprestadas en la Plaza de San Francisco, las tropas permanecían en perfecta formación soportando estoicamente el fuerte aguacero que humedecía ya sus casacas y tricornios y amenazaba con mojar también la pólvora de los fusiles. Entre truenos y relámpagos, habían sido convocados con urgencia por Don Juan Pedro Coronado Tello de Guzmán, Teniente de Asistente sin que, por el momento, se supiese a qué se debía tal premura, siendo levantados literalmente de sus catres a las once de la noche para tomar armas e impedimenta mientras fuera, pese a la incipiente primavera sevillana, jarreaba sin piedad. 

Entre los soldados y cabos, aburridos por la larga espera, comenzaron a extenderse los más diversos rumores, como suele ocurrir, algunos de lo más disparatado, como el de la inopinada subida de invasores por el Guadalquivir o el de una sangrienta revuelta en Triana, pero, al fin, parece que algo se mueve desde el interior del Ayuntamiento. Hay corrillos entre los caballeros veinticuatro. Los alguaciles van y vienen con premura sorteando los grandes charcos nacidos de los socavones de la plaza. Los escribanos disponen sus cartapacios. En medio del diluvio, el reloj de la catedral marca las tres de la mañana. Al fin, los soldados comprueban aliviados que se ordena dividir el contingente en seis escuadras encabezadas por ministros de la Justicia, y que se designan varios puntos de destino, desde luego, muy poco "militares": casas y sedes de la Compañía de Jesús. ¿Qué ocurría?


En aquella lluviosa noche de abril, ninguno de aquellos empapados soldados sabía que era el mero brazo ejecutor de una Real Orden dictada por el monarca Carlos III, y que esta Orden suponía la expulsión "ipso facto" de los jesuitas sevillanos de España. Pero como siempre, vayamos por partes. 

No cabe duda que el papel de los jesuitas en la historia de nuestro país ha estado siempre marcado por una evidente relación de amor/odio. Su papel como educadores de las élites está fuera de duda, aunque quizá, simplificándolo todo, la diatriba se debiera al llamado Cuarto Voto, aquel que, junto con Pobreza, Obediencia y Castidad, suponía obediencia total al Papa de Roma, con todo lo que ello conllevaba en unos tiempos en los que la monarquía autoritaria, por no decir absolutista, del "ordeno y mando" era moneda corriente en todas las cortes europeas, suavizado todo ello por los aires reformistas e ilustrados provenientes de Francia. Ese Cuarto Voto venía acompañado en aquellos años con una proverbial antipatía hacia todo aquello que supusiera reforma o cambio, de ahí que los conservadores jesuitas, confesores de los reyes españoles durante años, se vieran poco menos que en el ojo de un huracán cuyo epicentro sería su presunta participación en el llamado Motín de Esquilache, del que no saldrían indemnes como veremos, pese a ser una institución más que respetada por todos. 

En completo silencio, evitando incluso el ruido del entrechocar de correajes y fusiles, una por una, las seis escuadras fue tomando posiciones a las puertas de cada una de las seis sedes jesuitas aguardando a la amanecida, mientras la noche seguía fría y desapacible con fuertes lluvias intermitentes. Tiritando, los sargentos acallaban voces de protesta por un desayuno que nunca llegó y por un servicio de armas por el que la tropa esperaba recibir una suculenta bolsa tras aquel lance extraordinario. 

Antes de salir el sol, los porteros de la Compañía de Jesús, aún con sueño en sus ojos, comprobaron cómo la milicia sevillana estaba apostada y se vieron sorprendidos al ver cómo todo un contingente militar franqueaba puertas con violencia, irrumpía de manera enérgica en sus sedes y tomaba posesión de ellas en el nombre del Rey, con el consiguiente desconcierto en cada una de las comunidades jesuíticas, aterradas por la presencia de hombres armados de bastante mal humor y por lo inaudito de la situación. Tomadas las casas jesuitas, El Teniente de Asistente, Juan Pedro Coronado, dedicó toda la jornada a visitar desde la principal Casa Profesa de la actual calle Laraña (Facultad de Bellas Artes e Iglesia de la Anunciación) hasta el recién terminado Noviciado de San Luis, cuyas dos iglesias casi olían aún a nuevo, pasando por los diferentes colegios de la Compañía, como de las Becas o el de San Hermenegildo. En todos ellos, los rostros sorprendidos de los jesuitas, escuetas sotanas negras y alzacuellos blancos, indicaban que todo aquello les había cogido "in albis", o lo que es lo mismo, absolutamente por sorpresa.


Pese a lo inesperado de los acontecimientos, pues verdaderamente se habían visto atrapados en su propia casa, los textos de la época reseñan cómo los jesuitas hicieron gala de una absoluta serenidad y resignación tras escuchar la lectura por parte de un notario del texto que decretaba no sólo su "extrañamiento" o expulsión de territorio español, sino el embargo de todos sus bienes, entre los que estaban veintidós haciendas y cortijos propiedad de la Compañía, y el arresto de los padres procuradores y coadjutores, administradores de estos bienes, a fin de que dieran cuenta a las autoridades. Esa triste resignación les acompañará durante todo el largo proceso. 

Solo se permitió entrar y salir de cada recinto a despenseros, médicos y cirujanos, incomunicándose al resto de jesuitas y novicios. Los desconcertados padres procuradores o rectores hubieron de entregar llaves y documentos de cada una de las sedes a los oficiales al mando, mientras las autoridades gubernamentales comenzaron la ardua tarea de inventariar los bienes y propiedades incautadas, a la espera de darles un destino adecuado. Otro asunto complicado fue el consumir todas las formas consagradas reservadas en los Sagrarios; además, tampoco hay que olvidar cómo hubo que acordonar las sedes jesuitas ante la curiosidad del pueblo llano, deseoso de saber qué sucedía y por qué, como suele ser habitual en estos casos.

Como curiosidad, en el Noviciado de San Luis de los Franceses se confiscó la cantidad monetaria de 7.000 pesos, y sus 57 novicios fueron trasladados a casas particulares de confianza para la autoridad, siendo interpelados sobre sus deseos de seguir o no en la Compañía de Jesús; según Joaquín Guichot, sólo 4 decidieron seguir el destino de los demás jesuitas hispalenses, aunque otros autores sostienen que aconteció lo contrario. Según historiadores que han estudiado este asunto, llama muy mucho la atención la minuciosa precisión con la que se llevó a cabo la orden de expulsión, pues desde el 22 de marzo poseía el Teniente de Asistente una carta de Madrid que incluía la instrucción de abrir otra en la mañana del mismo día 2 de abril, algo que ocurrió en otras muchas ciudades españolas a fin de que todo sucediera de manera sincronizada en todas partes, como un "wuassap" en pleno siglo XVIII, vamos. El efecto sorpresa jugó también un papel importante, ya que, en contra de lo habitual, todo se mantuvo en el más estricto secreto.

El texto de la Carta Orden era:

"En vista de la consulta tenida con sujetos del más elevado carácter; por justos motivos que mi Real ánimo ha tenido; He venido en ordenar a todos los Gobernadores, Asistentes y demás personas empleadas en mi Real Servicio, en todos mis Dominios extrañar de ellos a los religiosos jesuitas; ejecutándose plenamente en una misma hora dicha ejecución: y siendo ese Partido uno de mis Dominios os mando lo ejecutéis conforme a derecho.-Así lo mando en Madrid a 15 de marzo de 1767.- YO EL REY".
Los bienes incautados a los jesuitas corrieron diversa suerte. La Casa Profesa, siguiendo las instrucciones del ministro Aranda para este tipo de edificios, quedó convertida en nueva sede de la Universidad hasta 1954, fecha en la que se traslada a la antigua Fábrica de Tabacos; por su parte, el noviciado de San Luis de los Franceses volverá a ser utilizado como tal por los monjes franciscanos dieguinos, luego de nuevo por los propios jesuitas y finalmente, tras la Desamortización de Mendizábal de 1837 el edificio quedará en manos de la Diputación Provincial de Sevilla, ubicándose en él el llamado Hospicio Provincial hasta 1968. Como curiosidad, el escudo jesuita situado sobre el interior de la puerta de entrada fue burdamente sustituido por otro con las armas reales, pues la premura de tiempo o la escasa pericia del artista anónimo hizo colocar a los leones rampantes del reino de León mirando en el sentido contrario, según las más elementales normas de la Heráldica.


Otras sedes corrieron diversa suerte, como el colegio de San Hermenegildo, demolido parcialmente tras ser convertido en cuartel y cuyo templo aún permanece cerrado a la espera de uso por parte del Ayuntamiento en la zona de la Plaza de la Concordia, junto a la del Duque.

El proceso de expulsión se llevó a cabo, como decíamos, con gran rapidez, de manera que antes de la Semana Santa de 1768 se procedió al traslado, con escolta militar, de las diferentes comunidades en los puertos de la Corona designados para ello. En el caso de Sevilla, el punto elegido fue El Puerto de Santa María, con destino en principio a varias ciudades del mediterráneo de manera que el 4 de mayo se hicieron a la mar los 455 jesuitas andaluces, como pasajeros de varios navíos; los sevillanos, 95 sacerdotes y 58 coadjutores, en un barco mercante sueco, el "General Vankoulbaes", mientras que el resto embarcó en otro mercante sueco y en la fragata militar La Paz, actuando la fragata Princesa en labores de escolta, capitaneada por Juan Manuel Lombardón.

Foto: Reyes de Escalona

Comenzaba una larga singladura por el Mediterráneo. Tras toda una serie de peripecias, con ciudades que rechazaron a los jesuitas a cañonazos incluidas, pasando por Córcega, Rímini o Civitavecchia, todo el contingente, un grupo calculado en unos 5.000, encontró acomodo en Roma, donde cada uno, decretada la disolución de la Compañía de Jesús por el Papa Clemente XIV en 1773, tuvo que comenzar una nueva vida empezando de cero, pero esa, esa ya es otra historia...

Postdata: nuestro más sincero agradecimiento a oyentes y lectores que han hecho posible que este humilde Blog haya rebasado ya las 300 publicaciones y las 200.000 visitas. 


07 noviembre, 2022

La calle de la Muela.

En esta ocasión, dentro de nuestros recorridos callejeros por Sevilla, le va a tocar el turno a una vía en la que vivieron escultores y gente poderosa, donde la vida de la ciudad latía en sus cafés y casinos y donde incluso un bandolero famoso se las tuvo con su más tenaz perseguidor, pero como siempre, vayamos por partes. 

Desde la Plaza de la Magdalena hasta la de la Campana, O´Donnell se denomina así desde 1860 en honor al general Leopoldo O´Donnell, figura militar y política del siglo XIX español, aunque el nombre que más aparece a lo largo de su historia es uno bastante peculiar: calle de la Muela. ¿Por qué? Según el historiador Santiago Montoto, la denominación, de la que se tienen noticias ya desde tiempos medievales, habría tenido que ver con una piedra de amolar, o sea, una piedra para moler el trigo que habría sido colocada como protección en los bajos de la fachada de una de las casas a la entrada de la calle. Además, el otro tramo, hasta llegar a la Magdalena, tomó el nombre de un linaje nobiliario, el de los Martín Cerón o Martín Hernández Cerón, caballeros afincados en Sevilla desde el siglo XV, aunque finalmente será el nombre de la Muela el que se extienda a toda la vía. 

Estrecha e incómoda para viandantes y carruajes, en el siglo XIX experimentó diversos cambios en su fisonomía para hacerla más transitable, sobre todo teniendo en cuenta que fue en su tiempo uno de los lugares de ocio más destacado, debido especialmente a la presencia de diversos establecimientos recreativos y casinos como el Café París, el Centro Liberal Conservador o el Nuevo Casino, conocido popularmente como "La Fiambrera" (luego Bar Flor) que aglutinaba a miembros del partido conservador y que llegó a ser incendiado en agosto de 1932 tras el fallido intento de golpe de estado del genera Sanjurjo durante la II República.

Tampoco faltaron teatros, como el regentado en el XVIII por la actriz Ana Sciomeri o el Teatro Cómico, o Teatro Principal (al que acudieron personajes históricos tan importantes como el general Riego o el mismo Rey Intruso José Bonaparte) y que fue escenario, nunca mejor dicho, de numerosas representaciones, pese a la feroz oposición de la Iglesia, cuyos predicadores incluso pidieron su demolición si la ciudad deseaba librarse de la epidemia de Fiebre Amarilla de 1800, hasta que se decretó su derribo en 1866 para dar paso a un edificio donde tiempo después estuvo el cine Palacio Central, ahora tienda de moda. El final del siglo XIX y el primer tercio del XX fue la época de oro de los llamados "cafés cantantes", algunos de los cuales radicaron en O´Donnell, como el Kursaal; quizá por eso, un monumento recuerda en la calle a Pastora Rojas Monge "Pastora Imperio", bailaora sevillana nacida en la Alfalfa y que tantos triunfos cosechó en esta calle.

Foto: Reyes de Escalona.

Además, se tiene constancia de talleres de imprenta como el de Alonso Rodríguez Gamarra en el siglo XVII o cómo una placa recuerda que en esta antigua calle de la Muela tuvo su vivienda el gran escultor e imaginero Juan Martínez Montañés, quien fallecería en junio de 1649 durante la terrible epidemia de peste que asoló Sevilla en aquel año. Como curiosidad, su viuda, declaró en 1655 que había dado orden de sepultar a su marido en la parroquia de la Magdalena, actualmente desaparecida en la misma plaza; la placa que recuerda este enterramiento ha sido repuesta por el hotel que la retiró durante sus obras de remodelación, aunque ni se ha instalado en el emplazamiento original ni con toda la decoración que poseía, cosas de estos tiempos.

Entre los palacios desaparecidos en la calle destaca el de la familia Concha y Sierra, ahora lugar para un edificio con el pasaje Manuel Alonso Vicedo que desemboca a la calle San Eloy y el ocupado por un ilustre (e ilustrado) vecino: el "Señor del Gran Poder", o mejor dicho, Francisco de Bruna y Ahumada, nacido en Granada en 1719 y que fue apodado así por el pueblo de Sevilla debido a su enorme influencia en la vida política y cultural de la ciudad durante su etapa como Oidor de la Real Audiencia, siendo, por ejemplo uno de los promotores del inicio de las excavaciones arqueológicas en Itálica, junto a Santiponce.

Por si fuera poco, Bruna anduvo empeñado en erradicar la lacra del bandolerismo en la región, muy temida por la inseguridad generada en los caminos,  y que tenía como principal cabecilla al utrerano Diego Corrientes, con quien mantuvo una tremenda rivalidad y algún que otro encuentro desafortunado, como cuando ambos se encontraron frente a frente y Corrientes obligó a Bruna, apuntándole con su arma, a que le abrochara sus borceguíes, afrenta que el Oidor nunca le perdonaría y haría que incrementase su empeño en capturarlo, decidiendo ofrecer recompensas y gratificaciones a quienes dieran señal del paradero del apodado "bandido generoso". Pero mejor, dejemos que sea Álvarez Benavides, allá por 1874, quien narre un incidente de allá por 1780:

"Se cuenta que hallándose pregonado este bandido tan audaz como temerario, y habiéndose ofrecido diez mil reales a la persona que lo entregara a las autoridades, se presentó un hombre en la casa del Sr. de Bruna solicitándole una audiencia de importancia. Entonces vivía en la calle de la Muela, hoy O´Donnell número 29. Admitido que fue, medió entre ambos el diálogo siguiente:

- ¿Es cierto, señor, dijo el recién llegado, que se darán diez mil reales a la persona que consiga entregar al ladrón Diego Corrientes?

- Verdad es, contestó Bruna frunciendo el entrecejo.

- ¿Y si yo lo presentara, no habría dificultad en darme ese dinero?

- ¡Ninguna! ¡En el acto!, afirmó el grave consejero de estado reclinándose sobre su poltrona.

- Pues vengan acá esos cuartos.

- ¡Cómo! ¡Sin entregar al agresor!

- Yo soy Diego Corrientes, exclamó el desconocido, amartillando dos pistolas. Los diez mil reales, ¡Y pronto!

Todo fue obra de cortos momentos; el señor de Bruna puso en manos del forajido los mil escudos, en relumbrantes onzas de Carlos III, y entonces Diego haciéndole un profundo saludo tomó la puerta; montó en un brioso caballo que dejó preparado en la plaza de la Leña, hoy calle de Itálica, y desapareció dejando absorta a la primera autoridad judicial de Sevilla".

Tras ser capturado, Diego Corrientes sería ajusticiado en poco claras circunstancias jurídicas en 1781 en Sevilla, mientras Bruna dedicó también sus esfuerzos en reunir una ingente colección de obras de arte y bibliográficas, como recogió Chaves y Rey del relato de Leandro Fernández de Moratín, entre las que destacaban primeras ediciones, incunables, manuscritos y una larga colección numismática, eso sin mencionar cerámicas, platería o pintura de épocas antiguas. Lo que son las cosas, el sobrenombre de "Señor del Gran Poder" de poco le sirvió cuando hubo de confinarse en el lazareto que le correspondía durante la epidemia de Fiebre Amarilla antes aludida, de hecho, hubo de claudicar ante la Junta de Sanidad creada al efecto aun cuando él pretendía evitar el confinamiento dada su condición de poderoso gobernante. El pueblo llano, siempre rápido y al quite en este tipo de asuntos, sentenció con una copla que corrió de boca en boca en aquel año 1800:

"El Señor del Gran Poder

se ha vuelto de la Humildad;

este milagro lo ha hecho

la Junta de Sanidad."

Mención aparte merece la convivencia en la misma calle de conventos y beaterios de diferentes órdenes religiosas con actividades no tan santas, como reflejaba en 1897, un año antes del ensanche experimentado en un tramo, el diario sevillano La Andalucía: 

"Es verdaderamente escandaloso lo que ocurre en la calle O´Donnell con las mujeres de vida airada (sic). Desde poco después de las nueve comienzan a aparecer, y ya no abandonan aquel lugar de sus recreaciones, hasta que concluyen los teatros.

Especialmente en la esquina de la calle Olavide, hay siempre un montón de estas desdichadas, a las que la autoridad debe hacer retirar, porque constituyen con sus dichos obscenos un lunar feísimo para vía tan concurrida de la ciudad". 

 

Anuncio de 1919.

Espacio tradicional para el comercio de toda la vida, peatonalizada totalmente en 2005, la calle O´Donnell ha visto modificado su perfil comercial con la invasión de nuevas tiendas y franquicias, desapareciendo con los años la famosa Pescadería de Málaga, los Almacenes La Exposición, la Casa Singer de máquinas de coser, los Almacenes Santos (afortunadamente se conserva aún la casa palacio del XVIII), la popular Casa sin Balcones (aún con su reloj detenido en el tiempo), o la Joyería de Félix Pozo, la última en caer, mientras pervive la Farmacia de Gaviño, fundada en 1930 o el bufete Ruiz-Berdejo, últimos supervivientes de un tiempo pasado en el que el comercio tradicional se adueñó de la calle, pero esa, esa ya es otra historia... 

Anuncio de 1961.