17 febrero, 2025

Una cruz de novela.

Como recordarán los amables lectores de estas páginas o los no menos estimados oyentes de estos podcasts, el actual Centro Andaluz de Arte Contemporáneo y antes Fábrica de Loza de Pickman, fue en sus orígenes un importante monasterio perteneciente a la orden cartuja, fundado a comienzos del siglo XV en el sitio denominado de Las Cuevas por el Cardenal Alonso de Mena, quien recurrirá al patrocinio de aristócratas locales para iniciar las obras del cenobio aunque no pueda verlo finalizado al fallecer en 1401 en Cantillana contagiado por una epidemia. A la fundación ayudaría no poco la aparición (milagrosa, dicen) en una "cueva" ubicada en esos terrenos de una imagen de la Virgen de mucha antigüedad, y que daría nombre al Monasterio.

Con el paso de las décadas, Santa María de las Cuevas, nombre que recibiría una vez constituida la comunidad cartuja, terminó por convertirse en uno de los conventos masculinos más importantes de Sevilla. Albergó en su interior la tumba de Cristóbal Colón, destacó por la riqueza de su patrimonio (allí recibió culto por vez primera el montañesino Cristo de la Clemencia) y por la abundancia de sus limosnas y comidas a los pobres, e incluso, con el tiempo, la figura de su Prior pasó a ser considerada como más que respetable y llena de prestigio, siempre tenida en cuenta en cuestiones de pleitos, pendencias o enfrentamientos, a manera de "pacificador", en unos tiempos, como veremos, más que peligrosos. 


Si se visita dicho lugar, salvada la entrada, curiosamente orientada en sentido contrario a la ciudad, o sea, a sus espaldas, dejando patente el carácter "solitario" de la orden y tras superar la llamada "Capilla de Afuera", adentrándonos en busca de la portada de acceso a la antigua iglesia o Puerta de las Cadenas, el visitante observador se percatará, a la derecha, de la presencia de un pequeño estanque recuerdo quizá de aquella famosa "Galapaguera" en la que se criaban tortugas con las que se cocinaba una, dicen,  exquisita sopa de tortuga, cuyo caldo era muy nutritivo y sabroso, especialmente para los frailes enfermos o de mayor edad. Presidiendo dicha alberca, enmarcada en un ventanal y rodeada de enredaderas, nos encontraremos con una cruz realizada en piedra, de tamaño mediano y que a sus pies ostenta la representación iconográfica de la Piedad, esto es, la Virgen María con su Hijo muerto en sus brazos. 


Una sempiterna leyenda ha denominado a esta cruz como la Cruz de los Ladrones, leyenda que, como todas, pierde su origen en la noche de los tiempos y que alude a épocas en las que esta cruz estaba enclavada a medio camino entre Triana y la Cartuja, actuando como "cruz de término" que marcaría los límites territoriales del monasterio frente al mundanal ruido. El suceso habría tenido como protagonista a un criado del monasterio, con cuya ayuda habría contado un grupo de seis malhechores a la hora de robar las joyas de la Virgen de las Cuevas; sin embargo, durante su huida, una extraña y milagrosa niebla, les despistará hasta el punto de regresar una y otra vez a la escena del crimen, emprender la huida y abandonar el botín. Como recuerdo de aquel suceso sobrenatural se habría levantado tal cruz.

A mayor abundamiento, de dicho episodio, y en parecidos términos, poseemos una una interesante referencia en la novela La Gaviota, publicada en el año 1849 bajo la autoría de Fernán Caballero. Seudónimo de la novelista fallecida en Sevilla Cecilia Böhl de Faber (1796-1877),  en dicho relato se narra la historia de una hermosa joven de origen rural y dotada de una preciosa voz para el canto, quien tras una serie de peripecias, venturas y desventuras amorosas y hasta adulterio con un torero (cosas de las novelas románticas) a la postre regresa a su pueblo de origen y contrae matrimonio con un humilde barbero, en lo que sería un epílogo ejemplarizante para satisfacer a los lectores, ávidos de este tipo de ficción cercana al folletín decimonónico. 


Precisamente en el séptimo capítulo de la segunda parte de esta novela, varios de los protagonistas debaten acaloradamente sobre la veracidad de determinadas y antiguas leyendas de Sevilla, como la del Lagarto de la Catedral o la de la Cruz del Negro; llegado un momento determinado, se hace alusión al origen de la Cruz de los Ladrones, aludiéndola como aún colocada cerca de la propia Cartuja, con dos teorías sobre su denominación y demostrando a las claras que el suceso formaba ya parte del acervo popular hispalense : 

—Bien puedes también, hermana, dijo el General, regañar al loco de Rafael, por haber respondido a ese Monsieur le Baron, a una pregunta por el mismo estilo, acerca de la Cruz de los ladrones, junto a la Cartuja, que se llamaba así, porque a ella iban a rezar los ladrones, para que Dios favoreciese sus empresas.

—¿Y el Barón se lo ha creído? preguntó la Marquesa.

—Tan de fijo, como yo creo que no es Barón, repuso el General,

—Es una picardía, continuó la Marquesa irritada, dar lugar nosotros mismos a que se crean y repitan tales desatinos.

La cruz fue erigida en aquel sitio por un milagro que hizo allí Nuestro Señor; porque en aquellos tiempos, como había fe, había milagros. Unos ladrones habían penetrado en la Cartuja, y robado los tesoros de la iglesia. Huyeron espantados, corrieron toda la noche, y a la mañana siguiente se encontraron a corta distancia del convento. Entonces viendo claramente el dedo del Señor, se convirtieron; y en memoria de este milagro, erigieron esa cruz, a la que el pueblo ha conservado su nombre. Voy a decirle cuatro palabras bien dichas a ese calavera.—Rafael, Rafael.


Dejamos a Fernán Caballero y su Gaviota. Pese a no haber mucha información sobre esta cruz, en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla se conserva un antiguo plano de los terrenos cartujanos basado en otro realizado en torno a finales del siglo XIX en el que aparecen diferentes parcelas o hazas de cultivo, como las del Expulgadero o la suerte (tierra de labor) de Fray José, sin olvidar reseñar caminos o veredas que se dirigían al cercano cortijo de Gambogaz, a Camas, al Alamillo, a la Barqueta o incluso a un sendero llamado de San Luis o del Membrillo, aunque llama la atención que en esa esquemática representación gráfica, apenas esbozada, aparezca también la llamada Haza de la Cruz, ¿Nombrada así porque allí estuvo enclavada la Cruz de los Ladrones? 

En una publicación de 1937, titulada Nomenclátor de la Ciudad, y elaborada por Siro García López, Jefe de la Sección Técnica de Estadística del Ayuntamiento de Sevilla, todavía se menciona una Cruz al aludir a la llamada Vereda de la Cartuja:
"Ésta arranca de la Cañada Real del término de Salteras y se dirige a esta Ciudad por el de Santiponce hasta la encrucijada de los Cuatro Caminos, continuando por la Hacienda de Gambogaz hasta la Cruz de la Cartuja. En este sitio había un abrevadero y descanso de ganados que se nombraba de Jucurrucú; la Cruz estaba en el centro. Aquí paraban los ganados que venían de Salteras, Gerena, Guillena y la Sierra, para conducirlo de noche al Matadero de Sevilla o a otros puntos."
Terminamos con otra cruz. En un hermoso paraje campestre de Beratón, provincia de Soria, al pie de la fría sierra del Moncayo, se encuentra otra Cruz de los Ladrones, aunque son realidad tres, grabadas en un viejo quejigo o roble como recuerdo de que allí, el 8 de febrero de 1872, fueron muertos por los lugareños tres bandoleros que habían asaltado y cometido mil desmanes en la población, comandados por un malhechor apodado "El Chupina", pero esa, esa ya es harina de otro costal. 


03 febrero, 2025

La calle equivocada.

Es una calle poco frecuentada, sin tráfico rodado (con permiso de los patinetes, ya se sabe), de las que se usan para "cortar" entre vías importantes, por ejemplo, en fechas semanasanteras, de las que apenas aparecen en las guías y planos turísticos de la ciudad y que, para colmo, presenta un peculiar error a la hora de nombrarla. Pero como siempre, vamos a lo que vamos. 

Desde Lineros y Puente y Pellón hasta la calle Cuna, la calle Lagar se extiende estrecha y sin pretensiones. Un azulejo en el número 2, no lejos de donde estuvo la juguetería del "0,95", sirve para rotular la calle, con la particularidad de que cada una de sus cinco letras presenta decoración en las que las hojas de parra o vid o sus racimos relacionan el nombre de la calle con, según la Real Academia de la Lengua, el "Recipiente donde se pisa la uva para obtener el mosto", pero, conviene aclararlo, nada más lejos de la realidad, pues desde el siglo XVIII era conocida como Lagar de la Cera, por hallarse en ella un taller que servía para el blanqueo de la cera, aunque en 1845 se acortó su nombre para quedarse como está hoy día, de ahí la confusión en el tipo de "Lagar". El lagar de cera era una especie de prensa de tornillo que servía para extraer la cera de los panales de abejas por el sistema de presión. 


Llegó a poseer sendos corrales de vecinos, hoy ambos desaparecidos, uno de ellos en el actual número 5, e incluso el cronista Álvarez Benavides la calificó como "vía de primer orden" en virtud a su ubicación, y porque en ella se localizaban negocios tan variopintos como la imprenta de Gironés y Orduña y el colegio de primera y superior enseñanza del Salvador; en el número 11 tuvo su depósito una fábrica de hielo allá por 1876 (razón social "La Quinta de la Florida"). Quizá por su céntrica ubicación, en 1899, como ha estudiado Carlos A. Font, el ingeniero alemán Otto Engelhardt, director de la Compañía Sevillana de Electricidad, fundada en 1894, promovió la construcción en esta calle de lo que sería una de las primeras estaciones de acumuladores eléctricos de la ciudad, constando de una batería con capacidad de 4.000 amperios/hora. A esta estación siguió en 1905 la de la calle Feria, en el número 154, edificio aún conservado por fortuna, obra de Aníbal González.

Pese a esta rica actividad comercial, la calle atravesó malos momentos, prueba de ello es que en su edición del miércoles 7 de abril de 1897 el diario El Baluarte se quejara abiertamente:

"Y... La calle Lagar de la Cera sigue tan sucia y en el mismo estado de abandono de antes. Mientras tanto el Municipio dicta medidas de buena policía, recomendando a los particulares cuiden del aseo de sus fincas, blanqueen fachadas y pinten balcones y puertas para la venidera Semana Santa, la Alcaldía se cruza de brazos, haciendo caso omiso de la recomposición o limpieza de algunas calles. ¡Pero qué cosas se ven en Sevilla!".
Corral de Vecinos en la calle Lagar. Años 70.

 En nuestros días, por desgracia, poco queda de todo lo mencionado. Salvo alguna excepción, modernas casas de pisos se han adueñado de la calle Lagar, aunque como símbolo moderno figure desde 2008 la peculiar escultura del caracol que trepa por la fachada del edificio que hace esquina con Lineros y el número 1 de nuestra calle (de cuya puerta echamos en falta un precioso azulejo de San José), una interesante muestra de arte urbano obra del escultor nacido en Olivares Chiqui Díaz; por cierto, el caracol tiene un "hermano" de siete metros de altura,  instalado en la localidad onubense de Palos de la Frontera. 

Enfrente, en el número 2, en lo que es ahora un moderno hotel, tuvo su sede uno de los primeros establecimientos considerado como Grandes Almacenes, promovidos por una familia oriunda de Almería, los Lirola, que usó para darle nombre las primeras sílabas del nombre y apellidos de una de las hijas de su promotor, Victoria Lirola Martínez, para crear un nombre comercial que pasó a la pequeña historia del comercio sevillano: Vilima, famoso por sus "Zafarranchos" y cuya inauguración, en la tarde del 31 de marzo de 1963, fue resaltada por la prensa local con  reseñas llenas de alabanzas en el estilo de aquellos años:

"Sin temor a incurrir en hipérbole, puede calificarse de verdadero acontecimiento en  la  vida  comercial  de  Sevi­lla la  solemne  bendición  de  la  primera fase  de  los  suntuosos  establecimientos VILIMA,  efectuada  en  las  últimas horas  de  la  tarde  de  ayer  domingo,  en vía  tan  céntrica  de  nuestra  ciudad como  la  calle  Lagar,  en  el  lugar  en que confluyen las de Lineros y  Puente y  Pellón.

Con semejante acontecimiento, Sevilla ha enriquecido de manera considerable su acervo de moderna  urbe comercial.  Cuanto  sé  diga  para  enalte­cer  la  elegante  y  sugestiva  instalación que  motiva  las  presentes  líneas,  resul­tará  pálido  ante  la  realidad.  Una  superficie  de  seiscientos  metros  cuadra­dos,  magníficamente  ocupada  por  vitrinas  y  finos  mostradores,  en  los  que se  admiran  atrayentes  colecciones  de bolsos,  prendas  infantiles,  sutiles  ro­pas  femeninas,  que  parecen  tejidas por manos de hadas; preciosos artículos de viaje, abanicos, mantillas y multitud de artículos  más  gratos  a  las  mujer, forman  un  conjunto  de  ensueño,  en­marcado  por  una  decoración y  un  sistema  adecuado  de  alumbrado,  que comunican al local una magnifica ento­nación,  que  hace  juego  maravillosa­mente con infinitos  detalles  de un  gus­to  irreprochable."

En el verano de 1968 un desgraciado y fortuito incendio declarado en el establecimiento se llevó las vidas de dos bomberos que intentaban sofocarlo, dañando gravemente el interior de la tienda, por lo que hubo que buscar unas instalaciones provisionales en la calle Francos número 34; al fin, el 1 de diciembre de 1969 se procedía a la reapertura de los remozados Almacenes. 


Hasta 2001, Vilima funcionó como emblema del comercio sevillano, generando a su vez una gran influencia en su zona, desde la calle Córdoba hasta la Encarnación, aunque finalmente el negocio se vio obligado a cerrar sus puertas en ese año.

Casi en la desembocadura con la calle Cuna, y con fecha de fundación en 1913, se asienta en la calle Lagar una de las dos sedes de Cuadros Venecia, especializados en láminas y enmarcaciones y cuya trayectoria ha sido reconocida por el Ayuntamiento en unos tiempos en los que el comercio tradicional atraviesa su peor momento, pero esa, esa ya es harina de otro costal. 


26 enero, 2025

Varflora.

Se llamó Fernando Díaz de Valderrama, pero ha pasado a la historia de Sevilla por ser conocido por su seudónimo, con el que firmó obras imprescindibles para conocer la historiografía sevillana del siglo XVIII, y su nombre figuró en una calle del Arenal durante siglo y medio hasta que, cosas de esta ciudad, quedó desposeído del mismo a comienzos del siglo XXI; pero para variar, vamos a lo que vamos. 

Nacido en 1745, unos estiman que ingresó en la orden franciscana, mientras que otros, en la de Santo Domingo. Erudito y escritor, Fernando alcanzó el nombramiento de Revisor y Consultor de la Real Academia de Medicina y Examinador sinodal del arzobispado hispalense. En 1766 publicó el conocido Compendio Histórico-Descriptivo de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Sevilla, obra que fue corregida y aumentada en 1789 sin que en ella apareciera el nombre de su autor, antes bien, éste optó por elegir el de Fermín Arana de Varflora para ocultar el suyo. Además, escribió Hijos de Sevilla ilustres en santidad, armas, letras, artes y dignidades (1791), auténtico catálogo de personalidades al que han recurrido no pocos estudiosos y, como curiosidad, entre otros libros, editó unas Disertaciones sobre la imposibilidad física de celebrar exactamente el santo sacrificio de la Misa en un solo cuarto de hora. 

Falleció el 3 de mayo de 1804, dejando parte de su ingente trabajo sin publicar. El profesor y literato Mario Méndez Bejarano lo calificó así: 

"Era un hombre sencillo, ingenuo y confiado. Trabajó con sincero patriotismo, ajeno a toda sugestión de vanidad, ni menos de lucro. Si su crítica histórica no parece todo lo severa que hoy exige la escrupulosidad científica, no ha de olvidarse que en su tiempo se vivía en épica credulidad y que la crítica en materias históricas no había nacido aún en España".

En 1859 se rotuló como "Varflora" la antigua calle Real de la Carretería, entre la calle Arfe y el Paseo de Colón, en honor a este religioso e historiador. Rectilínea y con predominio de viviendas de dos y tres pisos, su estrechez en algunos tramos es de sobras conocida por los cofrades, que acuden cada tarde de Viernes Santo a contemplar la siempre complicada salida de la Hermandad de la Carretería desde su capilla (propia desde 1753 e inaugurada en 1761 con el gremio de Toneleros), lograda gracias al tremendo esfuerzo de capataces y costaleros, especialmente en el colosal Paso de las Tres Necesidades, acompañado de los característicos y románticos nazarenos de túnicas azules de terciopelo. 

Durante años, la calle albergó almacenes de aceitunas, tal como hemos comprobado en la Guía General de Sevilla y su Provincia, editada en 1860, donde aparecen apellidos como Galeano, Calzadilla o Vinuesa y que tienen que ver con la cercanía del puerto y el transporte de este tipo de mercancías, con mucha demanda (como ahora) en el exterior; en 1910 el diario El Liberal denunciaba precisamente la ocupación de la calle por este tipo actividad, generando molestias entre el vecindario. 

Por cierto, en 1878 todavía se registraba la presencia de toneleros en esta calle, también miembros del oficio de pintores y en los años treinta del siglo XX, en número 40, tuvo su sede la Gimnástica Andaluza, un modesto club de fútbol de categorías inferiores. 


En enero de 1919, un artículo del diario El Sol de Madrid alababa la labor de la empresa J. Bellido y Compañía, fundada dos años antes en el número 48, y cuyas exportaciones, al decir de la crónica:

"Se hacen en cajas y barriles, principalmente en cajas, teniendo un taller de barrilería, en el que se pueden atender rápidamente sus propias necesidades. Los Sres. J. Bellido y C.ª tienen varias marcas de aceites, que se propagan de contínuo por el éxito que las acompaña. Figuran entre ellas las denominadas "Cisne", "Pelayo" y "Gaviota", que son las preferidas de los clientes."

La cercanía del puerto, como decíamos, hará que también proliferen en esta zona del Arenal los llamados almacenes de "Efectos Navales", como recuerda un curioso azulejo localizado en la primera planta del edificio número 21 de la calle, recuerdo de un tiempo pasado en el que jarcias, boyas, pasamanos, sogas y cabos de todo tipo surtían a los navíos anclados en las cercanas orillas del río.



Aunque desde 1993 la Hermandad de la Carretería lo venía solicitando al Consistorio, no será hasta el año 2000 cuando el bueno de don Fermín Arana de Varflora quede "compuesto y sin calle" y que ésta pase a recuperar el de toda la vida: Real de la Carretería, pero esa, esa ya es harina de otro costal.

20 enero, 2025

Toribio.

Principios del siglo XVIII. En esta ocasión, nos centraremos en un personaje que buscó mejorar la situación de un grupo desfavorecido de la sociedad de Sevilla, impulsando una institución donde alojarlo y educarlos. Pero como siempre, vamos a lo que vamos. 

Había nacido en San Pedro de Piñeres, en la provincia asturiana de Oviedo, allá por mayo de 1687 y tras una etapa en su tierra pastoreando ganado, a comienzos del nuevo siglo se sabe que se ganaba la vida en Sevilla y sus calles vendiendo por sus calles devocionarios y libritos de oraciones. Hombre de fe profunda y buenos sentimientos, se llamaba Toribio de Velasco y, buen observador de su entorno, apreció con dolor cómo era la vida del sinnúmero de niños huérfanos que pululaban por la ciudad hispalense y que día a día la recorrían mendigando por un mendrugo de pan o efectuando pequeños hurtos con los que sobrevivir, haciendo de las calles su casa y de las plazas su refugio nocturno, siempre bajo múltiples amenazas y peligros y con un futuro incierto como delincuentes o condenados.

Decidido a actuar, comenzará por explicar la Doctrina Cristiana a un grupo de estos pillos y ladronzuelos, no sin cosechar rechazos e injurias, hasta que por fin, con el auxilio de algunos benefactores, decide emplear su casucha de la calle  Peral, para dar cobijo a un primer puñado de niños a los que saca de su mala vida; pasan las semanas y aquella variopinta "patulea" de granujas y chicuelos ha crecido y obliga a Toribio a dar un paso más. Ha recibido varios donativos de gente caritativa y tras consultar con el párroco de San Martín y el Arzobispo Salcedo alquila una casa de mayor tamaño en la Alameda de Hércules. Es un caluroso 1 de julio de 1725  y dieciocho niños serán los primeros afortunados en ingresar en aquella institución que busca su educación y formación, desde aprender a leer y escribir hasta saber realizar las diversas tareas domésticas, sin perder nunca de vista la oración y la lectura de textos religiosos.

A partir de ahí, la actividad de "Los Toribios" se incrementa de manera enorme hasta recibir centenares de solicitudes de ingreso. La comunidad vive entre rezos y salidas para escuchar misa y para pedir limosna con que mantenerse, y la ciudad, conmovida, se vuelca con aquellos niños decididos a tener un mejor futuro. La férrea disciplina (que no excluía los azotes, nunca más de veinticuatro, eso sí) y los horarios estrictos contribuyen a que exista una rutina diaria, mientras que no tardan en surgir los primeros talleres de diferentes oficios, como por ejemplo, el de zapatería; para ampliar la institución se decide su traslado a la llamada Inquisición Vieja, cerca de San Marcos y allí se convierte en centro benéfico de referencia, recibiendo incluso donativos del mismísimo monarca Felipe V, quien durante su estancia en Sevilla quedará conmovido por la procesión de niños pidiendo limosna con velas encendidas y su fundador a la cabeza portando un cesto donde recoger prendas y dineros. Trescientos ducados, nada menos, pasarán a engrosar las siempre menguadas arcas de los Niños Toribios, como ya eran conocidos allá por 1730.

Sin embargo, la muerte de su fundador en el verano de aquel año será todo un mazazo. Afectado por calenturas, apenas podrá sostener la pluma con la que rubricar su testamento, y tras su fallecimiento, llorado por los ciento cincuenta niños que acogía la vieja casa, será enterrado en el convento de San Pablo, ahora parroquia de la Magdalena, en lo que en otro tiempo se llamó "olor de santidad". La institución fundada por él pasará al Pumarejo en 1802 y pervivirá hasta el siglo XIX con bastantes altibajos, en que pasará a ser gestionada por la Diputación de Sevilla, siendo el germen del llamado Hospicio Provincial que funcionará en la calle San Luis hasta 1973.

La apertura de la exposición "Patrimonio Histórico de la Diputación de Sevilla 1500-1900" en el Conjunto Monumental de San Luis de los Franceses ha supuesto la recuperación de más de cien piezas procedentes de antiguos hospitales benéficos, entre pintura, escultura, orfebrería y bordado; una de estas piezas es un interesante retrato funerario del hermano Toribio, pintura anónima que lo representa de medio cuerpo, yacente y vestido con el hábito dominico blanco y negro, pese a ser miembro de la Orden Tercera Franciscana. Una inscripción en su parte superior indica: "Retrato del hermano Toribio fundador de la Cassa Hospisio de de muchachos guérfanos y perdidos de Sevilla Murió de edad de 40 años a 23 de agosto de1730, con grande opinión de virtud"

                         

Era costumbre entonces el dejar para la posteridad imágenes de "cuerpo presente" de personas o personajes importantes, de modo que, aparte del valor meramente documental, como apunta Juan Luis Ravé, comisario de la Muestra, presenta el de homenajear al fundador de la institución que hemos comentado, antecedente de los llamados Correccionales. De hecho, todavía a finales del siglo XIX cuando se hablaba de un joven problemático se decía, "Qué bien le vendría estar en los Toribios", pero esa, esa ya es harina de otro costal. 


13 enero, 2025

La calle Carballo, donde la señora Marcela.

Arrancando año como suele decirse, en esta ocasión, abrigándonos mucho, eso sí, nos vamos a marchar muy cerquita de donde se encuentra la venerada imagen de Jesús Cautivo de San Ildefonso, para dar detalles de una calle que ostentó varios nombres hasta el actual y fue residencia de un personaje fruto de una época concreta. Pero para variar, vamos a lo que vamos. 

Foto Reyes Escalona. 

Estrecha y peatonal (aún subsiste un solitario marmolillo de los antiguos de metal fundido), entre Boteros-San Ildefonso y Vírgenes-Águilas, la actual calle Deán López Cepero pasaría desapercibida de no ser por haber sido llamada de diferentes maneras a lo largo de su dilatada historia; se sabe que desde 1438, como mínimo, se llamó Alcoba del Baño y ya en el XVI Alcabala del Baño, nombres debidos a la presencia de unos baños en la esquina con San Ildefonso. En 1584 se llamaba calle Barba, sin que sepamos si hubo por allí barbería o gentes con aquel apellido y desde mediados del siglo XVII y hasta 1893 tomó el nombre Caraballo o Carballo, puede que por haber contado entre sus vecinos con algún personaje llamado así. 

Foto Reyes Escalona. 

Como decíamos, en ese 1893 el ayuntamiento le otorgó el apelativo de Deán López Cepero, en honor a Manuel López Cepero, sacerdote y político nacido en Jerez de la Frontera en 1778 y que estuvo siempre de parte de las ideas liberales y constitucionalistas a lo largo del turbulento siglo XIX español, pasando de capellán castrense con el general Castaños (el vencedor de Bailén frente a los invasores franceses) a diputado en Cortes durante el llamado Trienio Liberal, lo que, al regreso del absolutismo de Fernando VII le supondrá pena de prisión por sus ideas en los recintos cartujanos de Sevilla y Cazalla de la Sierra. Senador vitalicio, catedrático y decano de la Facultad de Teología, párroco del Sagrario, atesorará una interesante colección de obras de arte, fruto de las desamortizaciones, con más de ochocientas piezas, que sus herederos sacarán a subasta tras su muerte en 1858, considerándosele uno de los promotores del actual Museo de Bellas Artes de Sevilla.

José Gutiérrez de la Vega: Manuel López Cepero, 1817. Museo de Pontevedra.

Como calle cercana a la fábrica de tabacos de la actual plaza del Cristo de Burgos, en San Pedro y a la zona de Odreros y Boteros, donde estaba la calle de Vinaterías (Sales y Ferré), llena de mesones y tabernas, a buen seguro por ese motivo estuvo en esta calle que comentamos el conocido como Mesón de la Cruz.

Sin embargo, una de las moradoras más peculiares de esta antigua calle, despertó la curiosidad de los sevillanos, siempre deseosos de novedades y escándalos allá por el siglo XVII. La llamaban la señora Marcela y vivía de modo modesto y recatado, sin lujos y dispendios; poco sabían sus vecinos sobre ella, salvo que era de condición humilde y carácter reservado, que era respetada por todos y que apenas abandonaba su morada para acudir a misa al cercano convento de San Leandro y regresar con su talega con provisiones para su sustento diario. Hasta ahí todo, aparentemente, normal. Una vecina más. 

Sin embargo, la tranquilidad de la zona quedó rota cierto día para consternación de sus moradores. Alguaciles de la justicia aporrearon la puerta de la casa de la anciana y de modo violento procedieron a su detención siguiendo la denuncia del joven conde de Arenales, quien había decido "tirar de la manta" y sacar a la luz el verdadero y rentable oficio al que se dedicaba Marcela, pues andando en amoríos con cierta doncella, supo el noble de oídas que dicha señora podía hacer de "Celestina" o trotaconventos para lograr sus propósitos amorosos, mas, decepcionado al fin por no conseguir el ansiado tesoro, el joven aristócrata optó, como narrábamos, por denunciar a quien le había prometido todo con buenas palabras y frases esperanzadoras, previo pago de unas buenas monedas, eso sí, para luego, a la postre, quedarse "con el santo y la limosna". 

Gerard van Honthorst: La alcahueta. 1652.

Condenada de manera fulminante por ejercer como alcahueta (término que procede del árabe Al-qawwád, que significa ejercer de mensajero) delito muy mal visto ya en tiempos de Alfonso X en que era considerada conducta "ilícita e infame" aunque era moneda corriente, la señora Marcela fue sentenciada a salir a las calles de Sevilla "emplumada" en pública vergüenza y escarnio, pero ¿Cómo se desarrollaba la ejecución de tal sentencia? Será mejor que nos lo cuente nuestro buen cronista Álvarez Benavides: 

"A las once de la mañana el verdugo iba junto a la condenada y, ayudado de sus criados, la desnudaban enteramente de cintura para arriba. Luego untaba el cuerpo con una espesa capa de miel. Hecho esto le ponía una coroza o gorro de cartón rematado en punta. Así disfrazada, la paciente era puesta en un asno se la ataba al cuello una especie de argolla fija a una barra de hierro cuyo extremo inferior se apoyaba sobre la albarda, después la paseaban muy despacio por medio de dos filas de soldados y alguaciles y seguida por una multitud del pueblo. La cabalgata hacía alto en las principales calles de la ciudad, y a cada alto el pregonero leía en voz alta la sentencia que condenaba a la paciente a ser emplumada diciendo por qué; el pregonero acababa siempre con esta fórmula: quien tal hizo que tal pague. 

Pronunciadas estas palabras el verdugo tomaba dos puñados de plumas y las arrojaba sobre la miel de que el cuerpo estaba lleno: las plumas quedaban pegadas, lo que al cabo de algún tiempo le daba un aspecto a la vez horrible y grosero que hacía reír a la muchedumbre".

Las calles por las que pasaba tan insólito cortejo eran normalmente las mismas que las de las procesión del Corpus, saliendo de la Cárcel Real hacia la catedral por Sierpes, San Francisco y Génova (actual Avenida) para regresar por Alemanes, Francos, Culebras (ahora, Villegas), Salvador, Cuna, Cerrajería y de nuevo a Sierpes para finalizar de nuevo en la Cárcel Real. Ni que decir tiene que ejecuciones de sentencias como ésta abarrotaban las calles y buscaban servir de cruel escarmiento, algo que a doña Marcela, aquella discreta señora de la calle Carballo nunca olvidaría, sin que sepamos si fue también azotada, si quedó recluida en la cárcel o si enviada al destierro, castigo final aplicado en estos casos por aquellos años. Por cierto, quede constancia de que aún en el siglo XIX seguía realizándose esta vergonzosa práctica de emplumar a mujeres, pero esa, esa es harina de otro costal.

30 diciembre, 2024

Noches Viejas y de Reyes.

Cerramos el año y para la ocasión, vamos a intentar dar a conocer algunas curiosas diversiones que tenían lugar en nuestra ciudad coincidiendo con la Nochevieja y Epifanía; así que, para variar, vamos a lo que vamos. 

La costumbre de celebrar la Nochevieja, sostienen algunos, arranca con la implantación del calendario gregoriano allá por 1582; en Sevilla no es tan antigua como pudiera parecer, aunque en la prensa local de finales del siglo XIX y comienzos del XX hay alusiones a fiestas organizadas por casinos, entidades y asociaciones, que adornaban sus salones para costeados banquetes que solían finalizar con bailes de gala en los que no faltaba el consumo de alcohol, las bromas o incluso los disfraces. En 1931, por poner un ejemplo, organizaron Bailes de Fin de Año el Centro Cultural del Ejército, el Círculo Cultural de Izquierda Republicana y la Unión Comercial; en el primero tenían prometida su asistencia "distinguidas familias", en el segundo habría "un exorno artístico del amplio local" y en el tercero la celebración, para que sirva como referencia, comenzaría a las diez de la noche.

 Por aquel entonces ya se consideraba una tradición el "comer las uvas", aunque hay que decir que su consumo era tradicional en las mesas sevillanas hasta que quedó casi "institucionalizado" que se tomasen doce uvas acompañando las doce campanadas de la medianoche que daba paso al Año Nuevo como gesto de buena suerte ante los doce meses venideros. El origen no está del todo claro, incluso hay quien alude a un excedente de cosecha de uva de mesa en la zona alicantina del Vinalopó y otros, simplemente, hablan de la exportación de una costumbre originaria de Francia en torno a 1894. 

En cualquier caso, en 1911 la prensa hacía alusión a un gesto que esta popularizándose cada vez más, sobre todo en la capital de España y ante el reloj de la Puerta del Sol, lo que, como puede apreciarse, no ha cambiado con el paso de los años. Del año siguiente hemos recogido una curiosa reseña teatral sobre las funciones que tuvieron lugar en la noche del 31 de diciembre en el Teatro del Duque: 

"Por la tarde y noche se vio muy concurrido este teatro, donde fueron las obras puestas en escena muy aplaudidas, particulamente Lucha de amores y La niña de los besos, donde, como siempre, fue repetida la Cachimba zampaguita.

En el último cuadro de la obra dieron las doce, y como no era cosa de dejar de comer las uvas, los artistas encontraron discreto medio para no olvidar esta preocupación, que ya es cosa sancionada en esta tierra."

Un inciso, la "cachimba zampaguita" alude a un pícaro baile con abundancia de dobles sentidos que tenía lugar con música del maestro Manuel Penella y letra de Miguel Mihura y Ricardo González y que era esperado por el "respetable" con auténtica pasión. 

Por cierto, como siempre ocurre en estos casos, siempre hubo quien aprovechaba las nuevas modas, allá por 1923 para hacer publicidad de su negocio, con un anuncio cuyo texto no podemos resistir el transcribir: 

"Las 12 Uvas. Siguiendo la Tradición. 

La tradición se impone, y hay que vivir con ella. ¿Quién dejará de comerse el día 31, a las doce de la noche, las doce uvas de la suerte? Unos en casa, otros en la calle, por si o por no, todos las tomamos. ¡Imposible sustraerse a la superstición! En teatros, Círculos y cafés no se deja de cumplir con el imperativo de la costumbre, y rindiéndose a ésta, el dueño del Bar Jerezano, Fernández y González 14 (en la misma Plaza de San Francisco), tendrá a disposición de sus clientes las doce clásicas uvas, para celebrar la entrada de año. Pero como no sólo de uvas se vive, el oloroso Corregidor -el vino más jerezano que se bebe- hará su agosto. Por 0,50 un chato, no hay quien paledee mejor caldo de Jerez. La manzanilla fina Delgado Zuleta -0,40 el chato- es otra especialidad de la casa, y por ese orden los demás licores y vinos de todas las marcas. 

Nota importante: se comprometen a no servirles ninguna tapa repetida. ¿Hay quien ofrezca más? Igual ocurre con los fiambres, desayunos y bocadillos. El día 31 será con nosotros, en el Bar Jerezano, Fernández y González, 14." 

Saltamos fechas impacientes en el almanaque. Dejamos atrás cotillones, matasuegras y serpentinas. El 5 de enero, cuando aún no se celebraban Cabalgatas, eran muchos los jóvenes, y no tan jóvenes, que salían a las calles o al campo a cumplir el rito de "Esperar a los Reyes Magos de Oriente", costumbre ésta que documentó en 1883 el historiador e investigador del folklore Luis Montoto, importante figura de su época que heredó el nombre de la calle Oriente, ni más ni menos. ¿Qué era eso de esperar a los Reyes la noche de la víspera de Epifanía? 

"Para recibir a los ilustres huéspedes reúnense diversas comparsas;  y unos llevan hachas de viento, otros cencerros y campanillas, y los más forzudos escaleras de mano. Desde primeras horas de la noche, corren por las calles y plazas como alma que lleva el demonio, ensordeciendo al vecindario con su ruido. Porque es de saber que a los cencerros y campanillas añaden los muchachos caracoles, que hacen las veces de trompas, y piedras y latas y pitos, y cuanto puede producir estrépito."

Por cierto, las hachas de viento contaban, según el Diccionario de la Lengua, de una mecha de esparto y alquitrán, y a veces, cera, para que de esta manera al encenderse resistieran las ráfagas de aire y no se apagasen. 

Manuel Álvarez-Benavides (1820-1889), completa la descripción de esta curiosa y desaparecida celebración con la alusión a que estos grupos organizados tenían como objetivo llamar la atención de los Reyes para que acudieran a Sevilla y, de camino, tomarle el pelo a algún que otro "inocente" cuya participación voluntaria se prolongaba hasta altas hora de la madrugada, como veremos: 

"Nadie ignora que tales excursiones son una pura broma, que siempre da por resultado engañar a no pocos forasteros, especialmente a jóvenes asturianos, montañeses o gallegos, a los cuales después de hacerlos cargar con la escalera y, si se prestan, hasta con un adoquín, y estropearlos corriendo, terminan con dejarlos a guisa de vigías cabalgando sobre alguna tapia o lienzo de muralla, donde después de arrecidos de frío y desengañados, llevan por añadidura una silba monumental".

Era entonces habitual decir de aquel que todo se lo creía o era un bendito o un bobalicón o que había ido a esperar a los Reyes. En cualquier caso, la noche de Reyes era (y es) noche de nervios e ilusión para los más pequeños y, por qué no, para los mayores; dicen que la verdadera patria de cada cual es la Infancia, de manera que disfrutemos tanto de las celebraciones de Nochevieja y Año Nuevo como de la fiesta de la Epifanía, con el deseo por nuestra parte de que el venidero año 2025 esté lleno de venturas para todos los seguidores de "Hispalensia" y que Sus Majestades Melchor, Gaspar y Baltasar se porten bien con todos nosotros. Como siempre, mil gracias por estar ahí.

El sueño de la noche de Reyes, por Adriano Marie. 1890.

 

 


23 diciembre, 2024

Navidades de otro tiempo.

En esta ocasión, estando en las fechas en las que estamos, sería imperdonable no dedicar estas páginas a la celebración de la Navidad en Sevilla, una festividad religiosa que cada vez más se nos aparece revestida de su correspondiente carga de luces, fiestas, calles atestadas y, en algunos casos, consumo desaforado. Pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

Cerrando ya casi el año, traemos a la sazón cuatro interesantes textos sobre cómo eran las Pascuas de Navidad en nuestra ciudad hace cien o ciento cincuenta años y, además, recoger detalles sobre costumbres, añadir datos sobre celebraciones o, incluso, apreciar tópicos típicos de nuestra tierra tamizados por el filtro del narrador local.  

En diciembre de 1913, en el diario sevillano El Liberal, Pedro Antonio de Alarcón apuntaba en una crónica cómo se disponía la ciudad a vivir las vísperas navideñas, en un texto repleto de detalles costumbristas, algunos de ellos desaparecidos: 

"En vísperas de Pascuas. Anoche presentaba Sevilla un aspecto animadísimo. Desde las nueve comenzó el público a desfilar por las distintas calles del centro de la población, viéndose muy concurridos los establecimientos de comestibles y confiterías, que hicieron una gran venta de artículos diversos. La plaza de la Encarnación, como es tradicional, estuvo abierta hasta la doce, y el público desfiló por ella en gran número, haciendo las compras precisas de frutas y otras golosinas. Los puestos de trastos escandalosos han superado este año a los anteriores, viéndose a los consabidos amantes de la Nochebuena hacer un regular consumo de zambombas y panderetas. Organizados después en comparsas recorrieron las calles haciendo un derroche de armonía verdaderamente encantador. En algunas figuraban bandurrias, guitarras y panderetas. Han sido numerosísimas las casas que han organizado fiestas íntimas en honor del Niño de Dios, bailándose y cantándose mucho por los concurrentes. El barrio de Triana ha dado su nota de alegría característica, siendo también no pocas las casas de vecinos que tenían instalados Nacimientos, ante los cuales hubo derroche de buen humor.

En la Catedral. En nuestra grandiosa basílica resultó la fiesta de Navidad con el esplendor de otros años. Las hermosas naves del templo hallábanse profusamente iluminadas. A las nueve y media comenzaron los repiques de la Giralda anunciando la festividad, y a las diez empezó el coro, cantándose los benites, y a continuación los maitines y laudes. Después del Te-Deum subió las gradas del altar mayor el deán, don Luciano Rivas, acompañado del diácono y subdiácono, dando principio la misa a las doce y ejecutando el órgano preciosos villancicos. Al ofertorio subieron al presbiterio el Cabildo y los beneficiados, depositando en las bandejas las sagradas ofrendas. El público fue muy numeroso."

Cambiamos de época. Nos marchamos a la Sevilla de 1874, en la que un viejo conocido de estas páginas, Manuel Álvarez Benavides aporta una visión irónica, o crítica, sobre la castiza forma de celebrar la Navidad en la ciudad, incluso con problemas de orden público: 

"Dos días después llega la Nochebuena, y según uso y costumbre de la gente de esta tierra, conocida por de "María Zantízima", es celebrada con la bulliciosa pandereta, con la sonora zambomba y los alegres palillos, sin que olviden ni músicos ni danzantes la gruesa botija verde llena hasta el mismo gollete del abocado vino peleón, bien sea blanco, de Valdepeñas o tinto. A dicha botija es de ordenanza añadir otra repleta de aguardiente, que al segundo vaso se pone el que lo bebe en disposición de reñir hasta con su misma sombra. A tan confortables líquidos se agrega un almud por lo menos de castañas tostadas y algunas libras de peros. Con estas provisiones y una petaca llena de pitillos, tiene un sevillano de cierta clase lo muy bastante para llevarse cantando, más que un grillo harto de tomates en la noche más calurosa del estío. 

Inútil es decir, que en la noche del 24 de diciembre se arma todos los años en Sevilla cada bronca que canta el misterio, según aquí se dice, por cuya razón cirujanos y practicantes de guardia del Hospital Central y Casas de Socorro, la consideran como una noche Toledana, y así mismo los agentes de policía."

Cartelera. Navidad 1915.

Por cierto, un almud es una medida de cantidad que oscilaba entre los 3 y 4,5 kilos y el significado de la expresión "Noche Toledana" tiene varias teorías históricas sobre sucesos acaecidos en la ciudad castellana, pero en todas ellas se destaca el hecho de pasar la noche en vela, sin dormir y llena de preocupaciones. Tampoco debe extrañar la alusión al jolgorio, la juerga y la jarana, pues ya en 1587, en las denominadas Constituciones Sinodales dictadas siendo arzobispo de Sevilla don Rodrigo de Castro ya se intentaron regular abusos y otras "circunstancias" que ocurrían en los templos hispalenses cuando llegaban los días navideños; de esto modo, en el capítulo 13 de esas Constituciones puede leerse: 

"Por obviar los abusos e inconvenientes que hay en el decir de las misas que llaman de Aguinaldo que se dicen algunos días entes de Navidad; mandamos que de aquí en adelante no se digan las dichas misas antes que sea de día claro, ni se abran las puertas de las iglesias en aquellos días hasta entonces, so pena de quinientos maravedís al que dijere misa y otros quinientos a la persona a cuyo cargo es abrir y cerrar las dichas puertas por cada vez que contravinieren, y lo mismo mandamos se guarde en todos los monasterios. 

Y porque hemos sabido que en muchas iglesias de nuestro Arzobispado, la noche de Navidad entretanto se dicen los divinos oficios muchas personas se juntan en ellas y cantan cantares profanos y hacen otras cosas de irreverencia; prohibimos de aquí adelante no se haga lo susodicho, y mandamos a los Curas procuren evitarlo y avisen a los Vicarios de los excesos que hubiere para que se corrijan y castiguen."

No podía faltar la certera y breve crónica periodística, en este caso a cargo de un anónimo plumilla del diario local de diciembre de 1925; con la ciudad y sus aledaños amenazados por una amenazante crecida e inundación del Guadalquivir, con la consiguiente incertidumbre, aquellas frías Navidades quedaron descritas así:

"LA NOCHEBUENA.

Pasó la Nochebuena. Por las calles circularon algunos grupos de gente alegre y bullanguera que tocaban guitarras y panderetas y cantaban villancicos. También escuchamos un coro de campanilleros. A las doce se dijo en algunas parroquias la tradicional "misa del Gallo". Pasada la hora de la misa, las calles quedaron desiertas. La Nochebuena en Sevilla es noche familiar. 

Ayer, primer día de Pascua, con el tiempo bastante mejorado, aunque no seguro, se lanzó el público a las afueras a contemplar los efectos de la riada. Los venteros de las afueras están pensando en el suicidio. No les ha hecho ni un domingo de invierno bueno. Veremos el próximo si empiezan a desquitarse. El Parque y el paseo de la orilla se vieron concurridísimos. Los teatros también estuvieron muy animados; pero se nota en todo que la riada ha perjudicado mucho, pues durante los días que el agua ha estado encima del muelle se han dejado de ganar muchos jornales. Se quejan todos los que venden y todos los que alquilan. Las paradas de automóviles empezaron a moverse algo ayer.

De la Comisaria nos dicen que no hay novedad mayor, salvo el desgraciado caso de Triana. Tres ó cuatro «tajadas pascuales» seguidas de escándalo y nada más.

Y otra Nochebuena doblada en el libro de la vida. El repórter de El Liberal felicita a sus lectores en las presentes Pascuas... sin enviar tarjeta."

Terminamos. Como siempre, aprovechamos para desear a los oyentes y lectores de Hispalensia unas Felices Pascuas y que el Niño que ahora nace haga propicio el venidero año MMXXV. 

Gracias a todos por estar ahí y, como decía aquel: "sean moderadamente felices".


09 diciembre, 2024

Santas Patronas.

Paralela a la muralla, entre el Arenal y la Magdalena, hoy nos centraremos en una calle en la que incluso nació un cantante admirado y famoso y desconocido por muchos. Pero, para variar, vamos a lo que vamos. 

Ubicada entre Reyes Católicos y López de Arenas, en el antiguo barrio de la Cestería, inicialmente se llamó de las Vírgenes, en honor al Hospital de las Vírgenes Santa Justa y Rufina, alfareras que murieron como mártires en el año 287 y son patronas de nuestra ciudad. Del referido Hospital subsiste, en el número 48 de la calle un antiguo azulejo del siglo XVIII representando a las Santas Patronas, ya que la tradición popular siempre apuntó a que ambas hermanas habrían vivido en esta zona próxima al río; dicho establecimiento benéfico, además, poseyó hermandad propia, perteneciente al gremio de olleros de Triana. En 1859, para evitar confusiones con el nombre de otra calle, la de Vírgenes junto a San Nicolás, el Cabildo de la Ciudad decidió emplear el de Santas Patronas, que es el que permanece en la actualidad. 

Ese tramo concreto se formó al correr en paralelo al lienzo de muralla que unía las puertas del Arenal y la de Triana, y, de hecho, en algunas de las viviendas de la calle, en la acera de los impares, se conservan no pocos vestigios de esa cerca de origen almohade; poco a poco, a lo largo del siglo XV se fueron adosando casas a dicha muralla y ya en el siglo XVII se constata la presencia de una veintena de ellas, siendo zona un tanto deprimida por su cercanía con la Mancebía (actual zona de Molviedro). Dada su proximidad al puerto, existieron en ella almacenes para diversas mercancías, como cereales y en la parte más próxima al Arenal subsisten algunos modelos de vivienda de cierta antigüedad, aunque la mayoría del caserío es en mayor medida del siglo XIX y del XX.  

Merece la pena reseñar que, como decíamos, en varias viviendas de la calle la muralla, que hace de medianera con la paralela calle Castelar, ha quedado integrada, tal es el caso del número 55 o del número 9, edificio diseñado por Aníbal González entre 1914 y 1915 y que ahora está convertido en alquiler turístico; curiosamente, en las fotos que aparecen en la web de alquiler pueden apreciarse precisamente el detalle del muro visto formando parte de la diferentes habitaciones. 

Aparte del antes aludido hospital benéfico de Santa Justa y Rufina, germen del nombre de la calle, se sabe que desde el siglo XIX y hasta no hace muchos años pervivió una pequeña capilla oratorio dedicada a la Virgen del Rosario, que incluso llegó a poseer su propia asociación para darle culto y un retablo procedente del desaparecido convento de Consolación de la calle Rioja, desaparecido en 1868. La imagen procesionó por última vez en 2009, que sepamos, mientras que un pequeño azulejo, en el número 15 de la calle, la recuerda como devoción en la misma.

Sin embargo, quizá el personaje vinculado a la calle Santas Patronas que más merezca la pena sea uno nacido precisamente en esta calle allá por enero de 1775 y que fue bautizado en la parroquia de la Magdalena como Manuel del Pópulo Rodríguez Aguilar, aunque con posterioridad cambió sus apellidos, pasando a la posteridad como Manuel del Pópulo Vicente García; el llamarse de "El Pópulo" tuvo que ver, sin duda, con la proximidad del convento del mismo nombre, del cual hablamos en otra ocasión. 

A los seis años, Manuel ingresará en el coro de la Catedral de Sevilla, recibiendo allí su primera formación musical; se sabe que hasta los catorce años vivirá en el hogar familiar junto a sus hermanas Rita y María. Eran malos tiempos para la el Teatro y la Ópera en Sevilla debido a constantes prohibiciones de las autoridades civiles y eclesiales, quienes veían en estas diversiones ocasión para que hombres y mujeres compartieran espacio, lo que iba en contra de las normas de decencia y recato de entonces. Sabedor de que en Cádiz las normas eran más relajadas, Manuel marchará allí y debutará en 1792, contrayendo matrimonio en esta ciudad en 1797 con la también cantante Manuela Morales. 

El éxito como cantante le acompañará en Madrid, Málaga y más adelante por toda Europa, que lo aclamará como uno de los mejores intérpretes del denominado Bel Canto; consagrado como tenor y compositor, entre 1811 y 1816 vivirá en Italia, donde completará sus estudios musicales y estrenará su primera ópera: El Califa de Bagdad,  con la que cosechará un sonado triunfo. Así, un sevillano interpretará a un sevillano, ya que será el encargado de poner voz al conde de Almaviva, uno de los protagonistas de El Barbero de Sevilla, la ópera de Rossini estrenada en 1818 y que, en principio, supuso un sonoro fracaso.

Aquel chiquillo del barrio de la Cestería podrá presumir de ser el introductor de las óperas de Mozart e italianas en los Estados Unidos y de ser el padre de varios hijos, entre ellos la también célebre cantante  María García "La Malibrán" (1808-1836) o el inventor del laringoscopio, su hijo Manuel (1805-1906). Fallecido en París en 1832, será sepultado en aquella ciudad sin que Sevilla le haya rendido homenaje por una soberbia trayectoria musical en la que incluso incluir la composición de más de cien boleras para guitarra, instrumento del que fue maestro y compositor también.

Dejando a un lado cuestiones musicales y entrando otras, no podríamos dejar de mencionar que en la calle Santa Patronas tienen su estudio los reconocidos arquitectos Cruz y Ortiz ("Los Antonios", en el gremio) autores de proyectos tan importantes como la sevillana estación de trenes de Santa Justa, el estadio Wanda Metropolitano de Madrid o la Facultad de Ciencias de la Educación de la Hispalense; ya que estamos con vecinos de la calle, tan justo es citar el conocido bar Casa Alfonso, fundado en 1971 por Alfonso Pérez y hoy regentado por su hijo Manuel, establecimiento especializado en caracoles "en temporada", como aludir a los talleres de Gráficas San Antonio, imprenta especializada desde hace más de cincuenta años en diseño gráfico e impresión personalizada, pero esa, esa ya es harina de otro costal.