06 junio, 2022

De duelos, retos o desafíos.

La noticia saltaba en forma de urgentísima Última Hora con apenas tres párrafos en la última edición del Noticiero Sevillano, en el atardecer del martes 10 de octubre de 1904, aunque desde  horas antes ya circulaba el rumor de una tremenda desgracia para alguien muy conocido en los ambientes políticos, económicos y aristocráticos de Sevilla, alguien que tenía mucho que ver con la fábrica de loza de la Cartuja; pero como siempre, vayamos por partes. 

Desde época medieval, muchas controversias o diferencias solían quedar bajo la sentencia del llamado "Juicio de Dios" o lo que es lo mismo, llegado el caso, el enfrentamiento armado entre dos contrincantes ("campeones" o adalides), obteniendo la razón, por gracia divina, aquel que lograse la victoria ante su adversario. Basta con recordar la célebre secuencia de la película El Cid (1961), en la que Charlton Heston, que interpretaba a Rodrigo Díaz de Vivar, lucha por Castilla por lograr la ciudad de Calahorra, consiguiendo su objetivo y con ello el favor de su rey, entonces Fernando I.

 

Con el tiempo, y con la perpetuación del concepto de "honor caballeresco" cualquier ofensa realizada entre "hombres de honor" sólo podía ser exonerada, limpiada, mediante el combate, el desafío o el duelo, de modo y manera que abundaron no poco entre nobles, a veces por cuestiones muy simples para nosotros, pero que ponían de manifiesto cuán preocupados estaban estos hidalgos caballeros por defender su honra y mantenerla limpia de polvo y paja. Además, hay que dejar claro que la legislación estatal y eclesiástica era muy severa con los duelos y sus participantes, ya que  Felipe V en 1716 y el código penal de 1805 lo incluían como delito, e incluso en el segundo caso existía la pena de excomunión, con todo lo que ello conllevaba, como veremos más adelante. 

Existió todo un género literario dedicado a regular de principio a fin el desarrollo de un duelo, desde las funciones de los padrinos (fundamentales como emisarios y organizadores) hasta el tipo de armas a utilizar, pasando por la elección de la hora o el lugar, el que todo se desarrollase con mesura y educación y la manera en la que se resolvía el desafío. Por tanto, no es de extrañar que en la virulenta España del XIX abundasen los duelos, y que se batieran en ellos nobles, militares y políticos, con la consiguiente proliferación de academias de esgrima o galerías de tiro, ya que nunca se sabía en qué momento podría llegar una injuria que necesitase borrarse, ya se sabe, el famoso "guantazo" en la cara del rival acompañado de la inevitable frase "le enviaré mis padrinos". 

 

Vicente Blasco Ibáñez, Ramón María de Valle Inclán y hasta el político socialista Indalecio Prieto se vieron, con mayor o menor fortuna, con más o menos entusiasmo, involucrados en hechos de este tipo, lo que indica que era bastante fácil, en determinados ambientes culturales, políticos o literarios, ser blanco, nunca mejor dicho, de encolerizados individuos deseosos de lograr satisfacción tras una ofensa. Por supuesto, había casos en los que uno de los duelistas, por miedo o por cualquier otra causa, decidía no presentarse, lo cual lo convertía, automáticamente, en un maldito para sus iguales, quedando manchado su honor para siempre.

 Famoso e histórico fue el llamado Duelo de Carabanchel, que enfrentó a Enrique de Borbón contra Antonio de Orleans, duque de Montpensier, debido a unas declaraciones por escrito del primero contra el segundo. Todo se concertó, lo ha estudiado la profesora Barriuso Arreba, en un duelo a pistola a distancia de nueve metros y disparos alternos hasta la herida de uno de los contrincantes. El 12 de marzo de 1870, al amanecer, el enfrentamiento se saldó con la muerte del de Borbón (cuñado de Isabel II y primo hermano de María Luisa de Borbón, la esposa de su rival), al tercer disparo, lo que valió para que Montpensier fuera condenado a solo un mes de destierro y perdiera, esto fue lo peor para él, todas sus aspiraciones al trono español.


 Los periodistas de aquella época también tuvieron que aprender a usar la espada, el sable o la pistola, pues en muchas ocasiones tras sus publicaciones, ofendían a algún lector de alta alcurnia, así que en algunas redacciones, se cuenta, incluso había una sala para practicar con los aceros, tal como ocurrió en Francia en este caso entre dos directores de los periódicos El Intransigente y La Autoridad; se dio la circunstancia de que al segundo disparo uno de los oponentes cayó al suelo, pero al ser reconocido por los médicos asistentes, pudo comprobarse que la bala había impactado en una medalla de la Virgen de Lourdes que la novia de aquel había cosido entre sus ropas. El atacante afirmó al ver aquello: "no sabía que me batía contra un hombre acorazado", a lo que el herido replicó: "usted perdone, ignoraba que tenía este objeto sobre mi cuerpo; le doy mil excusas y le ruego que vuelva a tirar sobre mí", finalmente el rival contestó: "gracias, aunque más bien debe darle sus excusas a la Virgen". 

La prensa, deseosa siempre de dar noticia de estos sucesos, pero sabedora que estaban prohibidos, lo contaba a veces maquillando la realidad:   

"Examinando unas pistolas, el capitán de Artillería D.F:C. tuvo la desgracia de que se le disparara accidentalmente ocasionando la muerte del procurador D.G.C. El suceso ha causado gran consternación entre las gentes de toga, entre las que D.G.C. era persona conocida y estimada."

Para terminar, merece la pena volver a lo que indicábamos al principio: El Noticiero Sevillano publicó el 10 de octubre de 1904 la muerte en duelo del Marqués de Pickman, Rafael de León y Primo de Rivera, persona muy conocida de la alta sociedad hispalense: 

"Parece que ejercitándose esta tarde en el tiro al blanco, en una huerta próxima a nuestra ciudad, el distinguido sportman sevillano don Rafael León y Primo de Rivera, marqués de Pickman, fue víctima de un desgraciado accidente, resultando muerto a consecuencia de un balazo en el pecho.

"Desde el anochecido la noticia corrió rápidamente por nuestra capital, causando general duelo y acundiendo gran número de personas a enterarse de lo sucedido, así al Casino Sevillano -centro muy frecuentado por el marqués y en donde cuenta con generales simpatías- como a la casa del popular aristócrata fallecido."


 La realidad era muy distinta, ya que Pickman, endeudado al parecer, se sintió agraviado cuando alguien de manera anónima difundió que él consentía que su esposa mantuviera una relación con un oficial de la Guardia Civil, Vicente García de Paredes, pariente por más señas, del prestamista que le había proporcionado los fondos necesarios para seguir manteniendo su elevado nivel de vida. El marqués abofeteó en público al oficial en pleno teatro Cervantes de Sevilla, con el consiguiente escándalo para la sociedad hispalense. El duelo no se hizo esperar, celebrándose en la Huerta del Rosario, a una legua de Sevilla, en lo que ahora sería la barriada de Torreblanca; se usaron pistolas rayadas a quince pasos de distancia, disparos simultáneos y espadas preparadas en caso de agotar los intentos, algo que no fue necesario, pues al tercer disparo del capitán, oponente del marqués, una bala atravesó el corazón de éste, falleciendo en el acto.

El funeral y entierro de Pickman, ex diputado del partido liberal, se vio rodeado de una ingente cantidad de público, con la polémica añadida de la prohibición, por parte del Cardenal Spínola, de sepultar el cadáver en tierra sagrada dada su condición de duelista, con la ausencia de representantes del clero en el sepelio. Serían a la postre los propios obreros de la fábrica de loza de la Cartuja, desoyendo las órdenes y enmedio de un gran tumulto, quienes enterrarían al fallecido en el panteón familiar del cementerio de San Fernando; no quedó ahí la cosa, ya que de madrugada, y obedeciendo órdenes del prelado, el féretro fue sacado a escondidas y sepultado en la zona de "disidentes" del cementerio, ya se sabe, la destinada a los no católicos. 

 https://www.sevilla.org/servicios/cementerio-municipal/historia-y-espacio-cultural/fotos-estudio/63f.jpg/@@images/7a57dc76-6763-4393-b80e-dae9798b862c.jpeg

Miguel Martorell Linares, profesor e historiador, autor del libro Duelo a muerte en Sevilla. una historia española del novecientos, ha plasmado todo este asunto con aires novelescos, resaltando el carácter jovial, castizo, manirroto, amante de los placeres terrenales del marqués de Pickman, hermano, curiosamente de la Quinta Angustia y prototipo de aristócrata andaluz de finales del XIX.

Cierto, queda una última cuestión ¿Qué sucedió con el capitán García de Paredes? Tras entregarse voluntariamente, finalmente pudo ver cómo el caso era sobreseído, quedando al final en libertad sin cargos, aunque esa, esa ya es otra historia...


30 mayo, 2022

El cuarto de los milagros.

Cercanos ya a su romería, cuando ya tenemos a la Virgen en su aldea tras ser trasladada desde Almonte, cuando ya hay hermandades en camino, cuando ya para muchos se agotan los días de ilusionada espera, en esta ocasión vamos a hablar de unos objetos a medio camino entre lo sagrado y lo popular, entre lo devoto y lo antropológico; pero como siempre, vayamos por partes.

 Desde los tiempos más remotos, el ser humano ha buscado relacionarse con la divinidad, estableciendo lazos de unión con ella mediante ritos, liturgias, ceremonias y demás modos con los que acercarse a lo trascendental; llegado el momento de rogar o suplicar el favor divino, fue práctica más que habitual el realizar sacrificios u ofrendas de todo tipo, sin olvidar tampoco, si se obtenía el ansiado don implorado, el dejar como recuerdo algún tipo de donativo o testimonio. Es ahí donde entran en escena los llamados "exvotos",  referidos (como afirma el profesor Rodríguez Becerra, en el caso de la religión cristiana) a objetos ofrecidos a Dios, la Virgen o a los santos como consecuencia de una promesa.

El exvoto por tanto viene a ser un pequeño recuerdo de un hecho milagroso, narrado en primera persona por quien se ha visto favorecido por la intervención sagrada. En muchas ocasiones, viene a ser fruto de una promesa anterior, por lo que no es de extrañar que en numerosas ocasiones se realizasen ofrendas en forma de cera, flores o limosnas, costumbres que aún perviven en numerosas muestras de nuestra religiosidad popular.

Uno de los tipos de exvoto más frecuentes en su tiempo fue el simbólico, esto es, aquel que buscaba representar el elemento sobre el cual se realizaba la acción de gracias, de ahí que en muchas ermitas e iglesias abundasen pequeñas representaciones, realizadas en cera u hojalata, de ojos, piernas, brazos, corazones o cabezas humanas, aludiendo a la curación de estar partes de la anatomía, o bien objetos personales como trenzas, vestidos de novia, prendas militares, e incluso artículos ortopédicos como muletas o prótesis, en lo que sería un conjunto peculiar por un lado y de gran interés etnográfico por otro. Templos y santuarios como los de Consolación en Utrera, Cabeza en Andújar, San Benito en Castilblanco de los Arroyos y la propia ermita almonteña serían buenos ejemplos.


Quizá el más interesante de estos exvotos sea el que mediante una sencilla representación pictórica (o fotográfica), pretendía narrar un suceso desgraciado o peligroso para el donante, seguido de la súplica a la imagen sagrada y de la posterior resolución milagrosa, para finalizar habitualmente con una acción de gracias por los favores conseguidos. Es aquí donde podría tener perfectamente cabida en concreto la devoción a la Virgen del Rocío, pues se sabe que hasta julio de 1963 existió en la ermita almonteña el llamado Cuarto de los Milagros, en el que tendría cabida todo el conjunto de exvotos acumulados a lo largo de los siglos. Como sala, poseía una entrada directa desde el exterior y otra desde el interior del propio templo, y en ella se acumulaban, literalmente, todo tipo de exvotos en un abigarrado y ancestral desorden.

Derribado dicho cuarto para las obras del nuevo santuario, los nuevo aires litúrgicos del Concilio Vaticano II fueron poco propicios para la práctica de la entrega de exvotos, muchos de los cuales, a nivel andaluz, terminaron como piezas de anticuario o incluso en museos, de ahí que en el nuevo templo para la Virgen del Rocío no se dedicase un espacio a ellos, salvo el consabido cuarto de las velas que ocupó el mismo lugar que el cuarto de los milagros a partir de los años setenta del pasado siglo XX y que en la actualidad ha sido sustituido por la cercana Capilla Votiva, junto a la Casa Hermandad de Huévar.

Por fortuna, aunque muchos han desaparecido, la Hermandad Matriz de Almonte ha conseguido conservar unos cuarenta de estos exvotos pictóricos, habiéndolos expuesto no hace mucho en el Museo habilitado en Almonte y siendo estudiados por expertos como el antes aludido antropólogo Salvador Rodríguez Becerra o el historiador almonteño Manuel Galán Cruz en 2010, cuya tesis doctoral ha tratado sobre el patrimonio del santuario del Rocío . 

 Sería prácticamente imposible enumerar el contenido y la vertiente devocional de todos estos exvotos, como curiosidad, según las pesquisas realizadas por estos investigadores, la mayoría de ellos carecen de firma o autor, tratándose de ingenuas pinturas de no mucha calidad, cercanas al estilo "naif", aunque se sabe por ejemplo, que en torno a 1819 (lo narra Fray Juan de Armilla) acudía a la romería del Rocío un modesto pintor sevillano, trianero por más señas, apodado "Tacón" que se dedicaba, por encargo, a plasmar los milagros que los romeros y devotos le narraban, usando como soporte pequeñas tablas de madera, de las que se conservan algunas todavía. 

Aparte de su importancia indudable en el ámbito de la piedad popular, los exvotos pictóricos son fuente útil para conocer muchos detalles sobre la vida cotidiana, desde mobiliario a entornos urbanos o rurales, pasando por vestuario, vajillas, muebles, aperos de labranza, vehículos hasta, por supuesto, conocer la evolución de la iconografía de la propia Virgen del Rocío, baste decir que en todos ellos aparece representada  como Reina, salvo en muy pocos casos en los que puede vérsela revestida con sus galas de Pastora.

Algunos textos conservados en los exvotos narran escuetamente el hecho milagroso: 

"Jugando en el corral de su casa Isabel Coronel con su hermana, se cayó ésta en el pozo y su hermana se encomendó a Nuestra Señora del Rocío, salvándose milagrosamente. Almonte 2 de marzo de 1883".
Otros, en cambio, aportan detalles de gran dramatismo, como este otro de mediados del pasado siglo:

"El día 28 de septiembre de 1952 y encontrándose dentro de la cocina existente en la conocida venta del "Mellizo" de Coria del Río, construida de madera, el niño Tomás Gallete Ruiz, de 8 años de edad, vertió gasolina en la hornilla, incendiándose al arrojar la botella al suelo. El propietario Tomás Sosa "El Mellizo" se encomendó a la Santísima Virgen del Rocío siendo sacado el niño por varios clientes, sin que sufriera la más leve quemadura".

Para no cansar en exceso con esta relación de favores, milagros y acciones de gracias, indicar para finalizar que se conserva también un exvoto muy curioso en el que aparece un encendedor de bolsillo con una abolladura en su parte inferior insertado en una placa metálica con este texto: 

"Estando de cacería en el Coto la Rocina del término de Almonte varios amigos, al tirarle uno de ellos a una res, la bala vino a dar en el mechero que un bolsillo llevaba D. Antonio Sánchez Palencia, de Sanlúcar la Mayor, cuyo milagro lo atribuimos a la Santísima Virgen del Rocío, por ser este lugar el de su aparición. 7 de junio de 1936".

Ni que decir tiene que nunca vino tan bien el hecho de ser fumador, pero esa, esa ya es otra historia...

23 mayo, 2022

Aquellos libros prohibidos.

En la muy católica Sevilla de mediados del siglo XVI, la de las grandes procesiones y devociones, hubo secretos a voces, reuniones clandestinas y hasta tráfico internacional de ciertos objetos muy apreciados y prohibidos, sobre todo, relacionados con los aires heterodoxos que, más allá de los Pirineos, soplaban promovidos por la reforma protestante; pero como siempre, vayamos por partes.

Es sabido y conocido que la iglesia católica procuró en todo momento evitar que se filtrasen ideas contrarias a su ortodoxia, utilizando para ello todos los medios a su alcance, desde la edición del famoso Índice de Libros Prohibidos, en los que se incluían obras de autores que habían sobrepasado la "línea roja" teológica desde el punto de vista del Papado, hasta la propia Inquisición, ocupada, como hemos visto en otras ocasiones, en perseguir a criptojudaizantes y pseudocatólicos. El control eclesial, por tanto, parecía rotundo y sin fisuras, sin embargo...

La Reforma alcanzó en Sevilla, pese a todo, a gentes de la más diversa condición, no en vano, ya lo vimos hace escasas semanas cuando al tratar la historia de la céntrica calle Espíritu Santo mencionábamos al célebre doctor Constantino Ponce de la Fuente, y de pasada, a uno de los primeros propagandistas de las teorías de Lutero, el también conocido Julián Hernández. ¿De quién se trataba? 

Nacido en la vieja Castilla, sin que se sepa mucho sobre él, mozo astuto, de agudo ingenio y ferviente partidario del reformismo protestante, según algunos se había criado entre herejes en Alemania, y al parecer tenía escasa estatura, de ahí que muchos lo llamaran Julianillo, pues "su cuerpo era tan macilento, que parecía constar sólo de piel y huesos", afirmó Reinaldo González de Montes. 


Sobra decir que por aquel entonces era poco menos que inimaginable acudir a un impresor o librero sevillano y solicitarle algún volumen protestante, a menos, claro está, que el comprador quisiera dar con sus huesos en una maloliente y húmeda celda del Castillo de San Jorge; por tanto, ¿Cómo adquirir esas publicaciones bajo la severa vigilancia del Santo Oficio? Julianillo parecía tener la respuesta, pues en el año 1556 decidió abandonar Sevilla y realizar todo un viaje por los principales focos del luteranismo, como cuenta Chaves y Rey, e incluso residir por unos meses en el epicentro del movimiento calvinista: Ginebra.

No quedó ahí la cosa, pues nuestro protagonista, que contaba con los fondos monetarios proporcionados por secreta comunidad protestante hispalense, realizó acopio de cuantos libros reformistas cayeron en sus manos, sobre todo Nuevos Testamentos traducidos al castellano (entonces sólo podían leerse los textos sagrados en latín) por el doctor Juan Pérez, mientras maquinaba un sencillo plan para traerlos a España sin que levantasen sospechas. Tomando la apariencia lo que sería ahora un "transportista de mercancías por tracción animal" (un arriero, para entendernos), adquirió un recio carromato al que dotó de dos grandes y flamantes toneles vacíos, fabricados "ex profeso", que llenó con el peligroso cargamento de libros prohibidos con rumbo a Sevilla. 

Nuestro arriero fingido llegó a Sevilla en 1557; había logrado su propósito: cruzar la península ibérica sin levantar sospechas y alcanzar el anhelado destino sin incidentes dignos de mención. Grande fue la expectación levantada por su arribada entre los miembros de la comunidad protestante sevillana, quienes, con las debidas precauciones y el necesario sigilo, encaminaron sus pasos paulatinamente bien hasta el no lejano Monasterio de San Isidoro del Campo, bien a las casas del noble Juan Ponce de León o las de doña Isabel de Baena, principales focos difusores del protestantismo, para allí recibir los libros que les hubieran correspondido en el reparto. 

Para comprender cómo estaban de imbuidos en esas ideas protestantes, baste decir que según las crónicas, Juan Ponce de León solía rogar al Señor con fervor que le brindase la oportunidad de morir por esas ideas, con el detalle de que incluso cuando acudía a Misa se volvía de espaldas al altar en momento de la Consagración o que incluso no había ejecución de la Inquisición a la que no acudiera para ir familiarizándose con los suplicios y tormentos por si le tocaba el turno.

Sin embargo, un descuido u olvido hizo que la incipiente estructura reformista sevillana se viniera abajo. En diciembre de 1559 un ejemplar del libro prohibido La Imagen del Antichristo cayó en manos equivocadas. El libro en su portada: 

"Al principio traía estampado el Papa arrodillado a los pies del demonio, y decía ser impreso con licencia de los señores inquisidores... sintió luego mal del negocio y luego dio aviso dello a los señores inquisidores: olió el Julián lo que pasaba, y huyó. Los señores inquisidores se dieron tan buena maña y pusieron tal diligencia por todos los pueblos y caminos, que vinieron a prenderle en la sierra de Córdoba, junto a Adamuz". 

Como cuenta Menéndez y Pelayo en su Historia de los Heterodoxos Españoles, la denuncia anónima de alguien a cuyas manos había llegado por equivocación uno de aquellos ejemplares prohibidos, puso en marcha los engranajes del Santo Oficio, que en una fulminante operación prendió y encarceló a más de ochocientas personas de toda condición social, aunque algunos monjes de San Isidoro del Campo, como Cipriano de Valera o Casiodoro de Reina, habían conseguido poner pies en polvorosa unos días antes y lograr refugio en territorio seguro para ellos y sus ideas. 

Algo similar, como hemos visto, intentó Julianillo, pero fue finalmente detenido y conducido de nuevo a Sevilla. Entre los arrestados estaban, por ejemplo, los propios Ponce de León y la dama sevillana Isabel de Baena, cuyo domicilio era llamado por los heterodoxos "templo de la nueva luz".   

Julianillo Hernández, "Petit Julien", en ningún momento, ni en las peores fases del proceso y sus tormentos, delató a ninguno de sus correligionarios, pues ni las mejores persuasiones teológicas pudieron sacarle de sus ideas, incluso, cada vez que abandonaba la sala de interrogatorios solía cantar una coplilla: 

Vencidos van los frailes,
vencidos van;
Corridos van los lobos, 
corridos van. 

A finales de 1560 se dictaría su sentencia por parte de la Inquisición, en la que sería condenado por hereje, apóstata, contumaz y dogmatizante, subiría al cadalso amordazado para evitar que se escuchasen sus gritos contra la iglesia católica, e incluso él mismo colaboró en la colocación de los haces de leña para su propia ejecución, aunque algunos autores sostienen que finalmente calló de sus opiniones, aunque eso sí, muriendo en paz. Sus cenizas, como las de los demás condenados al fuego, fueron esparcidas sobre el Tagarete. Como detalle, la casa de Isabel de Baena fue completamente demolida hasta sus cimientos, colocado un amenazante cartel narrando lo acaecido y esparcida sal en el solar resultante como escarmiento, pero esa, esa ya es otra historia...


16 mayo, 2022

Todo un "Súperalimento"


En estas fechas calurosas, en la que el verano parece amenazarnos desde su lejanía, no está de más hablar de uno de los platos más destacados de la gastronomía an daluza y sevillana, apetecible siempre, nutritivo, fresco, con ingredientes naturales y fácil de preparar; pero como siempre, vayamos por partes.

Desde tiempos antiguos, incluso algunos se atreven a llegar a épocas de dominación romana o musulmana, los labriegos y campesinos buscaban el sustento alimenticio en los productos que ellos mismos cultivaban, de ahí que fuera habitual la preparación de gachas, sopas o potajes en los que las legumbres y verduras jugaban un papel preponderante, ya que, ni que decir tiene, la carne era prohibitiva a excepción del tocino, muy apreciado aunque utilizado en escasas ocasiones. 

Así, si a ello unimos el aprovechamiento del pan seco de días anteriores, la sal, el aceite y el vinagre, no es de extrañar que surgiese una especie de contundente y concentrada sopa fría a la que los andaluces de época medieval añadirían cualquier tipo de producto salido de la tierra, como definió Sebastián de Covarrubias allá por 1611 en su célebre Tesoro de la Lengua Castellana:

"Cierto género de migas que se haze con pan tostado y aceyte y vinagre, y algunas otras cosas que se les mezclan, con que los polvorizan. Es comida de segadores y de gente grosera."

El Descubrimiento de América, con todo lo que ello conlleva, supondrá un antes y un después para el gazpacho, ya que recibirá la exquisita aportación, en cuanto a ingredientes, de nuevas hortalizas llegadas desde el otro lado del Atlántico. Entran en escena, por ejemplo, el tomate y el pimiento, aportando sus sabores y texturas e incluso el colorido que hará fácilmente reconocible al gazpacho tradicional y actual, sin dejar en el tintero un elemento fundamental para preparar este plato: el dornillo o mortero con su correspondiente maja, de ahí el término "majao" que alude a la manera en la que se machacaban los ingredientes, entonces sin batidoras eléctricas. 


No han faltado referencias literarias para nuestro gazpacho, inncluso el buen Sancho de El Quijote afirmará que:

"Mejor me está a mí una hoz en la mano que un cetro de gobernador; más quiero hartarme de gazpachos que estar sujeto a la miseria de un médico impertinente que me mate de hambre."

O cómo  el escritor rondeño Vicente Espinel (1550-1624) ponía estas palabras en boca del pícaro escudero protagonista de su obra Marcos de Obregón cuando viaja a Málaga pasando por Lucena y Benamejí: 

"Yo cené un muy gentil gazpacho, que cosa más sabrosa no he visto en mi vida, que tanto tienen las comidas de bueno, cuanto el estómago tiene de hambre y de necesidad. Fuera de que el aceite de aquella tierra y el vino y el vinagre es de lo mejor que hay en toda la Europa."

Sobra decir que  el gazpacho siguió durante décadas siendo la base de la dieta de andaluces y sevillanos, como bien relató un viejo conocido de este blog, el Doctor Hauser, cuando estudió en 1884 el régimen alimenticio de los campesinos sevillanos y comprobó que dicho plato estaba más que presente como almuerzo tanto en invierno como en verano y que era el sustento más habitual en los calurosos veranos para los alojados en el Hospicio Provincial de San Luis de los Franceses.

Menos serios son los interpelantes versos de Serafín Álvarez Quintero dedicados en 1888 al río Guadalquivir cuando amenazaba, como tantas veces, con desbordarse y anegar a Sevilla, de los que extraemos este fragmento publicado en la revista "Perecito" del mes de abril de aquel año:

"¿Y por qué vienes con la frente alzada,

Hecho completamente un mamarracho,

A asustar con un agua colorada,

Que se asemeja al caldo del gazpacho?

¿Por qué, Guadalquivir, si tienes visto

que de esta capital eres el dueño,

te la quieres echar ahora de listo?"

 

Poco a poco, este plato dará el salto desde ser una comida habitual para gentes humildes hasta llegar a las mesas y paladares más exigentes, conocedores del bajo contenido en grasas y del aporte en proteínas, en Sevilla será imprescindible como plato en las cartas de Ventas como las de Eritaña o Ruiz, cuya receta ha sido herencia y marca para un tipo de gazpacho ahora envasado y vendido en todo el mundo. Como detalle curioso, la propia Santa Ángela de la Cruz, al configurar la vida cotidiana de las Hermanas de la Cruz, estipulará en las Reglas o Estatutos de la Congregación que en las comidas el gazpacho sea plato predominante; por su parte, el doctor Gregorio Marañón, cita que tomamos de un interesante texto de Jesús Moreno Gómez , escribía de este modo en 1951: 

"El gazpacho, sapientísima combinación empírica de todos los simples fundamentales para una buena nutrición que, muchos siglos después, nos revelaría la ciencia de las vitaminas. La vanidad de la mente humana venía considerando el gazpacho como una especie de refresco para pobres, más o menos grato al paladar pero desprovisto de propiedades alimenticias, las gentes doctas de hace unos decenios maravillábanse de que con un plato tan liviano pudieran los segadores afanarse durante tantas horas bajo un sol canicular. Ignoraban que el instinto popular se había adelantado en muchos siglos a los profesores de dietética y que, exactamente, esta emulsión de aceite en agua fría, con el aditamento de vinagre y sal, pimiento, tomate, pan y otros ingredientes, contiene todo lo preciso para sostener a los trabajadores entregados a las más rudas labores."

Ni que decir tiene que en la actualidad el gazpacho es un plato clásico, que destaca sobre los demás en temporada estival y que en bares, tabernas y restaurantes tiene un hueco en cartas y menús, incluso chefs de reconocido prestigio mundial, como Ferrán Adrià, no han tenido tapujos en declarar que:

“El gazpacho es una obra de arte; es el mejor plato para vender la cocina española” 

Como nota anecdótica, ahora que estamos ya en vísperas de la Romería de la Virgen del Rocío, traemos a colación un simpático artículo de Celestino Fernández Ortiz publicado en mayo de 1962 en el diario "Sevilla", en el que narra con gran sentido costumbrista todo lo que rodea a los preparativos del camino de una hermandad, en concreto lo relativo al montaje de las carretas, la organización y, sobre todo: 

"Se discute sobre el "costo". No se discute el coste, sino el "costo". Las vituallas del Rocío han de ser elegidas conforme a reglas de larga experiencia. Ya se sabe que el primer día se come sobre la marcha, sin detenerse, a lomos del caballo o sobre ese breve, pero muelle salón andante que es la carreta. Por la noche -en Gelo o en Benajiar- ya será otra cosa. Se comerá caliente. Es un error la comida demasiado sólida o sustanciosa. Para vivir bien el Rocío, hay que sentirse ligero. Por eso,  el Rocío es el paraíso de las sopas y del gazpacho."

Signo de los tiempos, ahora incluso es posible degustarlo procesado, envasado y vendido en supermercados y tiendas de alimentación, pero, esa ya es otra historia, eso sí, con un buen gazpacho de por medio...

09 mayo, 2022

De ida y vuelta.

Durante buena parte de la Edad Moderna, sobre todo en los siglos XVI y XVII, fue frecuente que no pocos sevillanos decidieran buscar una mejora de sus vidas marchando a las Américas; de hecho, la documentación atesorada en el Archivo de Indias relata no pocas solicitudes para "pasar a Indias", siendo algunas aceptadas y otras denegadas o incluso con incierto y extraño final como en el caso que nos ocupa, pero como siempre, vayamos por partes. 

Lo cuenta una antigua crónica, en 1650 vivía un apacible matrimonio en el sevillano barrio de San Lorenzo. Ella, de nombre Catalina de la Peña, él, Diego Ruiz, sastre por más señas con un pequeño taller que se nutría también de pequeños encargos. Sin descendencia, ya algo maduros y de humilde condición, vivían en total armonía sin que nada ajeno turbase la paz de aquel hogar. Sin embargo, poco a poco, en la fértil mente del sastre estaba surgiendo una idea alimentada por las animadas charlas y comentarios con amigos y compañeros de taberna, unida al ferviente deseo de lograr fortuna de manera rápida y con escaso trabajo, aunque para ello fuera necesario cruzar el Océano Atlántico con todos los peligros y riesgos que ello suponía.

Un día, Diego tomó la decisión en firme. Marcharía a Ultramar. Le alimentaba la esperanza de regresar a Sevilla con el prestigio de haberse enriquecido allá y con caudales suficientes para así sacar a su esposa de la precaria situación en la que se encontraban. A la sorprendida Catalina, enterada de improviso de los propósitos de su marido, la idea no le hizo ninguna gracia, sobre todo porque se vería separada de él por un dilatado espacio de tiempo. Lloró, imploró, amenazó, rogó, riñó, pero todo fue inútil. Una mañana de primavera, el sastre de San Lorenzo empacaba sus escasas pertenencias, se despedía de su desconsolada cónyugue, marchaba hacia el Puerto, embarcaba en un navío y ponía rumbo a América. 

 En el intervalo de diez largos años, y no sin esfuerzo, a Diego le rodaron bien las cosas, pues fue adquiriendo cierta fortuna y posición, ahorrando moneda a moneda, aunque en contrapartida le llegaban malas noticias desde Sevilla en las que se hablaba del estado de pobreza de Catalina y de su mala situación, pero pese a todo, determinó permanecer en suelo americano hasta ver aumentado su patrimonio, mas, eso sí, tomando la decisión de entregar a su amigo de mayor confianza la nada despreciable suma de mil pesos para que marchase a España y los depositase en las manos de su amada esposa junto con la promesa de un pronto regreso a tierras hispalenses. 

Poco podía imaginar aquel sastre que su amigo le traicionaría movido por el pecado capital de la codicia. Apenas llegado a Sevilla, hecho a la idea madurada durante el viaje de quedarse con la abundante suma de dinero que se le había confiado de buena fe, acudió al Hospital de las Cinco Llagas o de la Sangre, donde de manera fraudulenta, contando con la complicidad de un sacerdote, falsificó la partida de defunción de una mujer, quizá fallecida durante la terrible epidemia de peste de 1649, para ponerla a nombre de la mismísima Catalina, y con dicho documento en sus manos regresó a Indias, sin por supuesto acercarse al barrio de San Lorenzo ni trabar contacto con la esposa de Diego.

Informado por su amigo, quien declaró haber gastado presuntamente los mil pesos en un suntuoso funeral por el alma de Catalina creyendo así cumplir la voluntad de aquel de rendir postrer homenaje a su compañera en vida, Diego quedó profundamente afectado por la fúnebre noticia y por cierto sentimiento de culpa, aunque con el paso de los meses el dolor y la pena se fueron atenuando. Decidido a no contraer matrimonio de nuevo, estudió cánones y teología y fue ordenado sacerdote meses antes de embarcar de nuevo en la Flota de regreso a España, colaborando como capellán durante la travesía, sin saber, claro está, que no era viudo.

Ya en Sevilla, paseando por sus calles más céntricas al poco de arribar, fue reconocido por sus vecinos y amigos, quienes le dijeron, enormemente sorprendidos por verle con la sotana, manteo y tonsura propias de los presbíteros:

- Señor mío, ¿como vuesa merced anda de aquesta guisa?

- Señores míos, -respondió el bueno de Diego-, como mi mujer murió tiempo ha, me hice sacerdote.

- ¿Que vuestra mujer murió?, yo la ví hoy, y si vuesa merced la quiere ver ande acá conmigo.

Podemos imaginarnos el sorprendente y emocionante reencuentro de aquel matrimonio de San Lorenzo tras tantos años de separación, por no hablar del rostro de Catalina al ver a su marido convertido en flamante cura o de los dimes y diretes que tal embrollo habría provocado en el barrio; atenazado por los remordimientos, Diego decidió acudir al Santo Oficio y exponer su inusual caso, sinceramente arrepentido por actuar ignorando totalmente la supervivencia de su esposa. 

Los sesudos inquisidores deliberaron y analizaron la extraña anomalía durante semanas, pues la cuestión era, para ellos, peliaguda, al tratarse de un claro caso de amancebamiento, o lo que  es lo mismo, un sacerdote que convivía con una mujer en su casa, (aunque olvidaban que estaban unidos por el vínculo sagrado del matrimonio) hasta que finalmente dictaminaron, según su entender y en plan salomónico, que para regularizar la situación, Catalina debería entrar en un convento como religiosa percibiendo una renta diaria de treinta reales y que la propia Inquisición abonaría la dote necesaria para profesar en el convento que desease. 

Como podemos suponer, Catalina montó en cólera y, ofendida hasta la médula, replicó que aunque reconocía la rectitud de las intenciones de los señores inquisidores, nos las acataba, que Diego era su marido, que Dios se lo había concedido y que estaban unidos para toda la eternidad, de modo que no consintió, bajo ningún concepto, en aceptar el dictamen con su propuesta, dejando en suspenso la entrada en religión hasta que no apareciera el culpable de todo aquello: el codicioso amigo traidor, origen del embrollo (casi un "culebrón) y aclarase lo sucedido con pelos y señales. Oliéndose lo que se le venía encima, incluida la condena y la cárcel, sobra decir que el mencionado individuo prefirió quedarse cómodamente en Indias ante los requirimientos que le llegaban de España, muriendo de viejo al decir de las crónicas, desentendido de lo que acontecía en la lejana Sevilla.

¿Qué ocurrió con Diego y Catalina? ¿Tuvieron que vivir por separado cada uno del otro? ¿Optaron por convivir pese a las severas penas establecidas para relaciones así? Al cabo de todo, desoyendo al Santo Oficio y sus letrados, alguien con buen sentido les aconsejó encomendarse a la Virgen de Roca Amador, venerada en la parroquia de San Lorenzo y que solicitasen humildemente al Santo Padre de Roma que desenredara la madeja mediante la anulación de la ordenación sacerdotal del primero, cosa que se logró no sin grandes trabajos, de modo que, por fin, ambos pudieron volver a hacer vida matrimonial con gran contento y por el resto de sus días...

02 mayo, 2022

Pasarela

Que exista en Sevilla una plaza dedicada a Don Juan de Austria, famoso por su victoria en la batalla de Lepanto (1571) pero que nadie la llame así o que una construcción efímera que apenas estuvo en pié veintiséis años sea la que denomine esa zona, es algo digno de estudio tal como han reflejado no pocos estudiosos en cuestiones urbanísticas, pero como siempre, vayamos por partes. 

Durante años, el arroyo Tagarete transcurrió libremente hasta su desembocadura en el Guadalquivir a la altura de la Torre del Oro. Sin embargo, la construcción de la Fábrica de Tabacos, que comenzó su actividad en 1758, obligó a canalizar dicho arroyo y a configurar el entorno, creándose la llamada Puerta de San Fernando o Nueva en el extremo de la calle de nueva creación. 

La creación de la Feria de Ganados en 1846, y su establecimiento en el Prado de San Sebastián, supuso una reutilización de ese espacio, poco utilizado hasta entonces y a partir de ahora epicentro tanto de la actividad de compra-venta ganadera como de la colocación de casetas, puestecillos y demás elementos que poco a poco irán conformando la imagen de la Feria de Abril que hemos conocido a través de representaciones pictóricas o, más adelante, fotografías. 


 A fin de evitar el tránsito de peatones en una zona cruzada por "tráfico intenso" (tranvía, carruajes, cabalgaduras) en lo que sería la antesala de la Feria, el Ayuntamiento decidió encargar al ingeniero Dionisio Pérez Tobía el diseño de una "pasadera" o "pasarela" que salvara con sus veinte metros de altura dicho "tráfico", hablamos del año 1896 y Sevilla, siempre o casi siempre reacia a las novedades no tardó en ponerle el mote de "Pasa Lila" a aquella estructura de hierro fundida entre las calles Torneo y San Vicente (Talleres de Pérez Hermanos) cuyo valor, al decir del catedrático Villar Movellán, fue más pintoresco que utilitario, y que pronto quedó convertida en atalaya o mirador del recinto ferial. Olvidamos mencionarlo, la Puerta Nueva o de San Fernando que mencionábamos al comienzo fue demolida en 1868 al igual que otras tantas puertas y lienzos de muralla.

Archivo Ruiz Vernacci, IPCE, Ministerio de Cultura y Deporte

Constaba de un pequeño pabellón o templete sobre cuatro puntos de apoyo sobre los que apoyaban otras tantas escalinatas de subida (o bajada) a otras dos plataformas. Como estructura básica, una pareja de arcos dobles, alcanzando una altura total de 20 metros. 

Aquella calurosa Feria de 1896, en la que el ambiente no fue el esperado en cuanto a ventas ganaderas debido a la "pertinaz sequía" que asolaba los campos andaluces y a la deriva que estaba tomando el conflicto bélico en la isla de Cuba, en la que el domingo llegaron a celebrarse varias misas para los propios feriantes en la cercana Ermita (ahora Parroquia) de San Sebastián y en la que la autoridad municipal prohibió severamente la celebración de rifas o sorteos no autorizados en el real, supuso por tanto la "puesta de largo" o debut de la Pasarela. Así lo reflejaba el Noticiero Sevillano en su edición del 18 de abril: 

En la feria no hubo esta mañana excesiva concurrencia. El paseo de carruajes, es el que estuvo animado. En cambio había poca gente a pie y de ésta fué muy escasa la que se decidía á subir y bajar algunos centenares de escalones de la pasadera, para atravesar de uno á otro lado del arrecife central. La pasadera se ha utilizado hoy como punto de vista, y nada más. Hay que convenir, sin embargo, en que el panorama que desde arriba se presencia es hermoso y nuevo. Merece verse.
Con el tiempo, la Pasarela quedó erigida en portada permanente para la Feria de Abril, iluminándose con farolillos, globos de gas o "arcos voltaicos" y sirviendo como antecedente, claro está, de las actuales y efímeras portadas de feria. Puede que, igual que ahora no es extraño eso de "quedar en la Portada", en aquel entonces los sevillanos hicieran lo mismo, pero en la Pasarela. Incluso sirvió con fines religiosos el día antes de la Feria de 1898, ¿Quizá como desagravio por los excesos que se suponía se iban a cometer en el Real?, en cualquier caso, dejemos mejor que sea un informador de la prensa local quien narre cómo se organizó aquel acto: 
 
Cediendo a excitaciones (sic) de personas piadosas de esta capital, la comisión de Ferias y Festejos ha acordado que una subcomisión, compuesta por los señores Pérez López, Lemus y Herrera, gestione cerca del capitán general de Andalucía la autorización para que se celebre una misa de campaña, que, en este caso, oirían las tropas de la guarnición el día antes del primero de feria de Abril.
 
El altar se instalará en la primera planta de la Pasarela, exornada convenientemente con plantas, flores, trofeos, banderas y gallardetes. Se colocarán tribunas para las autoridades e invitados. El desfile se efectuará por delante de las casetas de la feria. La subcomisión tiene el propósito de que este acto religioso resulte con todo el mayor esplendor posible. 

 

Una leyenda urbana sostiene que la escasa vida de la Pasarela se debió, en parte, a las quejas de la población femenina sevillana, que alegaba que los hombres aprovechaban la subida de aquella por las escaleras para disfrutar de la vista de sus tobillos, aunque hubo ciertos intentos, sin éxito ni autorizados finalmente, de colocar colgaduras con anuncios publicitarios para evitar tan "impúdicas" vistas. Tampoco se libró la Pasarela de ser escenario para robos, como el reseñado por el Noticiero Sevillano en la Feria del año 1900:
 
En la pasarela se cometió anoche un hurto, del que fue víctima la distinguida señora doña María Conrado. Se encontraba ésta en la primera plataforma, cuando se le acercó un ratero, que le sustrajo del bolsillo un portamonedas conteniendo varias monedas de plata de a cinco pesetas. El adorador de Caco huyó después tranquilamente. 

 

 Algunos autores afirman que adolecía de problemas estructurales que obligaron a su desmontaje entre 1920 y 1921, subastándose como chatarra los más de 80.000 kilos de hierro por algo más de 45.000 pesetas de la época. Desaparecida como antesala de la Feria, como anécdota, en los años 1970, 1974 y 1986 la imagen de la suprimida Pasarela fue elegida como modelo para la portada de la Feria y la zona, ahora llena de tráfico rodado y contaminación como decíamos al comienzo, aún conserva ese nombre, como si se resistiera a abandonar del todo el Prado de San Sebastián...

21 abril, 2022

De Gibraltar a la Feria

No, no se trata en esta ocasión del nombre de una caseta cuyos socios sean británicos, sino, cercanos ya, tras dos años, a una nueva Feria de Abril, de dar algunas pinceladas, nunca mejor dicho, sobre la figura de un sevillano (de adopción) que fue parte importante en la renovación de la apariencia de la propia Feria. Pero como siempre, vayamos por partes.

En 1873, Veintisiete años después de la primera edición de la Feria, promovida en 1846 por los concejales municipales Narciso Bonaplata y José María de Ibarra, nacía en Gibraltar el hijo de Gabriel y Adela, ambos provenientes de Menorca, quien recibiría con el bautismo el nombre de Gustavo y los apellidos de sus progenitores: Bacarisas Podestá. Ya en su infancia habría mostrado especial soltura en todo lo relacionado con las Bellas Artes, siguiendo la estela de su padre, de ahí que fuera becado por un grupo de mecenas gibraltareños y tuviera la oportunidad de formarse en la Escuela Libre de la Academia de Bellas Artes de Roma.

Aquella estancia juvenil en la Ciudad Eterna abrió en nuestro protagonista el ansia de seguir aprendiendo y viajando, conociendo gran parte de Europa y América, en especial Argentina y Estados Unidos, París (donde conocerá las principales vanguardias artísticas) y Londres y logrando merecida fama por su creatividad llena de luminosidad y energía. Viajero trotamundos, reflejó con su colorida paleta muchos pueblos de la geografía española, obtuvo múltiples reconocimientos por su labor y destacó también como docente, dejando numerosos discípulos entre los que se podría citar a Juan Miguel Sánchez.

En 1913, Gustavo Bacarisas se establecerá en nuestra ciudad, a la que no volverá a dejar salvo estancias en Madeira o Aracena. Embarcada ya en los primeros preparativos para la Exposición Iberoamericana, Sevilla ofrecerá al artista la oportunidad irrepetible de volcarse en labores decorativas, con hermosos azulejos comerciales o la decoración cerámica del Pabellón Real, sin olvidar que en 1917 será elegido para realizar el cartel de las Fiestas de Primavera, que se implicará especialmente en el Ateneo, colaborando con su creatividad en la primera Cabalgata de Reyes Magos de 1916 organizada por José María Izquierdo o que, finalmente, será autor de uno de los carteles anunciadores de la ansiada Exposición Iberoamericana de 1929-1930

La Feria de Abril que que se abrirá ante los ojos de Bacarisas es ya una fiesta plenamente asentada en el calendario local, en la que la compra-venta de ganado convive con el paseo de carruajes y caballos y las ya típicas celebraciones en las casetas, aunque cada una de ellas presente su propia estructura, aspecto y decoración. Pertenecientes a familias ganaderas en principio, poco a poco esto dará paso a casetas propiedad de asociaciones, entidades o hermandades que de este modo lograrán hacer suya la Feria. 

Para dar mayor uniformidad a dichas casetas, en 1919 se establecerá por parte del Ayuntamiento una especie de modelo a seguir, consistente en un módulo con cubiertas a dos aguas y protegido con lonas listadas en rojo o verde y blanco, de modo que en la parte superior de la zona frontal se situase una especie de frontón triangular o "pañoleta", quizá llamada así por asemejarse a un pañuelo doblado con tres picos. 


Es en este momento cuando Bacarisas entra en escena, ya que será el encargado de realizar el diseño inicial de esas pañoletas para de ese modo dar sensación de uniformidad, aunque no será hasta 1983 cuando ya se reglamente de manera definitiva el aspecto de las casetas, de hecho, a lo largo del siglo XX se mantuvieron casetas con características especiales, que incluso estaban montadas durante todo el año, como la del Círculo de Labradores, realizada en hierro fundido y que terminó sus días formando parte de una bodega en el onubense pueblo de Bollullos Par del Condado. 

La Feria de 1919, entre abril y mayo, gozó de gran afluencia de público al decir de los "reporters" de la prensa local, destacando la gran animación en el paseo de carruajes y las ventas de ganado, sin olvidar que la visita del conde de Romanones, entonces ex presidente del gobierno suscitó gran expectación y alguna que otra crítica por el pobre exorno de la calle San Fernando y la Pasarela y la presencia de carteristas en los tranvías; ya por entonces el consistorio organizaba un concurso de exorno de casetas, que fue ganado por el Ateneo de Sevilla, seguido de la llamada "Caseta del Rocío" del señor Carriedo y la de la Sociedad Benavente, que reproducía el kiosko del estanque del Parque de María Luisa, aunque quedó de manifiesto la belleza de no pocas casetas que presentaban animado aspecto tanto en la mañana como en la tarde.

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Como curiosidad, en la caseta del Real Círculo de Labradores antes aludida se celebró una "comida a la Americana", elaborada por las cocinas de Williams, sin hayamos descubierto en qué consistió el menú; además, en la caseta del Casino Sevillano tuvo lugar incluso un "cotillón" con bailes y regalos y enorme asistencia de público, con más de trescientas personas. 


No quedará ahí la relación de Gustavo Bacarisas con la Feria, se afirma incluso que fue el propagador de la colocación de los farolillos de papel allá por los "felices años veinte", y en 1948 será el encargado de realizar el precioso cartel conmemorativo del primer centenario de la Feria, en el que aparece una pareja, ella con traje de gitana, él de corto y sombrero de ala ancha con el telón de fondo de las casetas que precisamente diseñara Bacarisas como hemos comentado.

 

Dos años antes del traslado del Real de la Feria a los Remedios, en 1971, a la avanzada edad de noventa y ocho años, fallecía en su tierra de adopción y en su domicilio de la calle Pastor y Landero Gustavo Bacarisas, dejando un sello especial a la hora de entender el color y la luz de nuestra tierra, por no hablar de un extenso catálogo de obras que abarcarían desde la pintura hasta la cerámica, pasando por los tapices e incluso la escenografía teatral, pero esa, esa ya es otra historia... 

"Sevilla en fiestas". 1915. Museo de Bellas Artes de Sevilla.

18 abril, 2022

De espectros

Lo contaba en sus "Curiosidades Sevillanas" el cronista Álvarez Benavides, ocurrió en una calle peatonal poco transitada y los protagonistas al final quedaron casi como amigos, pero como siempre, vayamos por partes:


En esta ocasión por premura de tiempo, sólo hemos podido insertar el audio emitido en el programa "Estilo Sevilla", la próxima semana, tengan por seguros los pacientes lectores de este blog que tendrán texto que llevarse a la vista.