22 julio, 2024

Viejos relatos de la "Velá".

Estando en las fechas en las que nos encontramos, con la "Velá" de Santa Ana de Triana en plena celebración y apogeo, no estaría de más acercarnos a descubrir de qué modo la percibían nuestros antepasados, cómo la disfrutaban y, por qué no, cómo se reflejaba en las publicaciones de hace más de un siglo; pero como siempre, vayamos por partes. 

Promovida su construcción como promesa debida tras un suceso milagroso en favor de su salud ocular por el monarca Alfonso X el Sabio, la Real Parroquia de Santa Ana hunde sus orígenes en el siglo XIII, constituyéndose en lugar de culto a la madre de la Virgen María, en sustitución de la primera iglesia trianera, la capilla del Castillo de San Jorge. De este modo, Santa Ana, cuyas obras comenzaron en 1266, será la primera iglesia cristiana de nueva planta tras la conquista de la ciudad por Fernando III en 1248. 


Llegada cada año la fecha de la titular de la Parroquia, el 26 de julio, se celebraban desde el primer momento solemnes cultos en su honor, que iban acompañados de una Velada, esto es, una vigilia nocturna durante la cual eran veneradas la imágenes de Santa Ana y la Virgen. Éste es el germen de la actual "Velá" de Santa Ana (de Triana), que suele comenzar unos días antes del día 26 y finalizar precisamente este día tras los cultos a la "Abuela de Jesús" y, además, acompañada de toda una serie de actividades festivas que tienen como escenario la calle Betis o el Altozano, por citar algunos espacios urbanos de la llamada "Guarda y Collación de Sevilla". Como fiesta popular, la "Velá" ha atravesado diferentes etapas, con mayor o menor auge, pero en cualquier caso, vamos a reseñar algunas visiones sobre ella. 

Una de las primeras reseñas periodísticas sobre la "Velá" bien podría datar de julio de 1861, cuando el diario "La Andalucía" publicaba estos párrafos escritos de manera colorista por el "plumilla" del momento: 

El puente presentaba un golpe de vista arrollador: su adorno consistía en dos hileras de farolillos de color que corrían en forma de pabellones por cima de las barandas y no pocas banderas y gallardetes. La capilla del Carmen, situada junto a la plaza de abastos estaba también iluminada con vasillos de color; en la parte superior de la torre del reloj se veían dos transparentes y en uno de ellos las armas del municipio. Después de atravesar el puente con mucho trabajo a causa de la multitud de carruajes que por él cruzaban con el eminente peligro de los peatones, llegamos al barrio donde anualmente se celebra con tanta solemnidad el día de Santa Ana; por todas sus calles había bulla y animación, en muchos balcones lucían colgaduras y los patios de las casas en general estaban adornados con gusto; la torre y la azotea de la parroquia estaban también perfectamente iluminadas y desde ellas se dispararon multitud de cohetes. 
Manuel Barrón: Vista desde de Sevilla con el puente de Triana. 1862.

 La calle llamada Orilla del Río (Betis, en la actualidad), intransitable; por uno y otro lado se extendía una inmensa hilera de mesas donde estaban colocados con simetría los tradicionales turrones, la avellana verde y tostada, el aterciopelado melocotón y la sonrosada manzana; más allá las buñoleras, y por último, los caballos del Tío Vivo, cada puesto estaba alumbrado por su correspondiente candil y este conjunto de luces se asemejaba de lejos a una serpiente de fuego deslizándose junto a los edificios y cuyos anillos se reflejaban en las tranquilas aguas del Guadalquivir; por entre los dos muros de confites y frutas, no se paseaba, sino se estrujaba y comprimía la muchedumbre, aturdida por los desaforados gritos de los vendedores y respirando una atmósfera asfixiante. 

A espaldas de esta calle y en otra algo otra menos concurrida habían sentado sus reales los puestos de juguetes para martirio de los vecinos; volviendo al puente, vimos la música del asilo situada bajo el muro de contención de la rampa, poco después estábamos frente al Pópulo; el calor era insufrible, pero nadie se cuidaba de ello y todos iban a la velada, que llama la atención como nunca por los esfuerzos que el municipio ha hecho para que no se conforme contraste con la de San Juan.


Por su parte, en junio de 1886, el escritor Benito Más y Prats, ecijano por más señas y autor del libro de poemas "Sevilla, Tierra de María Santísima", describía de modo menos periodístico y más "lírico" el ambiente trianero en aquellas jornadas estivales de julio, sobre todo en la zona del propio Puente:

Durante el día y la noche de Santa Ana el expresado sitio se llena de acera a acera, hasta el punto de impedir el paso a los vehículos, que hacen estremecer frecuentemente sus ya cansadas estribaciones. Visto de lejos, aseméjase a aquel estrecho paso del Cinerad, por el que apenas podían caber las almas de los creyentes. La multitud que llega de la ciudad lo cruza en toda su extensión y baja por ancha escalinata a la calle llamada del Betis, en cuyo plano se coloca todo lo necesario para la velada.

El panorama que se ofrece desde el Puente no puede ser más fantástico ni delicioso. Colocadas en ordenada fila las tiendas, puestos, mesillas, aguaduchos, chozas, cafetines y demás instalaciones que constituyen el núcleo del mercado, y viéndose la calle casi a vista de pájaro desde el centro del Puente, preséntase a la derecha Triana, tomada por una ancha franja de luz y dejando en las aguas rojizas reverberaciones; a la izquierda, la Giralda, la Torre del Oro y el muelle cubierto por un tupido bosque de arboladuras; bajo los pies, el río que se rompe con fuerza en los estribos de piedra; y al frente, cerrando los términos, San Telmo y los jardines de las Delicias, cuyo alumbrado, semejante a una larga constelación formada de estrellas que se alejan, va desvaneciéndose poco á poco, hasta ocultarse en un fondo obscuro y diluído, como el de un paisaje al carbón.

Será a partir del siglo XX cuando la "Velá" quede configurada como una de las grandes celebraciones del verano hispalense, con permiso de otras "velás", como las de San Juan de la Palma, las del Carmen en el Salvador o la Alameda o la que se celebraba en torno al 15 de agosto en los aledaños de la catedral al calor de la devoción a la Virgen de los Reyes. 

 

Al parecer, en torno a 1910 es cuando comienza a celebrarse la Cucaña en el cauce del río, que tanta diversión genera, y aunque hemos rebuscado algún dato sobre este pormenor, lo que sí hemos hallado, curiosamente, es una reseña sobre otro aspecto muy ligado a la "Velá", la celebración de tómbolas benéficas, pues en aquel 1910, por ejemplo, se instalaron dos, una de la Hermandad de la O y otra de la Hermandad del Rocío de Triana: 

La tómbola que la hermandad de Nuestra Señora del Rocío ha instalado en el barrio de Triana, puede decirse que es este año el clon de la velada. El buen humor y la gracia que han acreditado el populoso barrio entre propios y extraños, es la nota que preside en la tómbola, original en extremo. 

Los de menos en ella son los muñecos, mayólicas y demás zarandajas que sirven a estas rifas de atracción para llegar rápidamente y con buen éxito al bolsillo del pagano. Allí hay muchos chirimbolos de esos, pero lo que más atrae las miradas de los curiosos es una especie de arca de Noé, en la que hay animales de distintas especies, tales como asnos, becerros, borregos, gallos y gallinas, chivos, patos, ánsares, palomos, etc., llamando la atención por su buena lámina un becerro bravo donado por el ganadero don José Anastasio Martín. 

Por cierto que al ser conducido desde el matadero a la tómbola intentó escaparse varias veces, no lográndolo gracias a los esfuerzos de las cuatro vigorosas personas que lo conducían. No sabemos si habrá causado desperfectos en la tómbola el becerrillo, pero a juzgar por la bravura de que daba muestra, es muy posible que los haya originado. En la tómbola está el músico de la hermandad con el pito y la tambora, dando conciertos a cada paso y derrochando bueno humor. Cuando alguien obtiene un premio, le obsequia con la Marcha Real.


Espacio para la celebración religiosa y para la tradición popular la "Velá" de Santa Ana viene a ser como un oasis festivo a finales del mes de julio, cuando "las calores" aprietan y muchos aguardan ya el deseado y merecido descanso vacacional, pero esa, esa ya es otra historia.

15 julio, 2024

Sevilla, 1593: El "Caso Sumeño".

 En esta ocasión, vamos a centrarnos en un suceso acaecido a finales del siglo XVI, en la Sevilla de las denuncias al Santo Oficio y sus procesos judiciales, sus autos de fe y sus correspondientes ejecuciones, aunque, en concreto, el temido final, protagonizado por un alto cargo del Cabildo de la ciudad, no llegó a producirse por un giro inesperado de los acontecimientos; pero como siempre, vayamos por partes.  

Establecido el Tribunal del Santo Oficio por los Reyes Católicos en 1478 mediante bula papal de Sixto IV, a comienzos de 1481 ya estaba radicado en Sevilla, primeramente en el dominico convento de San Pablo (ahora parroquia de la Magdalena) y luego en el castillo de San Jorge, cuyos restos arqueológicos son visibles bajo el mercado de Triana en el Altozano. Como tribunal, velaba por la ortodoxia, especialmente en cristianos conversos, esto es, en quienes se habían bautizado abandonando la fe judía. Los inquisidores investigaban denuncias anónimas o procedentes de los llamados familiares del Santo Oficio, que formaban toda una red que se dedicaba a delatar posibles conductas contrarias a la fe católica, no sólo relativas al criptojudaísmo, sino a las blasfemias, sodomía, brujería o, más adelante, la profesión de creencias protestantes, todo ello condenable a los ojos de la Inquisición. Aparte de alcaides, capellanes, jueces, fiscales, procuradores o escribanos, existía toda una plantilla de trabajadores auxiliares como porteros, carceleros, cocineros o médicos, por citar algunos. 

En 1591 ocupada el cargo de teniente de Asistente de la ciudad Luis Sumeño de Porras y entre otras de sus atribuciones estaba la de ejercer como magistrado, dándose la circunstancia de haber dictado condena contra un reo, sentenciándolo con "pena afrentosa", algo que los familiares del condenado, defensores a ultranza de su inocencia, criticaron violentamente, jurando venganza por tamaño dislate, en su opinión. El escritor José María Montero de Espinosa relata que apenas pasado un corto tiempo, en 1593, Sumeño fue aprehendido por sorpresa por oficiales de la Santa Inquisición en relación a un anónimo testimonio que le adjudicaba prácticas herejes o judaizantes. Detenido en su propia casa, se despidió de Jerónima de Monarde, su esposa con estas palabras: 

"Adiós, hasta el valle de Josafat, pues ya no la volvería a ver mediante a que le llevaban a la Inquisición, siendo su resultado morir quemado, pues él no había cometido delito alguno que tocase a aquel Tribunal, y que precisamente lo habían de tener por negativo, no confesando lo que le hubiesen atribuido"

Aislado en una húmeda celda, sucio y hambriento, con la incertidumbre como compañera por desconocer los cargos que había contra él y sometido a múltiples interrogatorios con sus correspondientes tandas de tormento o torturas, negó vehementemente ser culpable, manteniendo su inocencia de manera tenaz, sin que ello sirviera para que a la postre fuera condenado a ser quemado vivo hasta morir en el Prado de San Sebastián.

Llegaron las vísperas de la ejecución y, como era costumbre, muchos se aprestaron a acudir al "espectáculo" que suponía la muerte pública con todo el ritual y parafernalia característicos del Santo Oficio: enterados del proclamado Auto de Fe, muchos llegaban desde fuera de la propia Sevilla, como fue el caso de los indignados familiares de aquel reo que el ahora convicto Luis Sumeño de Porras condenó en 1591:

"Más sucedió que la víspera del día en que se había de ejecutar este espantable y horroroso castigo, venían a esta ciudad los malvados delatores con objeto de ver esta escena, y a holgarse de su indigna venganza, y en una de las posadas de Alcalá de Guadaira estaban todos en un cuarto hablando del caso y del auto que venían a presenciar, y unos con otros decían: "mañana veremos arder a aquel pícaro y le oiremos crujir los huesos" y se jactaban y regocijaban de sus pérfidos sentimientos y daban a entender que había sido ellos los autores de tan horrendo castigo".

Por fortuna, la conversación fue escuchada "de refilón" por otros huéspedes, quienes con rapidez se pusieron en camino a Sevilla y, una vez llegados a la sede de la Inquisición en Sevilla, dieron cumplida cuenta de lo que habían descubierto de manera fortuita y rogaron se tuviera en cuenta para evitar que un inocente fuera víctima de una injusta venganza; el Tribunal, mal que bien, ordenó la detención de aquellos difamadores, quienes hubieron de confesar su culpa, la de haber calumniado al teniente de asistente por venganza y odio y que dicho oficial era inocente de cualquier delito que se le pudiera imputar. Ante todo esto, se decidió suspender la ejecución in extremis y se exculpó al Teniente, siendo castigados duramente los calumniadores. Ni que decir tiene que el proceso de absolución duró meses de trámites burocráticos, con las consiguientes molestias para Sumeño.

Restablecido en su puesto, la carrera de Luis Sumeño de Porras continuó, y en 1596 fue ascendido al cargo de Fiscal del Tribunal de la Casa de Contratación, falleciendo finalmente el 13 de enero de 1603 y recibiendo cristiana sepultura a los pies de la Virgen del Amparo en la antigua parroquia de la Magdalena, donde incluso dotó una capellanía, pero esa, esa ya es otra historia.


08 julio, 2024

La calle del Clavel.

Aunque ya en otras ocasiones mencionamos calles con nombres de flores, esta vez vamos a poner el foco en una con una historia especial por haber tenido importantes moradores a lo largo de su historia, uno de ellos, descubridor de un elemento químico y el otro víctima de un atentado a las puertas de su casa en esta misma calle; pero como siempre, vayamos por partes. 

Entre las calles Alfonso XII y Monsalves, muy cerquita de la frondosa Plaza del Museo, la calle de la que hablamos se llamó, al menos desde el siglo XVIII del Clavel, llamada así, según González de León porque:

"En su acera derecha, entrando en el extremo que desemboca en Armas, había en remota fecha pintada una mano que parecía mostrar un clavel de grandes dimensiones, y se ignora si este capricho dio nombre a la vía, o ya teniéndolo esta originó la tosca pintura al fresco que dejamos mencionada. Sea como quiera, ello es lo cierto, que el nombre de Clavel a nuestro juicio, no tenía ningún origen que mereciera los honores de ser perpetuado". 

Finalmente, en 1848 la calle se rotulará con el nombre de un ilustre marino nacido en ella en 1716: Antonio de Ulloa y de la Torre-Guiral, quien no sólo navegó por todo el mundo al servicio de la corona española, sino que mantuvo una más que interesante faceta como explorador y naturalista. Procedente de una familia de cierto abolengo, de origen zamorano, antepasados suyos habían sentado plaza como caballeros veinticuatro en el cabildo de la ciudad, mientras el padre de nuestro marino administró las fábricas de jabón que eran propiedad del ducado de Medinaceli. 

Retrato del Almirante Ulloa. Archivo de Indias.

Ulloa embarcó siendo prácticamente un chiquillo, a la edad de catorce años y como "aventurero" (tripulante sin derecho a sueldo) en el galeón San Luis, de la Flota de Tierra Firme, siendo discípulo del también sevillano teniente general Manuel López Pintado (que tuvo plaza junto a la parroquia de Santiago hasta no hace mucho), accediendo finalmente a los estudios que se impartían en la Academia de Guardamarinas.


Giro fundamental en su vida fue el tener la fortuna de participar en la expedición geodésica promovida por científicos franceses para la medición del meridiano terrestre y auspiciada por la corona española, quien concedió permiso para ello, con la condición de la presencia de dos guardamarinas que actuarían como colaboradores y cartógrafos y que serían ascendidos al grado de teniente de navío: Jorge Juan y Antonio de Ulloa. El viaje abarcó diversas latitudes y supuso para Ulloa el descubrimiento del Platino, metal al que en principio llamo "Platina". Fruto de aquellas travesías fue su impagable obra, a la limón con Jorge Juan, con un título un tanto largo, pero fundamental para entender el cometido de su labor: 

"Relación histórica del viaje a la América Meridional, hecho en orden de Su Majestad, para medir algunos grados del meridiano terrestre y venir por ellos en consecuencia con la verdadera figura y magnitud de la tierra con otras varias observaciones astronómicas y físicas, por Don Jorge Juan, Comendador de Aliaga en el Orden de San Juan, socio correspondiente de la Real Academia de las Ciencias de París, y D. Antonio de Ulloa, de la Real Sociedad de Londres. Ambos capitanes de fragata de la Real Armada. Impresa por orden del Rey Nuestro Señor, en Madrid por Antonio Marín, año de 1748"

A su regreso, el marino sevillano estuvo al frente de diversos mandos militares y misiones diplomáticas, fue hecho prisionero y liberado con honor por los ingleses aunque sin dejar de lado su curiosidad por todo y el deseo permanente de formarse, desde en cuestiones hidráulicas o mineras (administró las minas de Huancavelica en Perú) hasta científicas o geográficas, ostentando también el cargo de gobernador de Luisiana. Morirá de pulmonía en julio de 1795, siendo enterrado en San Fernando (Cádiz), donde una placa le recuerda en el Panteón de Marinos Ilustres.

No descuidó a su ciudad natal, ya que el compromiso con Sevilla quedó plasmado en 1752 mediante la elaboración de un proyecto de malecones para la Puerta de la Barqueta, con el que se pretendía encauzar las aguas del Guadalquivir en tiempo de riadas y evitar, así, las constantes inundaciones que tenían lugar en esta zona de la ciudad cuando el río se desbordaba. 

Cambiamos de época, pero no abandonamos la calle Almirante Ulloa.

Es un gélido sábado de enero de 1920, a eso de las ocho de la noche. De regreso a casa, un vecino de esta calle, arrebujado en su gabán y calado el sombrero por el frío reinante, nota la presencia de varios individuos. Unos parecen esperar algo o a alguien, apostadps en las esquinas, mientras otros parece le están aguardando ante la cancela de acceso a su domicilio. No tiene tiempo material para reaccionar. Dos (o quizá tres) fogonazos y detonaciones rompen la noche, mientras puede oír el silbido de los proyectiles rozando su cuerpo e incluso, una de las balas casi da en el blanco, atravesando de parte a parte una de las mangas de su gabán. Ileso, milagrosamente ileso. Precipitadamente, los agresores (que luego las criadas de la víctima afirmarán haber visto merodear la calle durante toda la jornada) se dan a la fuga y en su huida se enfrentan a tiros con un comandante de Infantería que acierta a pasar por allí, de nombre Pedro Gómez Loigómar, y que usa su arma reglamentaria, sin que se produzcan heridos. Imposible capturarles. Los vecinos, alertados por los disparos, se asoman a ventanas y balcones e incluso algún viandante corre hacia la víctima, que milagrosamente ha salido ilesa del atentado. 

El superviviente es, ni más ni menos, que el arquitecto Aníbal González, figura clave para entender todo el ciclo histórico de la Exposición Iberoamericana de 1929, de la que fue diseñador y a la que se entregó en cuerpo y alma. Una huelga obrera, un clima social enardecido por las malas condiciones laborales y la propia popularidad del arquitecto, que él siempre ha rehuido, han sido caldo de cultivo para este intento de homicidio que a la mañana siguiente impresionará vivamente a toda la ciudad, tanto, que hasta se convocará una concentración ciudadana de repulsa a las puertas del Gobierno Civil, entonces situado a espaldas de la Plaza Nueva, en la calle Madrid. Como testimonio de la tentativa de asesinato, en la pared de la calle Almirante Ulloa aparecieron unas extrañas marcas, una media luna con tres cruces, quizá especie de código para que los pistoleros reconociesen la vivienda del arquitecto y que la prensa madrileña comparó con otras similares registradas en Barcelona, dándole significación "cabalística". 

Repuesto del susto, el arquitecto proseguirá con su infatigable labor, mientras la policía comenzará sus pesquisas, dando como resultado la detención de varios sospechosos, pertenecientes al sindicato de albañiles, entonces radicado en la calle Peral; se trataba de Manuel Carreras de la Osa, presidente de dicho sindicato y tres obreros afiliados al mismo: Juan Negroles,  Fernando Carmona y Miguel Cala, siendo el primero de estos tres identificado como autor de los disparos; todos habían puesto tierra de por medio fuera de Sevilla tras el suceso pero, como decíamos, puestos finalmente a disposición judicial.


Por cierto, en esta misma calle ya existía un edificio de estilo modernista, gemelo a otro en Alfonso XII, diseñado por el propio Aníbal González, construido entre 1905 y 1906 para Laureano Montoto con gran despliegue de materiales como el ladrillo rojo, la forja y la cerámica, sin olvidar cierto historicismo decorativo, valga como ejemplo la serie de dragones que sostienen los balcones, pero esa, esa ya es otra historia.




01 julio, 2024

Leones hispalenses.

Animal de noble belleza, temido y admirado, Rey del Mundo Animal y especie ahora protegida, en esta ocasión vamos a centrarnos en un hermoso felino y su presencia, nada menos que en Sevilla, porque ¿Hubo leones en nuestra ciudad? Como siempre, vayamos por partes. 

 

Dejando a un lado su nombre científico, "Panthera Leo", nos referimos concretamente a un mamífero carnívoro de las familia de los félidos, una especie que hace miles de años pobló gran parte del planeta, y que era la segunda más numerosa, con permiso de la especie humana. Animal sociable, vive en manadas, en las que las hembras, que  pueden llegar a vivir hasta catorce años, mantienen una relación familiar con sus crías y un grupo reducido de machos. Como buen depredador, el león es cazador por naturaleza, capturando sus presas mediante trabajo coordinado de varios miembros de la manada, dedicando la mayor parte del día al descanso.

San Jerónimo en su gabinete. Alberto Durero. 1471-1528.

Históricamente, depositario de fuerza y fiereza, ha servido como símbolo y encarnación de dioses diversos en muchas civilizaciones, siendo considerado animal sagrado para griegos y romanos, quienes honran en sus textos míticos al León de Nemea, derrotado por el semidiós Hércules (el de nuestra Alameda, donde en dos columnas aparecen sendos leones también) quien se quedará con la piel de dicho animal como trofeo. En el Antiguo Testamento, personajes bíblicos como Sansón, David o Daniel habrán de vérselas con leones, mientras que en el Cristianismo, Jesucristo será considerado "León de la tribu de Judá", por no hablar que se convertirá en el símbolo de uno de los cuatro evangelistas: San Marcos, emblema también de la ciudad de Venecia, y en compañero inseparable de San Jerónimo en su conocido episodio del desierto. 


Como detalle curioso, en aquellos rudimentarios y primeros mapas realizados por cartógrafos en la Europa medieval aparecía la expresión "Hic sunt leones" ("Aquí hay leones") para referirse a las vastas e inexploradas extensiones de África y como advertencia a futuros viajeros que pretendiesen aventurarse por aquellas tierras vírgenes.

Alejados de la Sabana Africana como estamos, aunque no en lo referente a temperaturas, no obstante, hemos tenido presencia de leones por estas nuestras tierras sevillanas, tal como descubrió José Gestoso; en concreto, durante los años de estancia de los Reyes Católicos en Sevilla, durante los cuales nació el Príncipe Juan en 1478, los monarcas crearon unas "leoneras" en los Reales Alcázares, lugar donde alojar a estos espléndidos felinos. Sin embargo, un año después, y tras la marcha de los reyes de la ciudad, los animales quedaron depositados en el trianero castillo de San Jorge, como prueba un documento reseñado por el mismo Gestoso, dirigido por el preocupado alcaide de dicho castillo al cabildo de la Ciudad allá por marzo de 1479: 

"Muy honorables señores: 

Juan de Merlo, alcaide del castillo de Triana me encomiendo en vuestra merced a la cual gustará saber: quiero que sepan que la Aljama de los Judíos de esta ciudad "acostumbraron siempre" dar para mantenimiento de los leones que los Reyes, nuestros señores, en esta ciudad tenían 5.000 maravedíes cada año. Y porque ahora el Rey y Reina nuestros señores tienen y dejaron en el dicho castillo dos leones que ha de menester los dichos cinco mil maravedíes y mucho más para que sean mantenidos, suplico a vuestra merced mande que los dichos judíos me den y paguen  los dichos cinco mil maravedíes de cada año para ayuda al mantenimiento de los dichos leones en lo cual al Rey y Reina nuestros señores haréis servicio y a mí haréis merced".

Los señores regidores de la ciudad debatieron sobre el asunto y acordaron investigar sobre los pormenores de Juan de Merlo, sin que sepamos por documentos qué ocurrió finalmente, si los "leones reales" fueron alimentados o si, a la postre, perecieron de inanición entre los húmedos muros del castillo de San Jorge, luego sede de la Inquisición. 

Fray Diego de Deza, por Zurbarán.

Años después, fue popular en Sevilla un león "de misa diaria"; durante el mandato del arzobispo e inquisidor Fray Diego de Deza, dominico y preceptor precisamente del príncipe Juan, quien morirá en sus brazos en Salamanca en 1497. El aludido prelado, que pasará a la historia por su seriedad, su carácter caritativo, su interés en engrandecer la Diócesis Hispalense y por favorecer a Cristóbal Colón durante sus viajes a Indias. Sufrirá desde joven de los achaques de la enfermedad de la Gota, para la que, tradicionalmente existía la cura de colocar una piel de león a los pies del enfermo, de ahí que el hidalgo, militar  y escritor Gonzalo Fernández de Oviedo, fuera testigo de cómo el Arzobispo Deza poseyó su "remedio" propio para dicha dolencia:

"Un león le dieron, muy pequeño, e hízole quitar e arrancar las uñas y los dientes y colmillos y caparlo y desarmarlo como habéis oído, para que no pudiese hacer mal a nadie, y criólo y holgábase de darle de comer en su mano; y lo que comía era cocido y no asado, porque no fuese tan recio y furioso como le tornara la carne asada y cruda. Pero se hízose tan grande y poderoso que, no obstante su mansedumbre, era espantable en su vista y aspecto. Y como el Arzobispo salía a misa a la iglesia mayor, íbase el león a la par con él, como se dice que hacía aquel de San Jerónimo, y echábase a los pies de su silla sin ofender a nadie".

Pese a todo, la corpulencia y fuerza del propio felino, provocó que matase a una mula llevada al Palacio Arzobispal como cabalgadura del Duque de Arcos durante una visita de cortesía o que atacase en cierta ocasión a un mozo del servicio, que hubo de huir con las ropas rasgadas. Fallecido el arzobispo, en su tumba de alabastro, ubicada en la capilla de San Pedro de la Catedral tras ser llevada allí desde el desaparecido Colegio de Santo Tomás, puede contemplarse un león echado a los pies del prelado, quizá como recuerdo de aquel noble animal que le acompañó durante tanto tiempo. 

Para terminar, hubo otros leones, pero éstos, más recientes. Por un lado, el que aparece en el azulejo sobre la llamada antigua Puerta de la Montería, ahora del León, de los Reales Alcázares, pieza bastante conocida y no tan antigua como parece, pues fue realizada en 1892 en los talleres cerámicos de Mensaque bajo diseño de José Gestoso, destacando la presencia del lema "Ad Utrumque Paratus", o lo que es lo mismo "Preparado para cualquier cosa". Por cierto, este león cobra vida cada Sábado Santo, pues es protagonista del llamador o "martillo" del Paso de la Urna de la Hermandad del Santo Entierro, estrenado en 1997.  

Foto Reyes de Escalona.

 Por otro lado, no podemos dejarnos en el tintero el hecho de que los famosos Leones que custodian el madrileño edificio del Congreso de los Diputados (apodados "Daoiz" y "Velarde"), son del sevillano barrio de San Bernardo, ya que fueron fundidos con el bronce procedente de cañones tomados al enemigo en 1872 en los hornos de la Real Fundición de Artillería de Sevilla, conservándose aún sendas esculturas en yeso pintado en el edificio de la Capitanía General en la Plaza de España, esculturas que sirvieron como modelo para los de bronce de la Carrera de San Jerónimo. 

Fotos Reyes de Escalona.

Para finalizar, sendos leones de piedra custodian, medio agazapados, el frontispicio de la portada de la Iglesia de San Luis de los Franceses, según diseño de Leonardo de Figueroa allá por el siglo XVIII, colocados casi como cancerberos del antiguo noviciado jesuita, pero esa, esa ya es otra historia. 





24 junio, 2024

Procrastinadores por San Lorenzo.

En esta ocasión, aprovechando el letargo provocado por estos días ya veraniegos, en los que todo invita al descanso y la siesta, vamos a centrarnos en una curiosa y excéntrica asociación que existió en Sevilla a comienzos del siglo XIX y que tuvo su sede, al parecer, no lejos de la parroquia de San Lorenzo; pero como siempre, vayamos por partes.

Preguntar ahora en nuestros días por la calle Caldereros nos llevaría de manera inmediata al barrio de Bellavista, a una vía rotulada en 1950 con este nombre y que anteriormente recibió (sin que se sepa por qué) el de Cañavate; sin embargo, en la Sevilla del siglo XVIII tal apelativo correspondería a la actual de Juan Rabadán, llamada así desde 1913 en honor a un condecorado teniente sevillano muerto en la Guerra de África, en concreto en Melilla, el año anterior de 1912. 

Foto Reyes de Escalona.

Lo de Caldereros, como imaginará quien lea estas líneas, tiene que ver con la presencia de dicho oficio y gremio en esta zona concreta de la ciudad, con el detalle de que la cercana y actual de Teodosio era conocida como Calderería, mientras que Caldereros transcurría (y sigue transcurriendo) desde la propia Plaza de San Lorenzo hasta la calle Torneo, aunque no fue éste el único nombre que recibió la calle, antes bien, fue llamada también de la Cabra (debido a un célebre corral de vecinos que llevaba tal nombre). El final de la calle, ya en Torneo, se llamó Bajondillo, nombre que perduró hasta mediados del siglo XIX debido a la existencia de una especie de hueco u hondonada creada en esa zona para la extracción de barro destinado a los alfares que existían en ese sector, destinados a la fabricación y cocción de ladrillos, vasijas o tejas. Todo ello, unido además a su cercanía al río, habría convertido el extremo de la calle en un apartado poco limpio y  maloliente, tal como reflejaba con frecuencia la prensa de la época.

Para la pequeña historia de la calle Caldereros o de Juan Rabadán, destacar que fue sede, concretamente su número 36, de la autodenominada Sociedad de la Posma, que nuestro habitual cronista Álvarez-Benavides supo retratar en cuando a fines y actividades. Antes que nada, conviene referir que la palabra "posma" hace alusión a pesadez, flema, lentitud o pachorra, de manera que una persona "posma" sería entonces alguien flemático, parsimonioso o, como se dice ahora, procrastinador. Luis Montoto, allá por 1888 escribía:

 "Dícese de la persona lenta y pesada en su modo de obrar, si nos atenemos al significado que de la voz posma da la Academia; pero en la persona que es un posma hay algo más que pesadez y lentitud. El posma enoja por su tenacidad, o, como los andaluces decimos, por su chinchorrería. Equivale a ser un pelma o pelmazo."

Tras todo esto, ¿Qué requisitos eran necesarios para ser recibido en  dicha Sociedad como miembro de pleno derecho?

"Para ser individuo de esta corporación, era preciso dirigir una solicitud a la presidencia y someterse luego a infinidad de pruebas marcadas en el reglamento que conformaran los méritos del aspirante, méritos que tenían necesariamente que basarse en la calma, paciencia, pesadez y todas las demás dotes que unidas formaban un "posma" digno, un "posma" reglamentario".

Al modo de club selecto, pertenecía a la Sociedad de la Posma gente de toda condición, y en sus juntas o reuniones se admitían aspirantes, se elegían cargos directivos o se castigaban comportamientos que iban contra la finalidad de la Asociación, o sea, que se penaba el ser demasiado rápido, diligente o expeditivo y se valoraba muy mucho, hasta el extremo, la falta de velocidad o la pereza suprema, por no decir la "sangre gorda". Los primeros años del siglo XIX fueron especialmente fructíferos en ocurrencias y anécdotas protagonizadas por miembros de esta asociación, algunas de ellas probablemente exageradas o inventadas como ésta que no nos resistimos a transcribir, del Noticiero Sevillano del 16 de noviembre de 1898 y recogida por el recordado profesor Alberto Ribelot:

"En una de las tardes del mes de agosto del año 1800, dos sujetos decentemente ataviados y rayando en las 50 navidades, se encontraron en la calle del Barco, vía próxima a la Alameda de Hércules. Después de cambiar un afectuoso saludo, pusiéronse a conversar, dándoles en el rostro los abrasadores rayos del sol del estío.

Transcurrieron horas y horas, llegó la noche, sonaron las doce, tocó el alba y ya el crepúsculo matutino del siguiente día se dibujaba en el horizonte cuando unos de los interlocutores dijo a su amigo:

-Con que, adiós paisano; en otra ocasión hablaremos más despacio. Voy corriendo a ver qué novedad ocurre en casa, pues ayer encontrándome en el despacho de don Cosme, el presidente de la sociedad, recibí un aviso urgentísimo participándome se había declarado un incendio en mi domicilio y aun ignoro las causas del siniestro y el incremento que haya tomado ya a esta hora.

-Vaya, pues que no sea cosa de cuidado-contestó el segundo "posma" alargándole la mano. Yo también voy deprisa, pues salí de casa con el doble objeto de sacarme una muela cuyos dolores me atormentan, y de camino, avisar a la comadre, pues dejé a mi señora en estado de dar a luz el noveno de mis queridos vástagos. 

-Está muy bien, compañero,  celebraré por mi parte que haya ocurrido ninguna novedad contraria al parto y desde luego me ofrezco a ser padrino de la criatura, si ésta, cuando usted llegue  a su casa, no hubiera recibido ya el agua del bautismo.

Y así diciendo, separáronse al fin después de trece horas de conversación."

Caminar lentamente por calles encharcadas hasta calarse los huesos en días lluviosos, sufrir por arrancar hojas del calendario, quizá no dar cuerda a los relojes o leer periódicos hasta que dejasen de tener actualidad por el paso de las semanas, eran señas de identidad de un buen "posma", por no hablar de responder cartas con meses de retraso o felicitar las Pascuas en junio, intentar sacar papeletas de sitio en septiembre o, es un poner, vestirse de gala para el Corpus en noviembre; en definitiva, se trataba de una filosofía que pretendía dejar que la vida pasase lenta y parsimoniosamente, lo que se llamó más tarde "el dolce far niente" o belleza de no hacer nada, algo que incluso ha llegado a la gastronomía con el conocido concepto de "slow food". El "estrés" no iba con los de la Posma, qué duda cabe.

Las noticias sobre la Sociedad de la Posma tienen quizá su primitivo origen en un texto burlesco, obra del gaditano Francisco Miconi y Cifuentes (1735-1811), segundo Marqués de Méritos, apodado "serenísimo y quietísimo señor", quien llegó a cartearse con el compositor Franz Joseph Haydn, texto en el que él mismo se autodenomina coronel del Regimiento de la Posma y  propone cómo realizar el viaje de Cádiz a Sevilla en el "corto" tiempo de "solo" un año. 

Foto Reyes de Escalona.

Por desgracia, a medida que avanza el siglo XIX se van diluyendo las noticias sobre la Posma, ¿Se "dejarían ir" hasta el punto de abandonar su cometido? ¿Llevaría la grandiosa pereza de sus componentes a quedar en estado latente "in saecula saeculorum"? Quien sabe, quizá al modo de alguna sociedades esotéricas o secretas, siguen ocultos aguardando su momento, a lo mejor en la misma calle Juan Rabadán, en su centenaria Bodeguita, fundada en 1864, para retomar su actividad tras décadas de "descanso", aunque ¿No es menos cierto que todos conocemos a algún buen candidato para engrosar las filas de tan preclara asociación?; pero esa, esa ya es otra historia...

17 junio, 2024

La calle del Chorro.

Aprovechando la sombra que proporciona sus estrecheces y a una hora en la que no esté masificado por los turistas, en esta ocasión nos desplazamos al barrio de Santa Cruz para indagar sobre el pasado de una calle con nombre peculiar en lo antiguo, ahora dedicada a un íntimo amigo del pintor Murillo y que incluso, se dice, fue testigo algún que otro suceso paranormal; pero como siempre, vayamos por partes. 

Foto: Reyes de Escalona

Entre la plaza de los Venerables y el callejón del Agua, en paralelo a la calle de la Pimienta, la de Justino de Neve toma su nombre del canónigo de la catedral nacido en 1625 y fallecido en 1685; de familia de comerciantes, se caracterizó por ser uno de los grandes mecenas artísticos de su tiempo, prueba de ello es el retrato que le realiza Bartolomé Esteban Murillo en 1665 y que se conserva en tierras británicas, como no podía ser menos. En dicho retrato, podemos contemplarlo con gesto serio y mirada penetrante, sentado en un sillón frailero portando en su mano izquierda un breviario y ante una mesa con tapete verde sobre la que descansan un reloj, una campanilla y un libro, símbolos de su status social. El detalle simpático lo constituye la perrita francesa con lazo rojo, prueba de la fidelidad, cerrando el ángulo inferior derecho de una composición sobria pero llena de vitalidad.

Entre otras obras pías, Justino de Neve, además, fundó el cercano Hospital de Venerables Sacerdotes en 1678 para acoger a presbíteros de edad avanzada y fue uno de los principales impulsores de las obras de mejora y enriquecimiento de la cercana parroquia de Santa María la Blanca, en la que contará de nuevo con la colaboración el aspecto pictórico de Murillo, de quien será vecino (en la actual calle Virgen de la Alegría) y finalmente albacea testamentario, lo que prueba el grado de amistad existente entre ambos.

Foto: Reyes de Escalona

La calle que mencionamos lleva el nombre de Justino de Neve desde 1895, momento en el que pierde su nombre tradicional, el de Calle del Chorro; ¿Por qué este nombre tan peculiar? En 1874, Álvarez Benavides, siguiendo la opinión de un "colega" en estas lides, se pronunciaba en estos términos: 

"Como dejamos indicado, esta calle perteneció a la aljama o barrio de los judíos, y según el señor González de León, su nombre de Chorro se origina por la circunstancia de algún derrame de agua que tuvo procedente de las cañerías que pasando por cerca de este punto se dirigen al Alcázar. No censuramos a los que dieron a esta vía semejante nombre por tan insignificante causa, pero sí a los que han permitido y permiten que continúe, sin embargo de tanto arreglo de nomenclatura".

Corta y estrecha, pavimentada con el característico ladrillo de canto en forma de espiga, alberga viviendas y establecimientos de hostelería, una de las viviendas de esta calle fue conocida durante algún tiempo como "la de Martinito", nombre con el que se llamó a cierto duende que todas las noches vagaba por la calle creando la alarma entre los vecinos por sus trastadas y travesuras. No deja de ser interesante tal asunto, pues, como recordarán los lectores, en la zona de la parroquia de San Andrés hubo otro "Martinito", tal como reflejamos cuando dimos detalles sobre la calle Angostillo; en aquel caso, el legendario geniecillo, según contaban los viejos del lugar, se dedicaba a secuestrar doncellas con la aviesa intención de mantenerlas cautivas en un subterráneo a la espera de que algún caballero quisiera disfrutar de ellas, previo pago al duende, por supuesto. El tema del duende Martín o Martinico aparece con cierta frecuencia dentro del folklore popular español con referencias en zonas castellanas como Mondéjar o Villaluenga de la Sagra o andaluzas, como en las jiennenses localidades de Arjonilla, Porcuna o Quesada, en la granadina de Baza o también en nuestras más cercanas Dos Hermanas o Los Palacios. 

Foto: Reyes de Escalona

Sin embargo, en este caso, los días del duendecillo de la calle del Chorro estaban contados; una noche de allá el año de 1803 un curioso vecino de la calle, harto de habladurías y supersticiones, decidió comprobar por sí mismo la naturaleza de dichas apariciones, de modo que, convenientemente armado con la consabida estaca de acebuche, montó paciente guardia hasta que dio con el presunto duende, al que derribó de un fuerte golpe tras arriesgada persecución por los tejados del barrio, descubriéndose que el tal Martinito no era sino un joven galán desenmascarado que, como en otras ocasiones, aprovechaba esa apariencia para sus citas amorosas. Este final inesperado, el del ente paranormal que es en realidad un mortal que usa su apariencia para cometer ilegalidades de forma anónima, aparece reflejado en el teatro del Siglo de Oro en obras de Calderón de la Barca, siempre atento a recalcar lo racional, como La Dama Duende (1629) o El Galán Fantasma (1637).

Por último, un azulejo recuerda a la entrada de la calle que en esta vía pudo haber nacido otro galán, en este caso, Don Juan Tenorio, glosado por Tirso de Molina y Zorrilla y no lejos de uno de los escenarios de tan famosa obra, la Hostería del Laurel, pero esa, esa ya es otra historia. 

Foto: Reyes de Escalona.

10 junio, 2024

Diplomacia a la sevillana.

En esta ocasión, vamos a viajar en el tiempo y nos vamos a situar en unos días concretos del año 1631, en los que las autoridades de la ciudad de Sevilla tuvieron que asumir el agasajo y hospedaje de un personaje de relumbrón, británico por más señas, que no les era del todo desconocido y al que atendieron "a cuerpo de rey", valga la expresión; pero como siempre, vayamos por partes. 

Las condiciones impuestas por la monarquía española de Felipe IV y su valido el Conde Duque de Olivares al Duque de Buckingham para contraer matrimonio con la infanta María Ana de Austria, que le obligaban a convertirse al catolicismo, provocaron la declaración de guerra por parte de Inglaterra a España en marzo de 1624. La guerra, que dejó episodios dignos de destacar como la Rendición de Breda o el intento de asalto de Cádiz por los ingleses, finalizó con el llamado Tratado de Madrid de 1630, en el que quedó claro que los británicos no salían bien parados militar y políticamente del complicado tablero de ajedrez que era la Europa de la Guerra de los Treinta Años. 

A la hora de resolver el enfrentamiento entre ambas naciones por vía diplomática, la corona inglesa designó un embajador especial para negociar y firmar el antedicho Tratado, recayendo el encargo en un viejo conocido en la cancillería española, Francis Cottington, que con anterioridad había desempeñado el cargo de responsable del Consulado inglés con sede en Sevilla, y no había sido precisamente bien recibido en aquel entonces por su condición religiosa de protestante. Sin embargo, en esta ocasión y como veremos, las tornas habían cambiado ostensiblemente y el propio Cabildo de la Ciudad, siguiendo al dictado las órdenes del poderoso Conde Duque llegadas de la corte, supo estar a la altura de las circunstancias a la hora de dar hospitalidad y agasajo al plenipotenciario inglés.

Sir Francis Cottington, embajador inglés en España en 1630-1631.

El historiador y cronista José Gestoso, siempre puntilloso con los detalles, da buena cuenta de cómo fue se preparó la estancia de este embajador en los Reales Alcázares, comenzando por la retirada previa de basura y malas hierbas del Patio de la Montería, a la que siguió la decoración de las estancias que ocuparía Cottington con tapices y cuadros (algunos, alquilados), y el correspondiente mobiliario: siete bufetes, un escritorio, doce sillas de terciopelo bordadas, seis taburetes, dos alfombras. La cama, colgada y bordada con flecos de oro, contaba con almohadas de tafetán verde, sin que faltase el ineludible "vaso de noche", (no hace falta mencionar su utilidad) dentro de una caja profusamente decorada. Por cierto, se compró una baraja de naipes "para su entretenimiento" por 68 maravedís y también perfumes y cosméticos. Extrañamente, no hay mención al uso de braseros con que calentar las estancias en el frío mes de febrero, no sabemos si por olvido o por otras circunstancias.

 

La llegada del embajador, su secretario Arthur Hopton y su comitiva tuvo lugar el 20 de febrero de 1631, siendo recibido primero en la ciudad de Écija y luego agasajado convenientemente en nuestra ciudad. El ilustre huésped tuvo, al parecer, y como ha narrado la profesora y doctora en Historia Moderna Cristina Bravo, una extensa e intensa agenda con audiencias y visitas con los principales estamentos eclesiásticos y aristocráticos y contó incluso con escolta especial y permanente: cuatro alabarderos por cuenta del Consistorio, que montaron guardia día y noche a las puertas de su alcoba, le acompañaron en todo momento y estrenaron, para la ocasión, sombreros y zapatos nuevos.

¿Y a la hora de comer? Por poner un ejemplo de cómo ejercía como anfitriona la ciudad para alguien del nivel como este Lord, para la cena de aquel jueves de febrero y para un séquito de caballeros y criados ingleses formado por unas cien personas se prepararon como menú 24 gallinas, 30 conejos, 6 patos, 13 pichones, 3 jamones, 2 cabritos, 1 carnero, 4 libras de lengua, oreja y codillos, 12 libras de vaca, 34 salchichones sin olvidar limones, miel, piñones, vinagre, huevos, aceite y tocino. Durante los cuatro días que duró la estancia británica en tierras hispalenses se consumieron, "grosso modo", 284 huevos de gallinas, 64 perdices, 9 piernas de cabrito y carnero, 42 arrobas de vino, 332 hogazas de pan, 1.000 nueces, 30 barriles de aceitunas y también hubo sitio para el pescado: 70 besugos, 60 libras de corvina y 10 de jibias, todo él conservado en nieve traída expresamente desde Ronda. Todo ello, ni que decir tiene, elaborado por cuatro cocineros (suponemos que auxiliados por un equipo de mayordomos, despenseros, pinches y demás personal) y que percibieron la cantidad de 6.800 maravedíes.

Francisco Barrera: Febrero. Bodegón de invierno. 1640. Museo del Prado

 Como vemos, la "lista de la compra", con la que agasajar fue de primer nivel para las exhaustas arcas hispalenses, pero también, por añadidura hubo sitio para los postres, con batata, "alfajores de Carmona", confituras y frutas diversas. Y por supuesto, todo ello servido en buena mantelería, vajilla y cubiertos, acompañados de fuentes, tinajas, lebrillos y demás menaje, parte del mismo realizado ex profeso para la ocasión en los conventos de San Leandro y Madre de Dios.

Hay registrados pagos a José de Salazar  y Pedro de Ortegón por organizar la representación de dos comedias, a Luis de Estrada por hacer otro tanto con un Torneo, a lo que hay que sumar, siguiendo instrucciones del Conde Duque de Olivares el "obsequio" final de, tomamos aliento, 4 arrobas de higos de Córdoba, 24 barriles de conservas, 1 docena de barrilillos de aguada de azahar, dos docenas de jamones, 13 arrobas de aceite ecijano, 60 almudes (276 kilos) de aceitunas, 24 barriles de alcaparras y alcaparrones, 7 docenas de chorizos, 12 quesos, 500 limones, 1000 naranjas, 2 jamones y 4 piernas de cordero, entre otras exquisiteces poco accesibles para el sevillano de a pie. 

Alexander Van Adrianssen: Bodegón con pescados y un gato tras la mesa. Siglo XVII. Museo del Prado.

De manera que entre ágapes y representaciones teatrales, nuestro buen embajador debió llevarse no mal recuerdo de su estancia en Sevilla, embarcando en falúas para Sanlúcar de Barrameda con destino a Cádiz y singladura hacia Inglaterra, primeramente el servicio del embajador y a continuación el propio Lord Cottington con sus caballeros, quienes en el trayecto dieron buena cuenta de lampreas y sábalos. En total, el gasto superó con creces el medio millón de maravedís, cifra más que respetable teniendo en cuenta los tiempos de crisis que se vivían, no sólo en la ciudad, sino en toda la nación.

¿Qué sucedió a nuestro buen embajador, aparte de, quizá, haber puesto algún kilo de más? De regreso a su patria, proseguirá su ascendente carrera política, siempre apegado fielmente al gobierno monárquico, incluso durante el turbulento periodo de la Guerra Civil inglesa; será entonces cuando volverá a la corte española para recabar apoyos para el bando realista, sin cosechar nada destacable. Todavía en España, a la postre, cosas del destino, tomará la decisión, junto a su familia, de convertirse al catolicismo y quedará alojado con los jesuitas de Valladolid, donde fallecerá en 1649 y quedará inhumado en el Colegio de los Ingleses; su cuerpo no será trasladado a su patria hasta años después, para ser sepultado definitivamente en 1679 en la Abadía de Westmister, pero esa, esa ya es otra historia.


03 junio, 2024

¿Tarrina o cucurucho?

Con las temperaturas elevadas que están registrando los termómetros locales, y con lo que nos queda sin que el verano meteorológico haya aún comenzado, ¿A quién no le apetece algo frío, dulce y cremoso para refrescar el paladar?; Esta semana, nos vamos a por un helado, no sin antes conocer su pequeña historia y su presencia en nuestra ciudad; pero como siempre, vayamos por partes.

Elaborado con productos lácteos, y enriquecido con azúcar, edulcorantes o miel, puede admitir los más variados sabores, gracias al añadido de chocolates, frutos secos, frutas, galletas y además los consabidos aditivos. Cada día se consumen en el mundo millones de helados en sus más variadas formas: en vasito, en cucurucho, al corte, polos, barquillo, el ineludible "bombón-helado", y de los más variados tipos: artesanos, cremosos, sorbetes, tartas, cremas... pero, ¿Cuál es su origen?

Hay noticias de bebidas o cremas frías elaboradas y enriquecidas a partir de hielo o nieve natural tanto en la China más antigua (con leche de arroz) como en la Persia del 400 antes de Cristo, al igual que es conocido que Alejandro Magno o Nerón tomaban vino o zumos también enfriados con hielo, en el caso del emperador romano, procedente de los cercanos Alpes y mezclado con agua de rosas, miel, frutas y resina. Médicos de aquel tiempo considerarán que el uso del hielo era nocivo para la salud, aunque ello no frenará su difusión. Será finalmente el explorador italiano Marco Polo quien traiga a su tierra varias recetas de helados procedentes del lejano Oriente. De Italia, pasó a Francia, donde comenzó a añadírsele huevo y de ahí, a Inglaterra. El helado comenzó a aparecer en las mesas de la aristocracia como manjar favorito y signo de distinción.

En 1686 un siciliano, Francesco Procopio del Coltelli, que se dedicaba en París a la venta de limonadas y jugos de frutas congelados puso en marcha su propio negocio, el "Café Procope", donde por primera vez se comercializaron helados elaborados en una máquina de su invención que mezclaba leche, crema, mantequilla y huevos, empleando sal para mantener la temperatura de congelación. El resultado final agradó tanto al monarca Luis XIV, que incluso autorizó la fundación del Gremio de Heladeros de París, que pronto contó con más de 200 miembros; dicho café, además, se convirtió en lugar de cita para intelectuales y aristócratas, aún hoy permanece abierto, es considerado el primero de su género y el más antiguo de la ciudad parisina. En 1693, en un recetario publicado en Nápoles por Antonio Latini, apareció por primera vez reseñado el helado de chocolate, antes incluso que otro sabor clásico: el de vainilla.

En el siglo XVIII podemos decir que el helado ya se consumía en casi toda Europa, mientras que la llegada de la industrialización del siglo XIX trajo consigo la aparición de las primeras máquinas para fabricar helados, de patentes estadounidenses y británicas a lo que hay que unir la mejora en las técnicas de conservación frigorífica. Tras la Segunda Guerra Mundial se multiplicó el consumo por el gran público que lo hizo suyo y lo comenzó a adquirir como un alimento más en todo el mundo, producido de manera industrial y también artesana. 


¿Y en nuestra ciudad? Sabemos que en el siglo XIX y coincidiendo con la llegada del verano ya se consumían sorbetes y leches merengadas en muchos cafés, y de agosto de 1858 hemos encontrado un anuncio publicado en el diario La Andalucía que indica: 

"En la Nevería antigua de la Puerta de Triana, establecida en la calle de las Sierpes se sirven sorbetes líquidos fríos y quesitos helados desde las 12 del día".

En julio de 1867 el Café San Fernando, por su parte, anunciaba en las páginas del mismo diario que: 

"El dueño de este establecimiento, a invitación de varios de sus clientes, ha establecido nevería, sirviéndose mantecados y sorbetes bien condimentados, al precio de 2 reales copa con barquillos y 2 reales y medio con bizcochos; horchata y naranja fría, a real y medio".

En otros establecimientos había incluso música en directo. En agosto de 1897, seguimos con el mismo diario sevillano, se menciona la reapertura del Café Nevería, junto al Puente de Triana:

"Desde el sábado 19 quedó nuevamente abierto al público el CAFÉ NEVERÍA, que en años anteriores se ha venido instalando en este mismo sitio con gran aceptación del público, que en esta época del año, gusta de pasar cómodamente las veladas.

El dueño de este local ofrece al público artículos de superior calidad, tanto en café, como en exquisitos helados que ha el público conoce.

La banda del regimiento de Granada amenizará las veladas tocando de ocho a once las más escogidas piezas de su numeroso repertorio."

 Por su parte, en el Noticiero Sevillano del 2 de agosto de 1909 podemos leer el siguiente suelto: 

"En el Prado de San Sebastián, en la sucursal de la Vaquería Bretona, se sirven los mejores mantecados de Sevilla, leche merengada, cremas, leche helada y helados de todas clases, cervezas, refrescos, etc."

Un habitual cronista de la ciudad que acude a estas páginas, Manuel Chaves y Rey, escribía sobre la Plaza del Salvador durante el verano en 1905, y en su colorista descripción encontraremos alusiones al tema que tratamos: 

"Las noches de estío, esas noches de Julio y Agosto en Sevilla, en que el calor es sofocante, acude un público bastante numeroso al paseo del Salvador en busca de alguna agradable brisa; allí se pasa las horas tranquilamente el desocupado, viendo a los corros de niños que juegan, a la gente joven que pasea, a los viejos que dormitan o a los que toman sorbetes y refrescos en los puestos de agua, siendo aquel, campo muy a propósito para conquistas de niñeras y criadas de servicio que incautamente creen en las promesas de chicucos domingueros y militares sin graduación."
 

Mientras, el famoso establecimiento Pasaje de Oriente, en Sierpes 76 y luego en Albareda 22, ofrecía helados durante todo el año allá por 1912, lo que indica que era un producto muy demandado y apreciado por los sevillanos, y no solo en fechas estivales. Por cierto, el "mantecado" era en realidad una especie de natillas heladas que gozaron de gran aceptación en su tiempo.

Detalle interesante, en 1925 existían establecimientos como Casa Pando, en calle Bailén número 5, esquina a San Pablo que se encargaban de proveer a los heladeros de todo tipo suministros: 

Tras la Guerra Civil, surgirán empresas y fábricas dedicadas a la fabricación de helado, (aunque La Ibense databa de 1892 en Sanlúcar de Barrameda) lo que, como decíamos, popularizará aún más su consumo y proliferará toda una serie de marcas, muchas de ellas parte de nuestra cultura. 


En este sentido, hemos hallado un interesante anuncio de julio de 1944 en La Hoja del Lunes de Sevilla, a una sola página de la marca de helados Frigo, fundada en Barcelona en 1927. En Sevilla, y por aquel tiempo, la distribución de estos helados corría por cuenta de la Cruz del Campo y en dicho anuncio aparecen los locales y establecimientos dónde se podían adquirir. Ni que decir tiene que muchos han desaparecido, como Casa Marciano o Casa Calvillo, en calles Lineros o Sierpes, como la Cervecería La Española en calle Tetuán o Los Candiles en Plaza de San Francisco. Del listado de bares y tiendas sólo perviven, con cambios o modificaciones, el Bar San Juan de la Palma, el Plata, frente a la Puerta de la Macarena, Casa Palacios, en el Porvenir, el Bilindo del Parque de María Luisa o Bodega Puente en la zona de la Puerta de la Carne. 
 
Curiosamente, en el extenso listado comercial no se menciona la llamada "Granja Hernal" o "Salones Hernal", situados en la actual Plaza Nueva esquina con Tetuán y que eran propiedad de la misma familia que regentaba (y regenta) la Confitería La Campana; de dicha cafetería o heladería se sabe que reunía, allá por los años 40 del siglo XX a lo más selecto de la sociedad sevillana y que en sus salones tenían lugar exposiciones, conciertos y bailes, dentro de lo que se permitía en aquella época, de hecho, allí expuso el pintor Romero Ressendi y allí también debutó, en 1941, un cantante de origen cubano que en 1943 contraería matrimonio con una sevillana con la iglesia de San Luis de los Franceses como testigo: Antonio Machín; pero esa, esa ya es otra historia.  
 
Publicidad del año 1943.